miércoles, 8 de abril de 2015

Poesía de Federico Nietzsche

Federico Nietzsche es conocido por sus obras filosóficas pero pocos saben que también escribió poesía.

En efecto, el afamado filósofo, autor del Nacimiento de la Tragedia, plasmo sus sentimientos en varias poesías, cosa que no es de extrañar puesto que muchos trozos de sus obras filosóficas, bien podrían así leerse.


El autor de Así hablaba Zaratustra definió su poesía como una llama, esto es, la simbolización del fuego eterno. El fuego consumiéndolo todo, el fuego alzándose majestuoso, mostrando su poder y su grandeza: he ahí la representación de Federico Nietzsche, ese filósofo aclamado por unos, rechazado por otros e incomprendido por la inmensa mayoría.

Aquí algunas de sus poesías.


A la melancolía

No lo tomes a mal, Melancolía,
que yo aguce la pluma en tu alabanza
e inclinando la frente pensativa,
ardiendo en tus loores, yo me siente
solitario en un tronco. ¡Tantas veces!
Tu me viste -era ayer, bien lo recuerdo-
bañado en los fulgores matutinos
del sol ardiente! Allá en el hondo valle
graznaba el buitre de botín sediento...
Es que soñaba en un cadáver yerto
allá en el yerto tronco abandonado.

¡Ah, cómo te engañabas, ave tétrica,
aún cuando yo, cual una momia, inmóvil,
seguía allí en mi tronco! No veías
mis ojos, no; los ojos que extasiados
aquí y allá rodaban, fulgurantes
de altivez. Y por más que a tus sublimes
alturas remontarse no podían,
donde acceso las más lejanas nubes
no tienen, tanto más profundamente
en el abismo de la vida húndanse
para dejarlo todo iluminado
con la divina luz de sus relámpagos.

Así sentado en medio las profundas
soledades, pasaba yo las horas
rudamente encorvado, a semejanza
del bárbaro presente al sacrificio,
pensando siempre en ti, Melancolía.
¡Tan joven todavía y penitente!
Así yo me gozaba en el magnífico
vuelo del buitre, en el rodar tronante
de los aludes que la selva aplastan;
y allí me hablabas tú, deidad que ignoras
la ruindad tan humana del engaño;
allí me hablabas íntima y sincera
aunque con faz severa, aterradora.

Y tú, ruda deidad, que del granito
posees la firmeza, oh tú, mi amiga,
gustas a mí cercana aparecerte;
con gesto de amenaza tú me muestras
el siniestro volar del buitre hambriento
y el desplomarse del alud gigante,
deseoso de aplastarme. En torno mío
respira jadeante y rechinando
un anhelo feroz de sanguinaria
crueldad, con un deseo obsesionante
de arrancar por doquier vida a zarpazos.
La solitaria flor por mariposas
suspira tentadora allá en la peña.

Yo soy todo esto -siéntalo temblando-
enamorada mariposa, dulce
flor solitaria, el buitre carnicero
y el arroyuelo helado y el terrible
rugir de la borrasca -todo, todo
para tu gloria y en tu paz perpetua;
oh tú, diosa feroz, a quien postrado
y humillada la frente, entre gemidos
mi temerosa voz levanta un himno
gimiente, suplicando me concedas
de vida, vida, vida, estar sediento
súfreme ahora, oh tú, deidad maligna,
que con gentiles rimas te corone.
Si tiembla todo aquel a quien te acercas,
si se estremece aquel a quien alargas
la despiadada diestra, en tu presencia
temblando balbuceo este mi canto
y me estremezco en mis convulsos ritmos;
la tinta fluye, viva centellea
la aguda pluma; ahora oh, diosa, diosa,
déjame libre y libre me gobierne.


El caminante

A través de la noche el caminante
a buen paso camino va adelante,
y va dejando atrás sin pesadumbre
el hondo valle, la escarpada cumbre.
La noche es bella, pero ¿qué le importa?
Por nada su ligero paso acorta,
aunque no sepa, pobre peregrino,
a donde ha de llevarle su camino.

De pronto un ave canta. Oh, ave, dime:
¿Qué es lo que haces? Di, ¿por qué me oprime
tu voz mi corazón y me detienes?
Dime por qué derramas en mis sienes
ese sopor tan dulce que así liga
mis sentidos y, oyéndote, me obliga
a suspender mi marcha. ¿A qué me llamas
con tu trinar, oculto entre las ramas?

El buen pájaro calla, y dice así:
No, caminante; no te llamo a ti;
desde esta cumbre, en trémulos gorjeos
la hembra llamando estoy de mis deseos.
¿Qué te importa? Soñando siempre en ella,
para mi solo no es la noche bella.
¿Qué te importa? En el mundo siempre errante,
no te has de detener un solo instante.
¿Aún inmóvil estás? ¡Ah, peregrino!
¿Qué se te da de mi cantar divino?

Calló el buen pájaro y pensó entre si;
¿qué le importa mi dulce melodía?
¿Qué hace aquí
sin moverse todavía?
No te detengas, pobre caminante;
siempre adelante ve, siempre adelante.


Al ideal

¿A quién he amado más que a ti, querida sombra?
A mí y en mí yo te he acercado, y desde entonces
me he convertido casi en sombra y tú en un cuerpo.
Pero mis ojos aprender nunca pudieron
por su costumbre de mirar todas las cosas
fuera de sí: tú seguirás siendo el eterno
fuera de mí ... ¡Ay, esos ojos
que siempre a mi fuera de mi me están llevando!


http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/poesias_nietzsche/nietzsche.html#30´

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