jueves, 23 de mayo de 2019

La fuente de la calle Teya


Mientras torcía la esquina de la calle, Agustín sintió un leve roce en la espalda que le invitó a darse la vuelta. No había nadie, la calle estaba desierta. Eran las tres de la mañana y colonia dormía en una bruma húmeda que le otorgaba un aire tétrico.

Andaba algo fastidiado, por lo que se sentó a reposar su malestar en la orilla de una vieja y abandonada fuente que se encontraba frente a su reciente vivienda. Después de un tiempo, escucho un ligero sonido que salía de la fuente, sonaba con más fuerza que los grillos que se escondían en entre los arboles aledaños. Sorprendido giro su cuerpo hacía la pileta, no recordaba que estuviera en funcionamiento, de hecho, tenía pocos días que le habían quitado la maleza que la cubría desde tiempos inmemoriales, según le había comentado su casera, pero sorprendentemente de la fuente, escapaba el agua en dos pequeños hilillos que componían una melancólica melodía.

Andaba Agustín concentrado en el agua cuando a unos metros creyó ver los pliegues de un vestido blanco que se perdían tras el zaguán de una casa aledaña a la fuente.

Movido por un cierto morbo y mucha curiosidad, se acercó a la casa. El portón de madera estaba cerrado, pero la ventana enrejada de su derecha permanecía entreabierta. Se agachó con sigilo y entornó la vista para buscar una silueta de mujer en la oscuridad, pero el interior de la casa parecía estar acorde con el descanso de sus moradores.

Desilusionado, Agustín volvió a ocupar su asiento. Un dulzón olor a azahar comenzó a nublar sus sentidos. Ensimismado y cabizbajo, Agustín permaneció durante un par de horas en idéntica posición. No calló en la cuenta de que había perdido la noción del tiempo, hasta que el frío lo sacó de su letargo. Vencido ya por el sueño y la desgana, se disponía a entrar a su casa, cuando una voz femenina le sorprendió por la espalda.

-       ¡No te vayas, no me dejes, me siento muy sola! - le susurraba con tristeza.

Agustín se sintió desconcertado, no adivinaba de dónde provenían aquellas palabras, se giró bruscamente para buscar a su dueña, pero no la encontró.

Decidido, se internó por la estrecha callejuela, sintió como una descarga eléctrica que le erizaba los bellos, sintió frío, un frío que se agarraba a sus huesos y le recorría por toda la espalda. Dos gatos gruñían en el alféizar de la ventana por donde Agustín pasaba. Parecían rogarle que no continuara, dudó en darse la vuelta y salir corriendo, pero volvió a entrever el balanceo de la seda blanca al final de la calle. Corrió con todas sus fuerzas al encuentro de la mujer, sus pasos retumbaban como estridentes tambores que cesaron de tocar cuando volvió a encontrarse solo.

-       ¡Sal, da la cara y dime a qué juegas! - el silencio y el maullido lejano de los gatos le respondieron.

Su respiración era agitada y nerviosa. ¿Era real esa voz?, se preguntaba. Retrocedió unos pasos con la intención de dejar esa locura y olvidarlo todo, en su pausado regreso, advirtió una sombra cerca de la fuente. Dudó, pero la curiosidad ganó la batalla.

Se aproximó poco a poco, delante de la pared de cal que servía de fondo a la fuente. Estaba parada una imagen espeluznante de una mujer vestida con un vestido de época de color blanco, de su cuello colgaba un lazo que la balanceaba una brisa gélida. Aquella entelequia abrió sus ojos negros, desplegó sus labios y se dirigió frágilmente a Agustín.

-       Arrepiéntete muchacho, arrepiéntete de tus pecados.

Agustín, no qué contestar. Un terrible sentimiento, muy distinto al miedo, hizo presa a su cuerpo, se dejó caer de rodillas, comenzó a rezar lo poco que recordaba. Con los primeros rayos del sol el espectro se fue difuminado ante el aterrado Agustín.

Lunaoscura.

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