miércoles, 15 de noviembre de 2017

Benito

Son las cinco de la mañana, el gruñido de sus tripas, le hacen abrir los ojos. Aún está oscuro, amodorrado se estira sobre su cama improvisada, fija la mirada al techo del zaguán que le ha dado cobijo, jala las cobijas, tiene frío y se cubre hasta la boca. Otro día más, otro día de sobrevivencia.

Después de un buen rato de no pensar en nada, se incorpora y de su maleta saca un peine, ante todo es la presencia, de otra manera nadie de dará la oportunidad de ganarse unos cuantos pesos para comer.

Una vez acicalado, se levanta y empieza a recoger sus pertenencias, un envoltorio de cobijas, cartones y su maleta. Se dirige al estanquillo de don Sebas, para encargárselas. De ahí se dirige al mercado, a ver quién de los locatarios necesita un cargador.

A las ocho de la mañana, exhausto por el demoledor trabajo, tiene en su poder unas monedas que le permiten tomar un atole y un tamal para mitigar el hambre.

Con la barriga llena, deambula por la plaza buscando latas de refresco vacías u otra cosa que llevar a vender al depósito de desechos. El día pasa velozmente y tenía que asegurarse la comida y algo para la cena.

Mientras pepenando, su mente lo lleva a otros tiempos, donde no tenía que humillarse recogiendo lo que otros tiran. Ese tiempo, donde tenía trabajo, familia y un hogar. Mientras los recuerdos lo avasallaban, sus manos se crispaban en los desperdicios y sus ojos se humedecía con lágrimas de frustración e impotencia.

Cómo pudo creer que esa empresa podía duplicar su dinero, que iluso. Él no había sido el único defraudado, muchos apostaron y lo perdieron todo. De nada sirvió las denuncias, las manifestaciones para exigirle a la autoridad que tomara cartas en el asunto. La respuesta era la misma “Había una laguna en la legislación que le impedía tener injerencia en el asunto, pero haría todo lo posible de tomar las medidas necesarias para dar solución”.

El tiempo paso, y él fue perdiendo todo en forma paulatina hasta quedar solo y sin un centavo en la calle. Debido a las ausencias laborales, lo despidieron, por la falta de ingresos, no tuvo forma de enfrentar las deudas, lo que trajo la pérdida de su hogar y finalmente, su familia cansada y agobiada por la miseria, se había ido a vivir a la casa de sus suegros.

Mientras las autoridades proclaman a los cuatro vientos, que estaban para garantizar a todos y cada uno de los ciudadanos una vida digna, alimento, casa y trabajo para satisfacer sus necesidades, dado que era un Estado de derecho que respetaba y defendía los derechos humanos de cada hombre, mujer y niño. Mientras Benito con un sentimiento de fracaso, terminaba sus días rodando por las calles.


Lunaoscura

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