miércoles, 7 de junio de 2017

Contrición

La noche cubría con su manto de oscuridad al cielo. En mi rostro, siento la brisa gélida, susurrando palabras en un idioma tan antiguo como el tiempo. La luz de la luna, es lo único que iluminaba el bosque, justo como a mí me gustaba, de modo que salí de mi guarida, las ruinas de esta vieja casa abandonada. El silencio era lo único que se oía, un silencio tenso e incómodo.

Encubierto con las sombras, cruce a gran velocidad el bosque, sin hacer ruido al pasar entre el follaje, sintiendo el aliento glacial de la noche en mi piel. Me sentía libre, me sentía yo mismo en mi elemento, a pesar de que apenas se podía ver, mis ojos estaban adaptados a esa oscuridad. Era el dueño de la noche.

Llegue al lindero del bosque, un poco más abajo, estaban las luces de los faroles y de las casas del pueblo. Una corriente tibia llegaba hasta mí, traía consigo ese olor que revoluciona mis sentidos, ese dulce aroma ferroso que me hacía perder el control.

Desbocado me dirigí al pueblo, atraído por el aroma. Al llegar, mi descontrol aumento, los olores eran muchos, más variados, más específicos, y me relamía los labios, de solo pensar.

Camine por las calles más oscuras para no ser descubierto. Algunos humanos salían de los bares, con música estridente, olían a alcohol y a tabaco, reían entre ellos y paseaban por la calle dando tumbos.

¡Qué asco! Así no se podía disfrutar de una cena decente, venas llenas de alcohol y pulmones apestando a humo… cada día los humanos se empeñan en estropearse más y más, pensé.

Seguí errando por esas calles en busca de algo más apetecible, más sano. De repente, mi olfato detectó un aroma bastante apetecible. Perseguí el rastro, unas calles más abajo, hallé a una chica joven, que salía de otra taberna, pero a diferencia de los otros, olía de manera exquisita.

Sigilosamente fui tras ella, al principio no pareció percatarse de mi presencia, eso me empiezo a aburrirme, de modo que decidí jugar un poco con ella, a pesar de que mi madre me decía siempre que “con la comida no se juega”.

Intencionadamente, hice ruido con mis pasos para que me escuchara, unos segundos después, ella se vuelve. Me ve quieto bajo la luz de una lámpara, mirándola de reojo. Ella sigue caminando, pero esta vez un poco más rápido, yo repetí la jugada un poco más adelante. La tercera vez, se dio cuenta de que la estaba siguiendo e intentó despistarme girando bruscamente en la esquina de una calle.

¡Ahora comenzaba el juego!

Me deslicé por las calles con movimientos felinos, pasando de vez en cuando cerca de ella, y otras veces lejos, para despistarla aún más. Ella, empezaba a ser presa del miedo, echó a correr con todas sus fuerzas en cualquier dirección. He de decir que, para ser una simple humana, corría bastante rápido, pero, aun así, no lo suficiente como para superarme.

Logré llevarla a un viejo almacén que había a las afueras del pueblo. Ella se metió en él pensando que lograría esconderse, se refugió tras unos montones de cajas que había en una esquina.

Su respiración era entrecortada, jadeaba de cansancio, y la sangre bombeaba con más velocidad por sus venas. Podía escuchar los latidos de su corazón desde mi posición.

La boca se me hizo agua cuando la sorprendí por detrás, cogiéndola de los brazos y empujándola hasta la pared. Apreté mi cuerpo contra el suyo, sintiendo sus formas femeninas y el temblor de su cuerpo. Ella intentaba, sin éxito, gritar para pedir auxilio, yo disfrutaba del momento, olí su cuello, deslicé mis labios por él, seguramente ella pensaba que la iba a violar.

-       ¡Po… por… favor…!

Su voz apenas era audible, sollozaba y temblaba de terror, yo sonreía ante su impotencia y su debilidad… Mi sonrisa se borró, como si un témpano de hielo, se la hubiera llevado, la miré a los ojos. Eran los ojos más hermosos que jamás había visto, de un color verde esmeralda, empañados por las lágrimas que afloraban de su interior.

Me detuve, no fue solo su belleza, sino su mirada. Suplicaba que le perdonara la vida. Aunque no me había hecho nada, suplicaba mi perdón… ¡A mí!

No pude continuar, no pude matarla, la solté, ella cayó al suelo y se echó a llorar. Miré por un momento mis manos, empezaba a aterrarme de mí mismo.

Los momentos siguientes fueron algo confusos. Solo recuerdo que le pedí perdón. Acto seguido corrí, corrí con todas mis fuerzas, tan rápido como el viento. No volví a mi guarida, no volví a mi bosque, solo corrí, intentando huir de lo que me había convertido.

En aquel pueblo dejé al monstruo que había poseído mi alma y mi cuerpo, y juré que nunca volverlo a dejarlo salir, aunque esa fuera la causa de mi muerte.

Durante algún tiempo vague como un alma en el purgatorio, hasta que, en un acto de contrición, ingrese a esta comunidad de hombres del Señor.


Lunaoscura

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