jueves, 5 de enero de 2017

No siempre se tiene lo que se desea

El viento rozaba mi cara, y mi pelo se movía a su ritmo, al igual que la bata blanca que llevaba. Una de estas batas horribles de hospital. Porque estaba a un hospital, de hecho, estaba en la azotea de un hospital… Sí. Lo que parece es lo que es, no estaba intentando rescatar ningún pobre gatito, ni mucho menos. Iba a tirarme, lo tenía decidido. Aun así, mis padres y las enfermeras, no estaban tan seguros. Creo que incluso, tenían la estúpida esperanza de que no lo hiciera.


-      Cariño, no te muevas… todo se arreglará. No fue por tu culpa- esa era mi madre.

¡Culpabilidad! Los médicos estaban convencidos que lo único que a mí me pasaba es que me sentía culpable. ¿culpable de qué? No, yo sabía que no era culpa mía. Por otro lado, decían que todo se arreglaría… ¿y si yo no quería arreglarlo?

-       Vamos, sal de allí. Ven con nosotros- mi padre.

Ir con ellos… no. No deseo ir con ellos.

-    Nosotros te ayudaremos - el Dr. Olvera. Era un buen hombre, se había preocupado por mí mientras yo estaba ingresada allí, aunque yo no quisiera la ayuda de nadie… es lo que pasa cuándo te ingresan en un hospital mental en contra de tu voluntad.

Me giré, mi cabello me cubrió la cara por culpa del viento… solté una de mis manos de la baranda, me lo aparté. No volví a poner la mano allí. Mi madre lloraba, intentaba acercarse cautelosamente; mi padre estaba más cerca, un poco más adelante que el doctor… quizás quisiera cogerme para cuando saltara. El doctor lo tenía casi tocándome, y detrás de todo, las enfermeras… sufriendo. Esbocé una siniestra sonrisa, mirando al doctor.

-     Yo no quiero su ayuda- se lo había repetido, una, dos, cincuenta y cien veces: “Yo no quiero su ayuda”. Pero eran perseverantes, pesados, cansinos… y así habíamos llegado.

Volví a mirar al frente, por primera vez me sentía libre. Me alegraba de que la última sensación que tuviera en este mundo fuera la de libertad. Era lo bueno del suicido, que solo tú podías elegir cómo sentirte antes de hacerlo, aunque estaba claro que tampoco me lo había planteado nunca. ¿O quizás no estaba tan claro?

-     Papá. Mamá. Voy a hacerlo. Pero quiero que sepan que no ha sido por su culpa. Ustedes, me educaron lo mejor que pudieron… y lo han hecho muy bien- miré a mi madre, que lloraba desconsolada mientras me escuchaba, mi padre se había quedado quieto, casi atónito- Debo darles las gracias por todo, porque mi vida termina aquí. He decidido que mi vida termine aquí. Adiós.

Solté la mano que me sujetaba a la baranda. No conseguí escuchar lo que me decían mis padres antes de que el viento ensordeciera mis oídos. Tampoco es que lo intentara… lo que quisieran decirme ya era banal para mí. La sensación de libertad… de que podía volar, que formaba parte del cielo… duró más poco que lo que deseaba.

El golpe fue fuerte, supongo. Porque no sentí nada, no tuve tiempo ni de sentir el golpe inicial. Al fin y al cabo, once pisos, eran once pisos. Aunque me esperaba un poco más de dramatismo… más dolor.

¡Qué decepción! No siempre se tiene lo que se desea, de hecho, no se tiene nunca en su totalidad.

Estar allí, sedada e inmovilizada, era de todo menos divertido.


Lunaoscura

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