Esther y Óscar,
llevaban tanto tiempo viviendo juntos, que cuando ella decidió dejarlo atrás
creyó que la iba a retener, que iba a suplicarle, y tal vez, todo cambiaría
para bien. Primero experimentó frente al espejo, ante la mirada afligida de su
amiga, que adivinaba sus intenciones. Repitió una y otra vez su perorata. Y se
sintió bien. Después, cuando estuvo lista se lo dijo a su madre. Y se sintió
mejor. Entonces decidió decírselo también a sus amigos. Y fue mejor aún.
Eufórica, abrió la ventana de par en par y lo gritó a los cuatro vientos, que
lo supiera el mundo. Cuando ya no quedaba nadie por enterarse, ella no tuvo más
remedio que juntar sus cosas y partir, a buscar algún otro ser inmaduro que la
necesitara para vivir. Él la despidió distante pero sonriente, con el pecho
henchido de felicidad. La despidió con un ademán con su mano, mientras ella se
alejaba cabizbaja. Adiós, mentira, le dijo. Adiós.
Lunaoscura
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