lunes, 1 de enero de 2018

Rigoletto

Desde hacía tiempo, Rigoletto tenía sensaciones extrañas que lo asustaban e inquietaban, pero al parecer él era el único en sentirlas, los demás habitantes de la casa no habían comentado nada. Llegó a pensar que sufría los estragos del insomnio que lo aquejaba desde hace mucho tiempo, tanto que ya no tenía idea de cuándo había comenzado.  

Las voces, los pasos sobre las escaleras, las puertas azotándose y las sombras se hicieron una constante en su vida. Empezaba a dudar de su salud mental.

Una noche, que descansaba en un sillón de la sala, abrió los ojos, sintió su cuerpo entumecido, intentó incorporarse. No pudo, lo intento de nuevo, pero estaba completamente inmovilizado. La habitación estaba envuelta en una densa oscuridad y un intenso olor a incienso.

De pronto una garra atenazaba su garganta. La sensación de miles de botas golpeando rítmicamente en sus sienes desde dentro… Ya no sabía si era el calor húmedo o la histeria el que… Ese sudor le abría su espalda como un arado de hielo… La desesperación inundaba su ser.

Las preguntas morían antes de ser concebidas por su mente ya demasiado débil. La impotencia y el terror hicieron cortocircuito en su espina dorsal.

Entonces un torrente de voces bañó su cabeza. Trató de averiguar qué decían. Se concentró en una, relegando a las otras que, como moscas, zumbaron alrededor. Pero según acababa una voz, otra venía a arrebatarle el puesto en la cabeza.

Eran voces desconocidas que recitaban una especie de cantico en un idioma desconocido.

“Sancte Míchaël Archángele, defénde nos in prælio, contra nequítiam et isídas diábolo esto præsídium. Imperet illi Deus, súpplice deprecámur: tuque, Princeps milítiæ cæléstis, Sátanam aliósque spíritus malígnos, qui ad merditiónem animárum pervagántur in mundo, divína virtúte, in inférnum detrúde. Amen”

Sintió desvanecerse por un instante y de la nada una luz blancuzca y brillante se posó frente a él.

Todo lo que había hecho en su vida desfilaba ante sus ojos en un ordenado y perfecto caos, como el impredecible camino que sigue el humo de un cigarro en el aire.

Volvió a ver, entre pequeños destellos de la luz trémula de una bombilla epiléptica. Olía a chamuscado, pero fue perdiendo los sentidos, el último en desaparecer, para su desgracia fue el oído… A su alrededor sólo había oscuridad y silencio…



Lunaoscura

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