lunes, 1 de enero de 2018

Apocalipsis

En un lugar cualquiera, en un tiempo impreciso, la humanidad ha sucumbido a esa sensación fría en la nuca, una mirada gélida apuntando a cada una de sus respiraciones. Gente inerte, calles repletas de personas prefabricadas. Un enorme engranaje déspota y cruel, moviendo los hilos de vidas no vividas y sueños adaptados a un guion inflexible.

Enormes edificios que albergan los latidos de una ciudad que bombea apatía. Los sombríos pensamientos acorralados en un rincón de cada mente que es capaz de pensar se esconden temerosos por largos pasillos impersonales.

Mientras, una voz enumera montones de carne y huesos, tediosos y alienados, incapaces de despertar del letargo. La pantalla de un televisor inyecta odio catódico comprimido en dos minutos, suficientes para que toda la ciudad sucumba a los encantos de la irracionalidad guiada.

En tanto, todavía hay quien en secreto tirita pensamientos prohibidos en un cuaderno vetado por la inquisición del libre albedrío. Valiente y desamparado a la vez, en el esquirol del ruinoso rebaño, intenta ser libre dentro de unos anchos barrotes fingiendo que es feliz.

Es innegable, la peste a llegado.


Lunaoscura

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