viernes, 17 de febrero de 2017

La casona

Adrián giró la llave y empujó la puerta principal. Luisa y él entraron y, cuando se acostumbraron a la penumbra, vieron una sala rectangular con humedades y agrietas en las paredes, cal en el suelo, algunas telarañas y varias cucarachas que corrieron a ocultarse con rapidez. En realidad, el paso del tiempo y el abandono habían castigado con saña a la vieja casona.

Alrededor del salón, cinco huecos sin puertas daban acceso a las diferentes habitaciones; una mesa grande y rectangular y cuatro sillas de madera pesada conformaban el único mobiliario del recinto.

-       ¡Maldición Adrián! Dijiste que la casa llevaba tiempo sin habitar, pero es una auténtica ruina -comentó Lucia.

-     Es una casa muy antigua -explicó Adrián-. Mis abuelos fueron los últimos que vivieron en ella. Según me contaron mis padres, aquí pasaron toda su vida y aquí la terminaron. Desde entonces nadie la ha habitado. Así que un poco de respeto y…, ¡basta ya de quejas!
-      Ya, pero esto parece que se viene abajo si sueltas un simple suspiro -observó Luisa.

¡Vaya!, pensó Adrián. Dio media vuelta y dirigió sus pasos hacia donde se encontraba Luisa.

-       Será mejor que limpiemos esto antes de que se haga de noche -dijo Adrián.
-     En esta habitación será imposible. Hay un agujero en el techo y las vigas se hallan casi todas en el suelo.
-       Pues no perdamos el tiempo y miremos en las demás.

Luisa palpaba la pared de otro de los cuartos cuando, a su espalda, oyó la voz de Adrián:
-       ¿Qué buscas?
-       ¡Maldición! ¡Qué susto me has dado! -respondió Luisa- Intento encontrar el interruptor. ¿No ves que la habitación está más oscura que la boca del lobo?
-       No lo vas a encontrar. Todavía no ha llegado la electricidad a este pueblo olvidado de Dios.
-       ¡No jodas! Estamos en siglo XXI, y me dices que no hay luz. ¿Y lo dices ahora?
-       No se preocupen -dijo Adrián-. Hemos traído velas.
-      Pues enciende una, por favor. - Adrián buscó en su mochila, prendió la mecha de la primera vela que encontró y, juntos, accedieron a la habitación.
-      Vaya, si está amueblada -comentó Luisa-. Cama matrimonial, mesitas de noche, un armario y…, hasta fotos antiguas. -Las observó con atención y preguntó- ¿Quiénes son?
-     Mis abuelos -dijo Adrián-. Si te fijas bien, la abuela tiene un ojo de cristal. De pequeño me daba miedo mirarla. Además, uno de mis tíos mencionó que el portarretratos se movía solo. Nunca más volvió a pisar esta casa.
-    Si añades las supersticiones que seguramente pululan por aquí sobre luces extrañas, brujas, voces y apariciones, tenemos un cóctel explosivo. En especial, si crees en ello -fue el comentario de Luisa.

Ambos, recorrieron la habitación, cuando de repente.

-       ¡Uta madre! -exclamó Adrián-. Que susto me ha pegado la jodida muñeca.
-       ¿Qué muñeca? -preguntó Luisa.
-       Esa que está sobre el armario.
-    Parece muy antigua -manifestó Luisa- Fíjate en su tamaño. Se asemeja a una niña de verdad. La cara, las manos y las piernas son de cerámica. ¿Nos sigue con la mirada o son tonterías mías?
-       ¡Ya estás alucinando!
-   Lo siento, pero yo no me quedo a dormir en esta habitación -sentenció Luisa-. Siento vibraciones bastante malas con la muñeca, la vieja y su ojo de cristal.

Invirtieron el resto de la tarde en arreglar la vivienda. Sobre el suelo de la habitación elegida como dormitorio extendieron unas mantas. Después, los sacos de dormir y acomodaron, de forma estratégica, velas aromáticas.

-      Luisa, sugirió -Ya que estamos en tierra de brujas y espíritus, ¿por qué no me cuentas una historia de las de por aquí?

Adrián, inició su relato.

Dos pastores caminaban para su casa después de un largo día de trabajo. Era invierno y, ya sabes, se hace de noche enseguida. Pararon en un llano, juntaron un poco de leña y encendieron un pequeño fuego para calentarse. Pero la hoguera se apagaba.

Entonces, en un surco, escondida entre unas ramas, encontraron una cruz de madera. La cogieron y la echaron a las llamas. Poco a poco la cruz se consumió.

Los viejos del lugar cuentan que, entre las cenizas, surgió una extraña luz que saltaba de un lado a otro. Era el alma de una persona muerta en ese sitio, que estaba molesta porque quemaron el único recuerdo que le unía a este mundo. Desde entonces, esa luz se aparece por los solitarios caminos de los alrededores. Te sigue a cierta distancia, pero no se acerca.

-       ¡Mmm! Ya me cortaste la emoción -dijo Lucia. Apaga las velas, por favor.
-       ¿Por qué te ponen así? -preguntó Adrián.
-       ¡Chsss! -Lucia le interrumpió muy seria y agregó- Siento una presencia a nuestro alrededor y parece que quiere decirnos algo. ¿No la oyen?

Adrián, negó con la cabeza. Durante unos segundos permanecieron con los sentidos alerta hasta que, de repente, Luisa soltó una espectacular carcajada.

-       ¿Entendiste el mensaje del más allá, o quieres que te lo repita?

El interpelado, sin mediar palabra, se recostó con una enigmática sonrisa en el rostro: Te equivocas -pensó-, espera y verás lo que se te viene encima.

Una vez apagadas las velas, Adrián intentó conciliar el sueño sin éxito. Lucia dormía plácidamente a su izquierda. Pasados unos minutos, un discreto murmullo inentendible se empezó a escuchar, ejerciendo en Adrián un efecto anestésico; sus párpados se cerraron e, inmediatamente, experimentó una grata sensación de libertad.

Pero, en una fracción de segundo, los acontecimientos se precipitaron… Las sillas de madera crujieron como si alguien se hubiera sentado en ellas y, acto seguido, un aterrador gruñido - semejante al de un perro rabioso salido del infierno-  rasgó la quietud de la noche. La sangre se les heló en las venas cuando percibieron ruidos de cadenas, bisagras que chirriaban y puertas que se abrían y cerraban con estrépito.

-       ¿Qué ha sido todo eso? -preguntó Luisa.
-       ¡Maldición! Creo que ha entrado un perro -dijo Adrián-. Pero, ¿por dónde?
-       Aquí no hay puertas. -El desconcierto de Luisa era palpable.
-       Son espíritus. -dijo Adrián.
-    No digas estupideces. ¡Enciende una maldita vela! ¡Ya! -Adrián agarró su guitarra por el mástil y añadió: - Te juro que, si aparece lo que sea por la entrada, se come la guitarra.
-      Será mejor que salgamos juntos y veamos qué carajo sucede -dijo Luisa.

Recorrieron, con extrema precaución, todas las habitaciones. Luisa, le costaba controlar sus espasmos, portaba la única vela.

-       No hay nada -dijo Luisa-. Maldición, me va a dar un infarto.

“¡Mamiii…, tengo miedo! ¿Dónde estás mamiii…? No me dejes solaaa…” Sollozó una voz de niña.

-       Viene de la habitación de la muñeca -afirmó Luisa, paralizada por el miedo.
-       Lo que faltaba. -Adrián no salía de su asombro-. Tenemos que entrar juntos.

Levantó la guitarra como si fuera una maza y, seguido por Luisa, se adentró en el dormitorio. Luisa permaneció en la entrada.

-       No lo entiendo. Todo está como antes -dijo Adrián - El corazón le latía con fuerza.
-       ¡La muñeca! -Señaló Luisa-. ¡Ha movido la cabeza y te mira con odio!

Luisa no se lo pensó dos veces y echó a correr en dirección a la salida, dejando caer la vela. Adrián, abandonado a su suerte y en completa oscuridad, retrocedió de espaldas hasta que tropezó con un objeto metálico. Las muletas, pensó. Y no se equivocaba.

-       Tranquilo, tranquilo. Soy yo -advirtió Luisa para no recibir un golpe.
-       Masculló Adrián- Me has dejado más solo que el uno ahí dentro.
-       Ya lo sé.
-   Siguen los ruidos y las voces en esa habitación. Mejor será que nos alejemos -señaló Adrián-.

De repente, se encienden dos velas al fondo de la habitación. Ahí están Eduardo y Juan, amigos de la pareja, que se burlan de las caras desencajadas de sus amigos.

-       ¿Y esto, a qué viene? -preguntó Adrián, todavía en tensión.
-       A que ha sido una broma que planeamos Juan y yo -contestó Eduardo.

Sin articular palabra, Juan entró en la habitación de la muñeca y, al cabo de un rato, lo vieron salir con un reproductor en las manos.

-     ¡Presten atención! Si pulso este botón negro, desaparecen todos los sonidos. -Presionó el stop y la mostró con cara pasmada.

Se hizo un prolongado silencio en el que los bromistas tomaron conciencia de la desolación que habían provocado. El rítmico goteo de un grifo mal cerrado marcaba la cadencia del tiempo, pesado, eterno, acusador… Dos cucarachas coronaron la cima de una vieja estantería envalentonadas por la tensa calma.

-       ¡Me largo de aquí! -Adrián añadió con furia contenida.
-       Vamos, no te pongas así. Era una simple broma -dijo Eduardo.
-      ¿Una broma? ¡Si piensas que me voy a quedar en medio de este desierto aguantando tus estupideces es que no me conoces en absoluto!

No se despidieron. Adrián y Luisa observaron la calle desierta, contemplaron el cielo plagado de estrellas, inspiraron profundamente y se alejaron felices.

-      Toda la casa para nosotros -comentó Eduardo- Mañana será otro día.

Un aire gélido recorrió la casona. El portarretratos se deslizó silenciosamente; cientos de cucarachas cubrieron por completo las paredes, el suelo y los muebles de la habitación. Amparada en la oscuridad, y situada a los pies de la cama, la muñeca los contempló con ojos rebosantes de maldad. Abrió la boca, una horrible mueca deformó su cara y una voz espeluznante, les dijo

-       “Hace mucho que los esperaba. Ya son míos”.


Lunaoscura

1 comentario:

  1. un clásico cuento de terror.bien elaborado.en mi opinión,tiene clima y atrapa,me gustó--

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