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Eyes 1946, Escher |
Desconcertado caminaba en medio de la nada, rodeado de la más profunda oscuridad. No sabía en dónde estaba, lo único que recordaba era un fuerte dolor de cabeza, un estrépito y un destello de luz. Camino por ese lugar, por un tiempo indefinido, hasta que observo que al fondo había una luz. Acelero el paso, parecía que no avanzaba, o al menos esa era la sensación que tenía.
Finalmente, llegó, cauteloso se asomó. Por un momento, la luz le cegó la visión, una vez que sus ojos se adaptaron, vio que era una estancia grande, al fondo podían observarse varios arreglos florales y veladoras. En ese lugar estaban sus familiares y más allegados. Quiso acercarse a ellos, para preguntar qué es lo que estaba pasando, pero nadie lo veía ni le oía.
Ansioso y con una frustración que iba en aumento, se quedó parado en el umbral de luz. ¿Qué estaba pasando? Haciendo un esfuerzo, trato de recordar las últimas horas.
Se había levantado a las cinco de la mañana, como todos los días, se había preparado para ir al trabajo… No, no había sido así… Tenía mucho tiempo que no iba a trabajar, estaba enfermo…
Todo era tan confuso en su mente, los recuerdos se le confundían, pero estaba seguro de que algo importante había ocurrido.
En tanto, observaba el ir de venir de las personas en la estancia. Algo le llamo la atención. En un rincón de la sala estaba su hijo, era evidente que estaba llorando, trato de acercarse a él, pero se le adelanto su esposa. Se sentó al lado de muchacho, lo abrazó tratando de consolarlo. Él observaba la escena, sin comprender que es lo que estaba pasando, cuando, su hermano se aproximó a la pareja y con voz entrecortada, dijo: Mi más sentido pésame.
Al escuchar esas palabras, sintió un dolor intenso en la cabeza, una ráfaga de calor le invadió el cuerpo. Con miedo se internó en la sala, esquivando a las personas llegó al centro de la estancia. Sobre una base de metal estaba un ataúd. La parte superior estaba levantada para que los deudos pudieran despedirse.
Todo le daba vueltas, no tenía el valor de acercarse. Lentamente avanzó, cuando estuvo a la vista el rostro del muerto. Sintió un baño de agua helada.
Un sinfín de emociones lo invadieron. Los recuerdos le golpearon de momento. Esa mañana, lo despertó su esposa para darle el medicamento, minutos después, intento de nuevo conciliar el sueño, pero no pudo. Se levantó y se dirigió a la cocina, donde sabía que estaba Aurora, su esposa. Unos cuantos pasos antes de llegar a la puerta, escucho susurros y sollozos.
Cuidadoso, se acercó para escuchar la plática. Andrés, su hijo mayor, le explicaba a su mujer, sobre la necesidad de amputarle las piernas, porque la gangrena estaba invadiéndole y era la única forma de salvarle la vida. Aurora, mascullaba, debe haber otra solución. Tu padre no lo va a permitir.
Lentamente se alejó, sentía… nada. No acababa, de digerir la noticia. Conforme los minutos pasaban, la desesperación le hizo presa. No, él no terminaría sus días postrado a una silla de ruedas. ¡Primero muerto que tullido!
Con gran determinación, espero que todos en la casa hubieran salido. Se dirigió al garaje, ahí guardaba su revolver. Lo cargo y se dirigió a su jardín. Jalo una silla y la puso en medio de sus rosales, por unos minutos observo el lugar. Cuánto trabajo invertido para dejarlo así. Cuántos momentos pasó con su familia. Todo le parecía tan lejano. Una detonación, callo sus recuerdos.
Había muerto. Su frustración aumentaba por momentos, al mismo tiempo que lo hacía su resignación. Él veía como sus familiares y más allegados estaban presentes en su funeral. Quería acercarse a ellos, dirigirles algunas palabras, pero nadie le veía ni le oía. Llegó a preguntarse, por qué no se le permitiría un último adiós para todos sus seres queridos. De nada sirvieron sus lamentos.
Acongojado, se preguntaba qué iba a hacer a partir de ese momento. Ya no tenían ningún valor sus experiencias vividas y, aunque recordaba sus sueños, poco a poco dejó de darles importancia. Sin temor alguno, llegó a pensar que Aurora le olvidaría pronto. De todos modos, él ya no era parte del mundo.
De pronto, notó que algo le privaba de sus movimientos. Lo más curioso es que no había nada ni nadie próximo a él. Por más que lo deseaba, era incapaz de moverse un milímetro.
Más tarde, le era más difícil observar a las personas. Poco a poco, la oscuridad se iba apoderando de él, de la misma forma que la tinta oscurece el agua.
Enseguida sintió un escalofrío, lo que le causó desconcierto, nunca más iba a sentir hambre, sed, dolor, ni cualquier impulso o sensación natural en todo ser viviente. Tuvo conciencia que había llegado el fin, había llegado la nada.
- ¡De nada sirve permanecer donde ya no perteneces! - chilló una voz carente de piedad.
No podía ver quien pronunciaba esas palabras, pero varias veces resonaron. Su inmovilidad desapareció, aunque todavía se sentía dominado por esa sensación de escalofrió.
Descubrió que estaba en un vacío. Se mantenía firme y, sin embargo, no parecía que estuviera sobre un suelo. Tampoco había nada a su alrededor; al menos, eso era lo que captaba su vista. Sin pensarlo más, comenzó a caminar por aquella oscuridad infinita, sin saber dónde se encontraba ni tener un lugar de destino.
- ¿Será este sitio tan sombrío, el cielo? —se preguntó.
- Me temo que no. Qué ingenuo… ¿Acaso esperabas un paraíso? -respondió la voz.
- ¿Quién eres? -preguntó afligido y un poco molesto.
- No soy nadie. Igual que tú -contestó el ente con firmeza.
Antes de poder articular palabra, un ente con vestimentas negras y con el rostro cubierto con una capucha, se plantó delante de él. Después... la nada.
Lunaoscura