Mi abuelo, físicamente era un hombre de baja
estatura, de piel morena clara, robusto, pero no gordo. Campesino, que en sus
tiempos de juventud había trabajado de albañil, lo que origino que tuviera dos
grandes “conejos” en sus brazos.
Recuerdo que nos decía, sí queríamos ver como sus conejos bajan a comer
zanahorias a la palma de su mano; nosotras poníamos atención a la palma de su
mano y él con su otra mano nos apretaba la nariz.
Entre la nebulosa de los años, recuerdo la
hora de merendar, el momento más emocionante del día, nos sentábamos alrededor
del fogón, mientras mi abuela preparaba la comida, hincada a un lado del comal,
tomábamos nuestro te de hojas de naranjo o de limón, y cuando estábamos ricos,
como decía mi abuela, café con leche con nuestro respectivo bolillo.
En tanto, mi abuelo comenzaba a contarnos las
leyendas del pueblo, generalmente se trataban de muertos, fantasmas o seres de
la noche, nosotras escuchábamos muy atentas, pero cada que oíamos un ruido gritábamos
y saltábamos de miedo. Mi abuela le decía -¡Gil, ya deja de asustarlas! - mi
abuelo se reía, y nosotras le decíamos que siguiera, aun cuando salir al baño a
fuera de la casa, nos mortificara.
Siempre andaba con mi abuelo, “nos íbamos a trabajar” al campo, las mujeres se quedaban en casa, haciendo sus
labores; mi abuela se enojaba, le decía que me estaba haciendo una “marotona”, es decir, una “marimacha”.
Yo no sabía hacer nada de lo que mis tías
hacían, pero además, ni me importaba, solo quería estar con mi abuelo, salíamos
muy temprano a hacer algunos trabajos de campo para los vecinos, como desyerbar,
desvainar o voltear la tierra. Bueno, eso lo hacía mi abuelo, porque yo, solo
andaba jugando en la milpa y agarrado cuanto bicho me encontraba.
Una vez, mi abuelo estaba trabajando en una milpa,
rodeada de magueyes, yo, anda por ahí, cuando vi una lagartija negra, grande y
gorda, que corrió, ¡hay voy! Se había metido en un hueco en la base de un
maguey, metí la mano para sacarla, con el animalito en la mano, me enfilé con
mi abuelo para mostrársela, cuando mi abuelo se incorpora para verla, ha pegado
un brinco y de inmediato me grito ¡deja a ese animal!
Me asuste y solté a la “lagartija”, pobre
animalito fue a dar por allá, me llamo la atención y, me dijo, eso no era una
lagartija, sino un escorpión venenoso, ten más cuidado; medio acongojada, seguí
jugando, hasta que “terminamos de trabajar”.
En otra ocasión, fuimos a ver a un vecino que
quería que le hiciera algún trabajo, llegamos a la casa, nos recibieron y nos
llevaron al corral, yo curioseaba al lado de mi abuelo, mientras se ponía de
acuerdo con el señor. Cuando de repente, levantó la cabeza y enfrente de mí
estaba un monstruo con cuernos y un anillo en la nariz, pegue un alarido y un
brinco hacia atrás, los dos hombres voltearon a ver mi cara de susto, el dueño
de la bestia me dijo que no me asustará que era un toro, mi abuelo no paraba de
reírse de mi cara. Jamás había visto un animal tan grande y fuerte.
Otro recuerdo que tengo de él, fue cuando por
dormilona me dejó en las manos de mi abuela, ese día por más que trataron de
levantarme no hubo poder humano que lo lograra, así que mi abuelo se fue sin mí.
Cuando finalmente abrí los ojos, mi abuelo tenía horas que se había ido. Pues,
bien, mi amada abuela, tomo las riendas ese día, nos llevo al río a lavar la
ropa, la verdad no tenía la menor idea como se hacía, es que así solo me pase
remojando la ropa y resegándola, según yo, en una piedra del río. Después que “terminamos”, mi abuela nos ordenó
bañarnos, el agua estaba helada, yo solo me mojaba las puntas de los dedos y me
los untaba en el rostro, hasta que mi abuela se dio cuenta y a jicarazo limpio
me baño. Nos dejo asoleándonos sobre unas piedras como lagartijas. Ya al as
doce del día “habíamos” barrido y
hecho la comida, la verdad como ayudante de cocina era mala. En fin, eso fue lo
de menos, el problema surgió cuando me puso a bordar, en mi vida había agarrado
una aguja y menos bordado, por más que se esforzó mi abuela por enseñarme, las
labores domésticas me estaban negadas. En un momento de desesperación mi abuela
me pincho las manos con la aguja, eso hizo que escapara del lugar, y como no
sabía dónde se encontraba trabajando mi abuelo, opte por trepar un árbol de
tejocotes del cual no baje hasta que llego mi abuelo, a pesar de la suplicas de
mi abuela o sus amenazas.
Que puedo decir de mi abuelo, para mí fue el
hombre más integro que he conocido, me enseño la importancia de ser de una sola
pieza; me enseñó, que nunca se promete, lo que no se ha de cumplir; que el
perdón, no debe utilizar indiscriminadamente; que la casa donde vivimos, es un
lugar sagrado, que hay que respetar y hacer respetar; que la mentira, es la
madre de todas las cosas malas. Valores, que son el eje central de mi vida.
Mi Abuela, siempre me decía, que yo, era
igual a Gil que, había “abueliado”.
La última vez que hable con mi abuelo fue un
domingo, después de la comida, él acostumbraba salir al camino a fumaba un
cigarro, recargaba una de sus piernas en la pared, formaba un triángulo con la
pared. Ese día, no me di cuenta cuando salió, pero sabía en donde estaba, fui
corriendo al camino, justamente estaba en la esquina, fumando como siempre, me
acerque a él, me recargue en la pared, como él lo hacia; lo vi muy pensativo, él
era muy alegre, le gustaba cantar, entre sus canciones favoritas estaban Zenaida
Ingrata, Los Albañiles y Carabina Treinta, Treinta.
Le pregunte, qué sí tenía algo él me
respondió - cuando tú regreses, yo no voy a estar.
- ¿A dónde, va a ir?
- Me voy a morir – dijo.
Inmediatamente empecé a llorar, sentí como si
el mundo me aplastara.
- ¡No! ¡Que se muriera mi mamá, mi papá, mi
abuela, pero usted no!
- Él no me miraba, tenía la mirada perdida -No
me preocupes, siempre estaré contigo.
- Quiero morirme con usted –le suplique.
- Me puso la mano sobre mi cabeza - No te mortifiques,
cuando llegue el momento, vendré por ti.
- ¿Lo dice en serio?
- Sí, es una promesa. -me pidió a la vez que le
hiciera una promesa- le dije sí, cuál.
- No quiero que llores.
-Se lo jure y lo abrace.
Nos subimos para la casa, más tarde, regrese a
la casa de mis padres.
El siguiente fin de semana, no me dejaron ir
a la casa de mis abuelos, mis padres tenían un compromiso y teníamos que ir
todos. Regresamos del evento, ese sábado como las cinco de la tarde.
No bien acabábamos de entrar a la casa, cuando
sonó el teléfono, mi madre contestó, de repente se sentó y si puso a llorar.
Mi padre le preguntó ¿Qué tenía? ¿Qué había
pasado? Mi madre, contestó que mi abuelo estaba muy grave. Cuando oí eso ¡Odie
a mis padres, como nunca había odiado a nadie! Yo debería estar haya.
Mi padre salió corriendo, mi madre detrás de
él, nos gritaba que nos subiéramos al carro. Mi padre, quería a mi abuelo como
si fuera su padre, nos subimos mi hermano y yo, mi hermano más pequeño, lo
traía en brazos mi madre. Mi madre iba llorando, mi padre se veía muy mal,
entre ellos hablaban.
¿Qué tiene? decía mi padre. ¡No sé!, decía mi
madre. A mí se me hizo fácil responderle, le dije que mi abuelo se iba a morir.
Mi madre se volteó y me dio una cachetada, que me reboto en el asiento. Me dijo
que me callara que no dijera ¡Tonterías!
Le conteste, tocándome la cara, ¡es cierto! mi
abuelo me lo dijo, él no miente. Mi madre, quiso pegarme nuevamente, pero no me
alcanzo.
Llegamos a la casa de los abuelos, mis tías
pequeñas estaban en la milpa, ahí nos mandaron a mi hermano y a mí, El bebé lo
tenía mi madre, mis tías lloraban, mi hermano no sabía que pasaba. Yo me senté,
en el columpio que nos había hecho mi abuelo, pendía de una rama de nogal.
Paso mucho tiempo o no sé cuánto, cuando vi
que empezaron a salir, sabía que iban a avisar a los familiares y a buscar al
sacerdote, era la tradición, los que van a morir tienen que despedirse y
recibir la bendición.
Me levante, en contra de lo que decían mis
tías, me fui a la casa, tenía que ver a mi abuelo, entre a la casa. En la
recamara, habían puesto unas sabanas blancas como cortinas, para que no le
diera un aire a mi abuelo, pues se decía que un enfermo es vulnerable al mal
aire, con una mano hice a un lado una de las cortinas, ahí estaba mi padre, recargado
en la pared con mi abuelo recargado en su pecho, viendo al frente.
Él me vio, eso creo, extendió su mano derecha
hacia mí, de su boca salió, un líquido de color café con un olor suis generis, el
olor de la muerte, su cabeza se hizo de lado ¡mi abuelo, había muerto! Mi padre
empezó a llorar, yo únicamente me di media vuelta y regrese a milpa.
Tiempo después en la casa se oían gritos,
lamentaciones, llantos, nosotros, los niños seguíamos afuera, no sé cuánto tiempo
paso. Salió mi abuela, a tender una sabana blanca, en el brazo del nogal, se
veía profundamente triste, había llorado.
Al día siguiente, llevaron el féretro de mi
abuelo a la iglesia de San Juan Bautista, el sacerdote dio una misa de cuerpo
presente, una vez terminada sacaron la caja al camposanto, ahí estaba un hoyo
rectangular, el sacerdote lo bendijo y dijo una especie de oración.
Mis familiares, estaban alrededor del hoyo,
con los rostros desencajados, con lágrimas en los ojos, los trabajadores
procedieron a meter la caja en la zanja, en ese momento mis tías, mi madre, mi
padre, mi abuela y la demás familia lloraban, gritan, una de mis tías se
desmayó, otra se le extraviaron los ojos, era un caos horrible. Solo mi abuela,
lloraba en silencio, creo que mi abuela amó verdaderamente, él era su compañero
y se había quedado sola.
Los sepultureros, echaban paladas de tierra
sobre el ataúd hasta cubrirlo totalmente, después sobre la tumba depositaron
las flores que habían acompañado a mi abuelo en su velorio y en su misa de
despedida. Mi padre, dio las gracias a los trabajadores, las demás personas que
nos acompañaban, empezaron a salir del camposanto, para dirigirse a la casa de
mis abuelos, pues la tradición dicta que para dar las gracias a las personas
que acompañan al entierro, se les invita a comer, pepita con papas y arroz.
Después de la comida, la gente empezó a marcharse,
solo nos quedamos la familia cercana, mi abuela estaba triste y callada, mi
madre y sus hermanas, se consolaban, mi padre se había salido, seguramente a
llorar a solas, yo, estaba sentada en el banco preferido de mi abuelo, una raíz
de maguey.
Más tarde, mi padre nos dijo que era tiempo
de irnos, después de despedirnos de mis tías y de mi pobre abuela nos fuimos.
He cumplido mi palabra, no lloro la muerte de
mi abuelo, lloro mi orfandad y la falta que me ha hecho.
Lunaoscura