Rosalía, está en su cama, Carla,
su Hija la escucha quejarse y sale corriendo para ver que sucede. Se está
ahogado, la ayuda a incorporarse, para que pueda respirar.
Mira a su madre, de pronto se siente impotente, frustrada y muy cansada, cada día que pasa se convence más que su madre no se da por vencido y ella está al borde de sus fuerzas, hace casi tres años que la cuida, después de un accidente cerebro vascular que la dejó parapléjica.
El invierno había llegado de golpe; hacía mucho frío y el silencio lastima, Carla siente un profundo dolor que atraviesa su alma, piensa que tal vez algún día ocurra el milagro que tanto espera, que la agonía de su madre acabe y ella pueda al fin ser feliz.
Se siente culpable por pensar así. Entiende que la vida es como una rueda que gira y gira que nunca se detiene por nadie ni para nadie; que hay preguntas que nunca tendrán respuestas y respuestas que no siempre se quieren escuchar.
Uno de esos tantos días, Rosalía
tomó de la mano, tratando de llamar su atención, Carla sorprendida, se le
inundan los ojos de alegría. Se sienta en la cama al lado de su madre y le
acaricia el pelo - ¿dime Mami, qué es lo que quieres?
No con dificultad, Rosalía le empieza
a platicar de su amor frustrado, que la llevó al borde de la locura. La pobre
mujer le narra, todo cuanto hizo por ese hombre que, ella creía el amor de su
vida; sin importarle el daño que ocasiono a su familia y la destrucción de
matrimonio de él y la pérdida de su trabajo y amigos.
Carla la observa y la escucha con
atención, una mezcla de sorpresa e indignación la invade, pero al ver los ojos
de su madre, piensa - no es posible, pero ¿dónde esta Dios? ¿Porqué, permite
tanto dolor y sufrimiento? ¿Por qué, tanto para unos y nada para otros?
Sale de la habitación, la mirada
de su madre la persigue, parecía decirle. - ¡hijita no te preocupes por mi!
Mira el cielo, tan celeste y
transparente, siente la brisa fría en su rostro que la golpea, escucha el canto
de los pájaros. Queda con la mente en blanco por un momento, ese momento de paz
que, tanto necesita, llega sencillamente por unos minutos.
Entra a la habitación de su
madre, la mira y comprendió que el mundo no es siempre como uno quiere que sea.
Mirando a su madre con mucha
ternura, solo dijo. - Hemos recorrido un largo camino juntas. Te quiero mucho y
lo sabes, ninguno de las dos quiere continuar así, hoy decido por los dos.
Con mucha tranquilidad se recostó a su lado, le tomo la mano, cogió el vaso en el que había preparado la bebida que injeriría para dormir, con mucha paciencia, le dio a su madre, cuando sintió que se dormitaba bebió su parte.
Así quedaron las dos dormidas. Serenas, con una paz increíble reflejada en sus rostros, tomados de las manos.
Ese algún día, nunca llegó, pero al fin llegó la paz.
Lunaoscura
No hay comentarios:
Publicar un comentario