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lunes, 21 de septiembre de 2015

Un día especial

No era una mañana más, tenía algo especial. Era silenciosa, densamente silenciosa, el único sonido era el chisporroteo de las aguas del río.

Me levantó de la cama y salgo de la choza, algo muy fuerte se apodera de todas las arterias de mi corazón, la presión me llega al pecho, pasan los segundos y cada vez es más fuerte la presión que siento. Mis ojos quieren explotar, la cabeza me duele, no puedo hacer nada. Trato de calmarme, de repente, miró hacia el final de la vereda, observó a una sobra enorme que cruzar el camino, de caminar pesado y lerdo, esa criatura emite sonidos guturales, parecidos a lamentos. Aturdida, retrocedo… ¿qué diablos, fue eso?

Estoy sola, no sé qué hacer, ni qué pensar; tengo que llamar a alguien, pero ¿a quién?, los demás se han adelantado en la expedición.

Mis manos comienzan a temblar, mi corazón se vuelve agitar sin control. Me siento en una silla y trato de volver a la normalidad. Ya más relajada, pienso, ¿será mi mente qué, quiere apoderarse de mí en esta mañana? No puede ser. Tampoco estoy loca, bueno eso creo…

De pronto, escucho el crujir de una rama, rápidamente un escalofrió se apodera de mí; miró de reojo unos pies desnudos que cruzan. Algo anda mal…

Un viento feroz azota el albergue, entran hojas y pequeñas ramas. Asustada y desesperada, comienzo a gritar ¿Dios mío, qué está pasando?

El viento desaparece, noto que, en la entrada de la cabaña hay un papel. Sorprendida y con la boca abierta, miro por más de un minuto. Rompo a reír a carcajadas, es la histeria que se ha apoderado de mí.

¿No puede ser?

Con una letra casi inteligible, leo “llegó el momento” En ese preciso instante, se oye un crujido en el suelo, todo empieza a temblar. Angustiada, pienso que se trata de un temblor, salgó trastabillando de la choza, afuera todo es alboroto. Los animales salen de sus escondites y huyen despavoridos.

Como puedo, me alejó a toda prisa, a mis espaldas escucho la choza caer al suelo, volteó, sorprendida observó que algo germina de la tierra.

Un resplandor me ciega, pero puedo distinguir una especie de nave traslucida, de consistencia coloidal que se eleva a unos cuantos metros del suelo y se mantiene estática ahí, después de no sé cuánto tiempo, algo se despliega de ella, es una rampa que se apoya en el suelo. Miles de luces provenientes de todas partes, se introducen en la nave.

Todo ha quedado en silencio, un silencio que cala los huesos, no puedo moverme, estoy clavada al suelo, del artefacto salen unos seres humanoides traslucidos con grandes ojos, color de fuego. Sin poder moverme, uno de ellos se dirige a mí, estoy en estado de conmoción; con voz metálica el ente me dice: “No hay salvación”

Acto seguido, regresa a la nave, yo caigo desmayada. Cuando recupero la conciencia, me encuentro en la choza nada había cambiado.


Lunaoscura

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