Mario Estrada, llevaba más de veinte
años como investigador de homicidios, era el responsable de la persecución de
un homicida serial que aterrorizaba a la ciudad. No obstante, sus intentos de
anticiparse al delincuente, no acababa de comprender su modus operandi ni su perfil psicológico, ya que sus víctimas no
presentaban coincidencias. Era un homicida temperamental.
Una tarde que llegó fastidiado y
frustrado a su oficina, se puso a reconsiderar seriamente la continuidad en su
profesión. Cuando el teléfono, lo sacó de sus pensamientos. Tomó el auricular,
al otro lado se escuchó una voz profunda y sarcástica que, sin mediar más
palabras, le dijo:
-
Una vez más llegas tarde a la escena
del crimen… ¡no me extraña para nada!, siempre te llevo una extraordinaria
ventaja. ¿Qué te parece la cuerda que coloqué desde las muñecas hasta el cuello
de esa linda chica? Sufrió mucho por tu culpa, ya ves con qué frecuencia, metes
a las personas en tus problemas.
De un solo movimiento se incorporó de
su asiento, he hizo señales a su equipo para que rastrearan el origen de la
llamada. En tanto.
-
¿De qué problemas hablas? Vamos a
hablar para buscar una solución, esas pobres mujeres no tienen la culpa. ¿Dime
tus condiciones?
-
Sin hacer caso a las palabras del
detective, el sujeto continuaba- El próximo martes trece, ejecutaré a mi
víctima número veintisiete, dos días más tarde a la veintiocho, y tres días
después de esta a la veintinueve. Esta vez te haré llegar unas pistas para que
puedas encontrarlas con tiempo, sí, con tiempo para detenerme antes de acabar
con mis víctimas treinta y treinta y uno.
-
¡Vamos, dime tus condiciones y
terminemos con esto!
-
Te preguntarás por qué te daré la
oportunidad de contenerme antes de los crímenes treinta y treinta y uno,
¿verdad?
-
Si aclárame – dijo Mario- Se trata de
aquellas personas que te esperan todos los días, a quienes no les das la
oportunidad de disfrutar de tu compañía cuando más lo necesitan. ¿Está claro
que todo es por tu culpa?
Al escuchar esa sentencia, Mario sintió
un vuelco en el corazón, era indudable que se trataba de algo personal.
-
No sé de qué hablas ni a quienes te
refieres. Dime qué te hecho para que tortures a esas personas.
-
Quizás cuestiones mis actos, y no solo
eso, hasta mis misivas. Por cierto, las palabras que escribí en el estómago de
la chica también son para ti, considéralas un complemento de esta llamada.
Te debo la relación que tienes con cada una de ellas. Lo haré en distintas entregas, como las novelas de antes, ¿recuerdas?… Pronto tendrás noticias de mí, ¡claro!, unos días después de cada crimen.
Te debo la relación que tienes con cada una de ellas. Lo haré en distintas entregas, como las novelas de antes, ¿recuerdas?… Pronto tendrás noticias de mí, ¡claro!, unos días después de cada crimen.
-
¡No cuelgues!… ¡Te prometo que te
encontraré!
Solo es escucho el sonido de la línea telefónica.
Mario, pregunto si habían podido rastrear la llamada. No, no lograron ubicarla.
Los homicidios se realizaron en las
fechas programadas. Con cada homicidio, había una pista que Mario y su equipo
fueron armando. Se aproximaba la víctima treinta, cuando por fin tenían indicios
del sujeto y las posibles víctimas. Así
que organizaron una cacería.
Mario avanzó a través del complejo
abandonado. Las paredes, a medio caer, dejaban a la vista cables y conexiones
de todo tipo; el suelo, levantado en muchos lugares, sostenía una gran cantidad
de polvo y restos de la construcción. No había demasiados muebles, y los que
quedaban, estaban en su mayor parte destrozados.
Se internaron en otra habitación,
luego en otra, y así sucesivamente. El sudor resbalaba por la cara de Mario, se
acumulaba en la nariz, y después caía sobre el suelo polvoriento.
Demasiado silencio. ¿Estaría muerto el
homicida? ¿o simplemente había decidido aceptar su destino?
Dio otro paso. Un tintineo desvió su
atención. Después un ruido ahogado y movimientos descoordinados.
-
¡Granada! – gritó uno de sus hombres.
Pero para Mario y su equipo ya era
tarde. Nunca cumpliría su promesa.
Lunaoscura