Tenía las manos llenas de ilusiones.
Sus ojos eran vivos, chispeantes, creía y confiaba en su suerte. Solo soñaba
con tocar una estrella, cada día intentaba volar un poco más alto, siempre
hacia arriba, siempre hacia el cielo. Su existencia era un paseo de anhelos, de
besos claros, de amores y desamores, de llantos, pero nunca de vacíos.
Más en un instante, cayó de esa
emoción de sentirse viva y se hundió en el fango de la rutina. Se sintió sucia,
cruel, vencida. Intentó volver a ser su recuerdo, más no pudo, no la dejaron.
Su sonrisa se transformó en una mueca,
sus ojos se tornaron opacos y sus manos ya no sostenían los efímeros sueños. Con
desesperanza, se retiró a una prisión con barrotes de melancolía, pero era
asaltada continuamente por entes de los que manaban palabras envenenadas de una
falsa comprensión y un acartonado afecto.
Decidió desertar de la mentira. La
encontraron abrazada a su muñeca preferida, con una sonrisa en los labios. Hoy,
existe como un recuerdo que apaga la cólera de una tarde cualquiera, en la que
ya no está ella.
Lunaoscura
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