La
noche cubría con su manto de oscuridad al cielo. En mi rostro, siento la brisa gélida,
susurrando palabras en un idioma tan antiguo como el tiempo. La luz de la luna,
es lo único que iluminaba el bosque, justo como a mí me gustaba, de modo que
salí de mi guarida, las ruinas de esta vieja casa abandonada. El silencio era
lo único que se oía, un silencio tenso e incómodo.
Encubierto
con las sombras, cruce a gran velocidad el bosque, sin hacer ruido al pasar
entre el follaje, sintiendo el aliento glacial de la noche en mi piel. Me sentía
libre, me sentía yo mismo en mi elemento, a pesar de que apenas se podía ver,
mis ojos estaban adaptados a esa oscuridad. Era el dueño de la noche.
Llegue
al lindero del bosque, un poco más abajo, estaban las luces de los faroles y de
las casas del pueblo. Una corriente tibia llegaba hasta mí, traía consigo ese olor
que revoluciona mis sentidos, ese dulce aroma ferroso que me hacía perder el
control.
Desbocado
me dirigí al pueblo, atraído por el aroma. Al llegar, mi descontrol aumento, los
olores eran muchos, más variados, más específicos, y me relamía los labios, de solo
pensar.
Camine
por las calles más oscuras para no ser descubierto. Algunos humanos salían de
los bares, con música estridente, olían a alcohol y a tabaco, reían entre ellos
y paseaban por la calle dando tumbos.
¡Qué
asco! Así no se podía disfrutar de una cena decente, venas llenas de alcohol y pulmones
apestando a humo… cada día los humanos se empeñan en estropearse más y más,
pensé.
Seguí
errando por esas calles en busca de algo más apetecible, más sano. De repente,
mi olfato detectó un aroma bastante apetecible. Perseguí el rastro, unas calles
más abajo, hallé a una chica joven, que salía de otra taberna, pero a
diferencia de los otros, olía de manera exquisita.
Sigilosamente
fui tras ella, al principio no pareció percatarse de mi presencia, eso me empiezo
a aburrirme, de modo que decidí jugar un poco con ella, a pesar de que mi madre
me decía siempre que “con la comida no se juega”.
Intencionadamente,
hice ruido con mis pasos para que me escuchara, unos segundos después, ella se vuelve.
Me ve quieto bajo la luz de una lámpara, mirándola de reojo. Ella sigue caminando,
pero esta vez un poco más rápido, yo repetí la jugada un poco más adelante. La
tercera vez, se dio cuenta de que la estaba siguiendo e intentó despistarme
girando bruscamente en la esquina de una calle.
¡Ahora
comenzaba el juego!
Me
deslicé por las calles con movimientos felinos, pasando de vez en cuando cerca
de ella, y otras veces lejos, para despistarla aún más. Ella, empezaba a ser
presa del miedo, echó a correr con todas sus fuerzas en cualquier dirección. He
de decir que, para ser una simple humana, corría bastante rápido, pero, aun así,
no lo suficiente como para superarme.
Logré
llevarla a un viejo almacén que había a las afueras del pueblo. Ella se metió
en él pensando que lograría esconderse, se refugió tras unos montones de cajas que
había en una esquina.
Su
respiración era entrecortada, jadeaba de cansancio, y la sangre bombeaba con más
velocidad por sus venas. Podía escuchar los latidos de su corazón desde mi
posición.
La
boca se me hizo agua cuando la sorprendí por detrás, cogiéndola de los brazos y
empujándola hasta la pared. Apreté mi cuerpo contra el suyo, sintiendo sus
formas femeninas y el temblor de su cuerpo. Ella intentaba, sin éxito, gritar
para pedir auxilio, yo disfrutaba del momento, olí su cuello, deslicé mis
labios por él, seguramente ella pensaba que la iba a violar.
-
¡Po… por… favor…!
Su
voz apenas era audible, sollozaba y temblaba de terror, yo sonreía ante su
impotencia y su debilidad… Mi sonrisa se borró, como si un témpano de hielo, se
la hubiera llevado, la miré a los ojos. Eran los ojos más hermosos que jamás había
visto, de un color verde esmeralda, empañados por las lágrimas que afloraban de
su interior.
Me
detuve, no fue solo su belleza, sino su mirada. Suplicaba que le perdonara la
vida. Aunque no me había hecho nada, suplicaba mi perdón… ¡A mí!
No
pude continuar, no pude matarla, la solté, ella cayó al suelo y se echó a
llorar. Miré por un momento mis manos, empezaba a aterrarme de mí mismo.
Los
momentos siguientes fueron algo confusos. Solo recuerdo que le pedí perdón. Acto
seguido corrí, corrí con todas mis fuerzas, tan rápido como el viento. No volví
a mi guarida, no volví a mi bosque, solo corrí, intentando huir de lo que me
había convertido.
En
aquel pueblo dejé al monstruo que había poseído mi alma y mi cuerpo, y juré que
nunca volverlo a dejarlo salir, aunque esa fuera la causa de mi muerte.
Durante
algún tiempo vague como un alma en el purgatorio, hasta que, en un acto de contrición,
ingrese a esta comunidad de hombres del Señor.
Lunaoscura
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