Primitivo, vivía
solo, pero desde un tiempo tenía la sensación de ser observado, lo atribuía a
su estresada vida. En algunas ocasiones con el rabillo del ojo veía una sobra
pasar, cuando volteaba no había nada.
Esta situación le incomodaba,
sentirse observado en su propia casa, era el colmo, pero esta sensación era más
intensa en el lugar más íntimo de su hogar, donde su humanidad descansaba
indefensa, su recamara. Así que decidió hacer una pesquisa, reviso cada rincón,
armario que había, inspecciono hasta debajo de la cama. Nada
Así pasaban los días,
la incomodidad se diluía entre la rutina y las prisas, otras veces, regresaba.
Una noche, la temperatura
bajo bastante, Primitivo se despertó con un estremecimiento por el frío que
sentía, pero como hombre practico que era, siempre a los pies de la cama tenía
una manta. Se incorporó de su lecho, extendiendo sus brazos para jalar la
manta, cuando observo entre los pliegues de ésta, unas pequeñísimas luces
brillantes lo observaban fijamente. De un salto, salió de la cama y prendió la
luz.
Estiro la manta y
armado con un zapato busco desesperadamente al invasor. Se había escapado,
busco afanoso, pero sin éxito, con temor decidió que a la mañana siguiente
y con la ayuda del sol no dejaría de buscar.
En efecto, al día
siguiente, el aspecto del departamento daba la impresión de que un tornado lo
había atacado. Primitivo, armando como todo buen soldado en terreno enemigo,
llevaba una escoba y mortales insecticidas. De repente, vio correr al monstruo,
pudo apreciarlo en su integridad. Era esbelta con líneas bien definidas, su
cabellera rubia, relucía con los rayos del sol que entraban por la venta.
Había corrido a un
rincón oscuro, Primitivo avanzaba como un tanque de guerra, aplastaba lo que se
encontraba a su paso, su miraba reflejaba la determinación asesina de un tigre
en caza.
Quito una bolsa que
protegía al bicho. Ahí estaba enfrentándolo retadora, dispuesta a pelear
hasta su último aliento. Ambos enemigos se observaron, midiendo los próximos
movimientos. Primitivo, soltó un escobazo y presiono el arma sobre el piso, después
de unos segundos, levanto el arma, la sacudió buscando el cuerpo inerte de la
invasora. No había señal de él, de reojo vio correr una sobra detrás de unos
libros esparcidos en el piso, de un salto le tapo el paso y empuño los
recipientes de insecticida, una nube del mortal veneno invadió la habitación.
Tanto Primitivo como el arácnido se tambalearon. El hombre, sabía que no había forma que ese
bicho se salvara, dejó la habitación. Se
dirigió al ventanal de la sala y la abrió para llenar sus pulmones de oxígeno.
De vuelta a su
recamara, el cuerpo del invasor convulsiona agónicamente, él procedió a poner
orden en la habitación, cuando escuchó una voz que, decía.
-
Mi nombre es Laura, nunca fue mi
intensión hacerte daño. Estoy aquí porque así me lo ordeno la gran abuela, para
invitarte a ver la vida desde una perspectiva elevada y ver a los ciclos que has
pasado con análisis positivo.
El rostro de
Primitivo era de desconcierto, estaba pasmado sin poder razonar nada, solo
podía ver como se le escapaba la vida a Laura, una hermosa rubia que compartió
sus últimas noches con él.
Lunaoscura
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