Mario
Estrada, llevaba más de veinte años como investigador privado, reconocido en su
medio por su profesionalismo y entrega, estaba ahí releyendo de nuevo el itinerario
que marcaba el mapa, y las anotaciones que iban apareciendo a su alrededor.
Levantó
la vista. La señora Ancona, le miraba atentamente ladeando la cabeza sobre su
hombro izquierdo.
-
¿Podrá hacerlo? - preguntó.
Mario,
se limitó a bajar de nuevo la mirada, dando a entender que meditaba en
armoniosa concentración. Tras unos minutos dijo:
-
Mire señora Ancona, sé perfectamente
realizar mi trabajo, pero entienda que… – la señora Ancona le interrumpió.
-
Decidí recurrir a usted porqué llegó a
mis oídos que era el mejor en su trabajo. No me importa cómo o qué sea usted,
sólo pido el mismo respeto. Quiero que encuentre a mis pequeños, y sé que están
ahí dentro.
Mario
miró de nuevo a la señora Ancona. Sintió que debía apartar la vista de nuevo. Si
bien era muy baja de estatura, había algo en sus ojos que le inspiraba
confianza.
-
De acuerdo señora, lo haré. En cuanto
al pago…
-
Señor Estrada, yo no dispongo de
dinero. Le puedo ofrecer un gran almohadón de plumas y buena parte de mi ración
diaria de alimentos.
Mario
Estrada, sonrió y se puso en pie, se quitó el sombrero y se dio la vuelta dándole
la espalda a la gallina.
Él,
reconocía que su profesión no era como la época dorada de los grandes
detectives, hombres vestidos de riguroso traje, gabardina y sombrero de ala
ancha que arrastraban el cigarrillo de una comisura de la boca a la otra, en
tanto se sumergían al mundo deductivo para resolver el crimen. En la
actualidad, la realidad era distinta, en especial para los detectives privados,
que a duras penas tenían clientes, a no ser de no ser por esposas o maridos
celosos que desconfiaban de sus cónyuges o uno que otro obsesionado, pero esto…
Suspiro
profundamente, su próximo objetivo, la Fábrica de Lácteos y Huevos Don Chema.
Lunaoscura
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