Esa tarde tenía un sabor
a melancolía, las calles estaban tapizadas de hojas ocres y amarillas, una
brisa suave pero helada le acariciaba el rostro a través de la terraza del café.
Arturo, pensaba que todas las despedidas
eran amargas, pero algunas lo eran más que otras.
En ese estado de
ánimo, sus recuerdos lo llevaron a aquella tarde que había sido especialmente
dolorosa. Sus últimas palabras, cuidadosamente elegidas para la ocasión,
conformaban un adiós sencillo, sincero y directo. Sin dar lugar a segundas
interpretaciones ni dejar lugar a la duda. “Lo que se acabó, acabado está”.
Aunque fue tan
tajante respecto a la posibilidad de un “después”, estaba convencido de que había
cometido un error al no seguir, aceptar el fin y dejarla. La profunda depresión
que lo consumió los siguientes días era prueba de ello.
Fueron exactamente siete
las noches cuyos sueños estuvieron tomados por la imagen de Susana. Ella aparecía
caminando hacia él con su cabellera agitándose al ritmo de sus pasos. Una
intensa luz blanca, del estilo de la que imaginamos cuando la muerte nos llama,
emanaba de algún lugar a sus espaldas. Él acercaba uno o dos pasos hacia ella,
hasta que algo le impedía moverme. Susana ponía un gesto de sorpresa al ver que
él paraba, y su paso vacilaba, pero sin mediar más de un segundo, sonreía y
reanudaba la marcha. Arturo también sonreía y esperaba su llegada. Notaba cómo
su aroma iba intensificándose en el ambiente…
Siempre se despertaba
antes de que ella llegara. Volvía a su realidad, pero su olor seguía presente.
Sabía que no iba a conseguir nada entristeciéndose y llorando, pero no podía
evitar comenzar cada mañana con lágrimas nublando su vista.
Se decía, asimismo,
si tienes un problema, y crees que existe una solución, intenta resolverlo, pero,
de igual forma sabía que cuando no se tiene esperanza de encontrar la solución,
el problema sigue machacando la mente y hundiéndote un poco más, porque no se
puede marcar un objetivo y pensar que todo se va a solucionar.
Fue una época en que
se sentía destrozado porque no existía ninguna solución, solo dejar correr los
días y sabía que era cierto, el dicho de que “el tiempo cura las heridas” pero
en esos momentos le sonaba a un chiste de mal gusto.
Pero nada es eterno y
el tiempo es sabio, él había sanado emocionalmente, aunque de cuando en cuando,
el recuerdo de Susana perturbaba su tranquilidad como esa tarde.
No obstante, era solo
eso un recuerdo más. Se levantó de su asiento y salió del cafetín, se alzó las
solapas de su gabardina y enfiló calle abajo. Al dar vuelta en una esquina
accidentalmente chocó con una persona.
-
¡Disculpe mi torpeza! ¿No se hizo daño?
- Inmediatamente ofreció disculpas. –
-
No, estoy bien. No se preocupe. –
Respondió la voz asustada de una mujer. -
-
Al escuchar la voz, sintió como un
balde de agua fría y su corazón palpito apresuradamente- ¡Susana!
-
Ella levantó la vista, una sensación
de incomodidad la invadió, pero mantuvo la compostura- ¡Arturo, que coincidencia!
Por unos instantes se
quedaron en completo silencio, sin acertar qué decir ni qué hacer. Finalmente,
el silencio lo rompió Arturo.
-
¿Cómo has estado? ¿Qué es de tu vida?
-
He estado bien, gracias. Trabajando,
ya sabes, lo normal. -Fueron sus lacónicas respuestas. –
-
Algo se apoderó de él y osadamente se aventuró-
Sí tienes tiempo te invito un café para platicar un rato.
-
Susana dudó por un momento, pero había
llegado el momento de cerrar un ciclo con Arturo- Está bien, vamos a tomar ese café.
- dijo con una amplia sonrisa dibujada en su rostro.
Caminaron de nuevo al
cafetín donde minutos antes Arturo la recordara. Durante el breve trayecto,
platicaron de situaciones comunes del colegio, tal vez, para aligerar el
ambiente tenso que los rodeaba.
El mismo estilo de
plática se mantuvo por un largo tiempo en el establecimiento, hasta que no hubo
otro remedio que hablar de lo que entre ellos había pasado. Ambos, trataban de
manejar el asunto como “adultos”, entendiendo las circunstancias y estando de
acuerdo que el final fue lo mejor que pudieron hacer.
Pero en realidad,
ambos contenían sus emociones, Arturo, la necesidad de confesar que se había
equivocado y lo mucho que había sufrido y, Susana, se mordía los labios para no
llorar y decirle la decepción que le había producido su comportamiento tan cruel
e injustificado.
Bajo ese ambiente,
Susana fue la que manifestó su deseo de retirarse, argumentado que ya era
tarde. Arturo coincidió con ella y se ofreció llevarla a donde se dirigiera.
-
Al salir del café, Arturo la tomó del brazo.
- ¿A dónde te llevo?
-
No es necesario, abordo un taxi, gracias.
- Ella respondió. –
-
No, por favor, yo te llevo.
-
Esta bien, gracias. Aunque es un poco
lejos de aquí.
-
No hay problema, tú no te preocupes. -
Respondió Arturo con una sonrisa. -
Durante el trayecto, hablaron de sus actuales
vidas, ambos se habían separado de sus parejas y trataban de rehacer sus vidas.
Charlaron como si fueran antiguos cómplices. Arturo tomó la mano y algo que
creían superado renació, él estacionó el vehículo, en una calle algo solitaria
y en penumbras, como en antaño.
Las caricias y los besos no se hicieron esperar,
el ambiente se avivaba, hasta llegar a un acuerdo nudo de compartir sus
intimidades. Arturo arrancó y se dirigió a su departamento. Ambos, se
entregaron a la pasión y la lujuria como si tuvieran el hambre de caricias
atrasado.
Entrada la madrugada, él le pedía que se quedara,
pero ella insistía en irse. Sin más remedio, la llevo a su casa. Se estacionó
frente a la casa, ella tomó su bolsa y se acercó para darle un beso de despedida.
-
Te hablo maña… Te hablo después. – Dijo
indeciso Arturo. –
-
Ella sonrió de una manera sarcástica.
- No te preocupes, ya sé lo que sigue… Algún
día nos volveremos a encontrar… Aprende a no decir lo que no te nace… ¡Adiós!
Arturo no lograba comprender,
solo vio como la figura de Susana desaparecía detrás de la puerta.
Lunaoscura