María, deambulaba por los oscuros callejones de aquel Coyoacán laberíntico, intentando recordar de dónde venía ese dolor que le carcomía el alma. Su andar era pesaroso en medio de esa lluvia fina y constante, sentía como todo se apagaba dentro de ella a cada paso, como el aire era más denso y menos puro. Las gotas de lluvia que caía sobre su cuerpo entumecido como agujas que se entrelazaban con su vestido blanco y su carne, cosiendo y descosiendo sus heridas.
Detuvo su errar, se recargó en la pared, fría y húmeda, bajo un viejo balcón del que salía una tenue luz, aquella luz. De nuevo el dolor. Se apartó hacia el inmenso vacío de esa calle empedrada, silenciosa y oscura para poder contemplar el ventanal, aquella luz la quemaba, pero le era imposible recordar. Entonces vio la cortina, y su movimiento, le faltaba el aliento, sus ojos se desorbitaron, su corazón se paralizó. Esa silueta recortada a contraluz. Sintió un golpe a su conciencia. No podía recordar.
Un silencio sepulcral invadió la calle, hasta el punto de convertir en eco su agitada respiración. La lluvia no se oía caer, nada se oía, solo la vida se le escapa en medio de un grito que suplicaba.
La luz se apagó y el balcón desapareció, la sombra se escampó por cada rincón de esa calle llenándolo todo de una irremediable soledad.
María se perdió y el dolor la abrazó en gotas de lluvia, acompañándola a penar por esas calles en busca de aquellos recuerdos que no podía recordar.
Lunaoscura
No hay comentarios:
Publicar un comentario