En
un lugar cualquiera, en un tiempo impreciso, la humanidad ha sucumbido a esa
sensación fría en la nuca, una mirada gélida apuntando a cada una de sus
respiraciones. Gente inerte, calles repletas de personas prefabricadas. Un
enorme engranaje déspota y cruel, moviendo los hilos de vidas no vividas y sueños
adaptados a un guion inflexible.
Enormes
edificios que albergan los latidos de una ciudad que bombea apatía. Los sombríos
pensamientos acorralados en un rincón de cada mente que es capaz de pensar se
esconden temerosos por largos pasillos impersonales.
Mientras,
una voz enumera montones de carne y huesos, tediosos y alienados, incapaces de
despertar del letargo. La pantalla de un televisor inyecta odio catódico
comprimido en dos minutos, suficientes para que toda la ciudad sucumba a los
encantos de la irracionalidad guiada.
En
tanto, todavía hay quien en secreto tirita pensamientos prohibidos en un
cuaderno vetado por la inquisición del libre albedrío. Valiente y desamparado a
la vez, en el esquirol del ruinoso rebaño, intenta ser libre dentro de unos
anchos barrotes fingiendo que es feliz.
Es
innegable, la peste a llegado.
Lunaoscura
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