Desde
hacía tiempo, Rigoletto tenía sensaciones extrañas que lo asustaban e inquietaban,
pero al parecer él era el único en sentirlas, los demás habitantes de la casa
no habían comentado nada. Llegó a pensar que sufría los estragos del insomnio
que lo aquejaba desde hace mucho tiempo, tanto que ya no tenía idea de cuándo
había comenzado.
Las
voces, los pasos sobre las escaleras, las puertas azotándose y las sombras se
hicieron una constante en su vida. Empezaba a dudar de su salud mental.
Una
noche, que descansaba en un sillón de la sala, abrió los ojos, sintió su cuerpo
entumecido, intentó incorporarse. No pudo, lo intento de nuevo, pero estaba
completamente inmovilizado. La habitación estaba envuelta en una densa
oscuridad y un intenso olor a incienso.
De
pronto una garra atenazaba su garganta. La sensación de miles de botas
golpeando rítmicamente en sus sienes desde dentro… Ya no sabía si era el calor
húmedo o la histeria el que… Ese sudor le abría su espalda como un arado de
hielo… La desesperación inundaba su ser.
Las
preguntas morían antes de ser concebidas por su mente ya demasiado débil. La
impotencia y el terror hicieron cortocircuito en su espina dorsal.
Entonces
un torrente de voces bañó su cabeza. Trató de averiguar qué decían. Se
concentró en una, relegando a las otras que, como moscas, zumbaron alrededor.
Pero según acababa una voz, otra venía a arrebatarle el puesto en la cabeza.
Eran
voces desconocidas que recitaban una especie de cantico en un idioma
desconocido.
“Sancte
Míchaël Archángele, defénde nos in prælio, contra nequítiam et isídas diábolo
esto præsídium. Imperet illi Deus, súpplice deprecámur: tuque, Princeps milítiæ
cæléstis, Sátanam aliósque spíritus malígnos, qui ad merditiónem animárum
pervagántur in mundo, divína virtúte, in inférnum detrúde. Amen”
Sintió
desvanecerse por un instante y de la nada una luz blancuzca y brillante se posó
frente a él.
Todo
lo que había hecho en su vida desfilaba ante sus ojos en un ordenado y perfecto
caos, como el impredecible camino que sigue el humo de un cigarro en el aire.
Volvió
a ver, entre pequeños destellos de la luz trémula de una bombilla epiléptica. Olía
a chamuscado, pero fue perdiendo los sentidos, el último en desaparecer, para
su desgracia fue el oído… A su alrededor sólo había oscuridad y silencio…
Lunaoscura