Cansada
de su reclusión, decidió salir a distraerse, anduvo por las calles del centro
de la ciudad, hasta que decidió entrar a ver una exposición de pintura en uno
de los tantos museos del lugar. Deambulo sin rumbo por las salas sin que nada
atrapara su atención.
Hasta
que un cuadro la atrajo. Seres oníricos que fusionados con la luz y el sonido creaban
un algo único, sumergiendo al espectador a un análisis de las posibilidades creativas
que habitan en el ser humano. Estaba tan absorta que, no se percató que a su
lado estaba otro cautivo. Accidentalmente, su cara se impactó en el pecho del
hombre. Ambos desconcertados, y ella apenada le ofreció una disculpa.
El
hombre, con una mala pronunciación del español, le intentaba decir que no había
problema, e intento entablar una conversación, pero Ariana estaba tan confusa
que se retiró de la sala.
Él
la siguió, le causaba cierta jocosidad su turbación. Salas más adelante,
nuevamente se acercó a ella. Ariana, no le quedó otra que aceptar la charla,
así que ambos recorrieron la galería.
Eran
un poco más de las seis de la tarde, cuando salieron y empezaba a oscurecerse. El
sujeto, a media lengua, como se dice en México, la invitó a tomar un café. El
hombre era simpático, así que aceptó la invitación.
Ariana
lo llevó a “Noma”, un cafetín que de suelo a techo es gris, y donde se puede
ver al maestro panadero haciendo lo suyo, así como los costales de harina, la
báscula, los ingredientes, el horno y el carrito donde ponen las charolas
repletas de pan salado y bizcochos. Tomaron asiento, de tal manera que tuvieran
una vista de todo el local y del espectáculo que ofrecía la panadería.
Durante
unos minutos, el hombre se dedicó a admirar el lugar, su semblante reflejaba
curiosidad y fascinación. Ariana estaba divertida, y recordaba que esa misma
actitud tuvo cuando visitó por primera vez el lugar. Una empleada se acercó
para entregarles la carta.
Él
procedió a presentarse. Su nombre era Adriano Abadinchi, originario de la
provincia de Berona, Italia, y estaba de vacaciones, además aclaro que su
español era muy malo. Ariana, no podía dejar de reírse con esa presentación. Imitándolo,
procedió a presentarse. Ariana Hurtado, originaria de la Ciudad de México,
vivía y trabaja en el lugar, y su italiano era pésimo. Ambos, no dejaban de reírse.
Las
horas transcurrieron sin darse cuenta. El idioma en ningún momento fue un obstáculo
para la comunicación y para que la pasaran estupendamente.
Caminaron
unas cuantas cuadras, hasta que ella le preguntó dónde se hospedaba. Adriano,
le informó que, en el NH del Centro Histórico, a poca distancia de la catedral
Metropolitana. ¡Perfecto!, vamos en sentido contrario, argumento Ariana. Ambos al
mismo tiempo, giraron sobre sus pasos, lo que motivo una ráfaga de carcajadas.
Sin
prisa ni tardanza, llegaron a la entrada del Hotel. Adriano estaba expectante,
sería que ella se quedaría con él. No se atrevía a preguntarle, sin ofenderla,
pero no fue necesario. Ariana, le extensión la mano y se despidió cortésmente, deseándole
que disfrutara de sus vacaciones.
Desconcertado,
Adriano le agradeció su compañía y observó cómo se alejaba por la avenida. Por un
momento, se le helaron las ideas. Ella estaba a punto de girar por una esquina,
cuando se echó a correr para alcanzarla.
Le
tocó el hombro, mientras le decía espera. Ariana, tenía cara de sorpresa y
susto -sería otro loco mal pensado- pensaba para sí.
Una
vez que Adriano recuperó la compostura, le pidió permiso para acompañarla a su
casa.
-
¡No! Cómo crees, no es necesario.
Además, vivó lejos de aquí y tú no conoces la ciudad.
-
Pedimos un taxi que nos lleve y me
regrese. Hubo un incómodo silencio, hasta que finalmente él, dijo- ¿Alguien te
espera?
-
Sí y no
-
¿Cómo está eso, de sí y no?
-
Sí me esperan, pero no quién crees,
sino mis hijos.
-
¡Tienes hijos! -su asombro era
inminente.
-
Sí tengo dos. ¿Te molesta?
-
No, no solo que me toma de sorpresa.
-
¿Por qué? ¿Qué te imaginaste?
-
No, nada. Te puedo llevar a tu casa-
su voz se oía segura.
-
Bajo ese entendido, me puedes acompañar
a mi casa.
Ambos
caminaron sobre la avenida, a la caza de un taxi. Por fin pudieron abordar uno.
Ariana le dio instrucciones al chofer para dirigirse al sur de la ciudad.
Durante el trayecto, platicaron más a fondo de sus actividades y aspiraciones.
No se podía negar, Adriano alegraba el espíritu de Ariana.
Finalmente,
el taxi se estacionaba enfrente la casa que Ariana le indicó. Nuevamente, ella
se despedía y agradecía la atención del hombre, pero esta vez, Adriano no le
soltó la mano y le pidió su número telefónico y la oportunidad de volverla a
ver.
Ariana,
se puso nerviosa, era muy desconfiada con ese tipo de acercamientos, por un
momento dudo y miles de estrategias cruzaron por su mente. Levantó la vista y
se tropezó con la mirada del hombre que la observaba fijamente con una expresión
de súplica.
-
Está bien, este es mi número -le
extendió una tarjeta de presentación- En cuanto, a salir, tal vez, recuerda, yo
no estoy de vacaciones, yo vivo aquí y tengo deberes.
-
Cierto, pero nos organizamos, te
parece- su felicidad era evidente.
-
- Esa reacción, le estrujo el corazón
a Ariana- Claro, nos organizamos.
Bajo
del vehículo y lo observó alejarse por la calle solitaria y oscura. Abrió la
puerta de su casa. Sus hijos ya se habían ido a dormir. Subió a su recamara con
una sensación de angustia -en que lío se había metido- pensaba.
La
mañana, transcurrió como de costumbre, entre trabajo, casa e hijos. Seguía en
la oficina, cuando recibió la llamada de Adriano que, la invitaba a cenar. Contundentemente,
declinó la invitación, tenía otros planes con sus hijos y eran impostergables.
El silencio de hizo, Adriano no decía nada, ella pensó que ya no volvería a
llamarla, pero craso error.
-
¿Me puedes invitar? Me gustaría
conocer a tus chicos.
-
- Pasmada- Ariana no atinaba que decir-
¿Qué le iba a decir a sus hijos? ¿cómo lo presentaría?
-
Discúlpame, no quiero causarte
problemas.
-
No, no es eso. Solo que me
sorprendiste.
-
Okey,
¿dónde te veo?
-
¿Cómo? -estaba evidentemente aturdida-
En la entrada de la Catedral a las seis de la tarde.
-
¡Perfecto! ¡Ciao!
Ariana,
estaba sorprendida con el desparpajo del hombre, pero ese atrevimiento le
causaba mucha gracia.
Cuando
llego a la cita, Adriano ya estaba ahí, sonriente como un niño que lo llevaran
de paseo. Ese hombre, tenía algo que a ella le encantaba y le daba confianza.
Así las cosas, llegaron por los chicos, era un hombre tan encantador que se ganó
la simpatía de los jóvenes. Fueron al cine y después a cenar. Adriano los llevó
a su casa y regreso a su hotel.
De
una forma misteriosa, Adriano se volvió en pocos días amigo de la familia, si no
salía con Ariana, salía con los chicos. El penúltimo fin de semana, invitó a la
familia al estado de Morelos. Había contratado un viaje y todo lo tenía listo.
Ariana
se sentía profundamente agradecida, por la forma de tratar a sus hijos y a
ella. Aunque, sabía que el siguiente fin de semana él regresaría a su país y la
fantasía terminaría. No obstante, decidió disfrutar al máximo el tiempo que les
quedaba.
Adriano,
le pidió que el viernes fueran a cenar los dos solos como despedida, ella
aceptó sin vacilaciones. Durante la
última semana, Adriano salió con los chicos y en otras salían los cuatro.
Llegó
el viernes, y como lo habían acordado, saldrían los dos solos. Se quedaron de
ver en el piso cuarenta y uno de la Torre Latinoamericana, Adriano había hecho
una reservación en “Miralto”; Ariana odiaba las alturas, pero la ocasión
ameritaba olvidar su fobia.
La
cena, el vino y el panorama eran estupendos y que decir la compañía de Adriano,
la vida le sonría a la mujer. Pasadas las doce de la noche, decidieron
retirarse. Caminaron, hasta el hotel,
Ariana, sabía lo que continuaba, estaba tensa, pero dispuesta a vivir esa noche
con ese hombre maravilloso. Sin mediar
palabra, subieron a la habitación.
Adriano,
cerró la puerta con cuidado intentando no fijarse en sus manos que temblaban un
poco por lo que iba a ocurrir. Se volvió para encontrar a Ariana de pie a su
lado, con las manos entrelazadas, mirando a todos lados con las mejillas
enrojecidas.
De
vez en cuando sus ojos lo buscaban para desviarse tímidos, hacia otra
dirección. Adriano, dio unos pasos hacia ella controlando sus movimientos pues,
lo que menos quería, era asustarla en ese momento.
Levantó
la mano para acariciarle la mejilla y notó la calidez de su nerviosismo. Se
deleitó con la forma en que ella inclinó la cabeza hacia su mano, cerrando los
ojos, invitándolo con la boca entreabierta al despertar del amor. Se enterneció
ante su gesto pues, a pesar de ello, por sus manos sabía que temblaba como una
hoja y quiso apaciguarla del único modo que iba a hacerlo.
Se
inclinó y rozó con sus labios los de ella, caricia que la asustó antes de
prepararse para la siguiente. Besos furtivos y rápidos se sucedieron, mientras
sus corazones latían al unísono y los nervios daban paso a la pasión de sus
cuerpos y sentimientos.
Adriano
empezó a desabrocharle el vestido dejando cada vez un poco más de su piel al
descubierto. Sintió ganas de darle la vuelta y besarla en todos esos puntos. Deslizó
el vestido por los hombros y brazos dejando que este siguiera su camino hacia
abajo.
Se
apartó de los labios de ella, queriendo contemplarla más, pero no puedo ni dar
un paso atrás, ella se acercó a él buscando su protección, demasiado expuesta
para su tranquilidad en ese momento.
Notó
los intentos que hacía Ariana, por soltar los botones de los ojales de la
camisa, con las manos temblorosas lidiaban con ello. Esperó paciente a que el
último botón saliera acariciándole los brazos y produciéndole descargas en su
cuerpo conforme se acercaba a los puntos más erógenos que iba descubriendo.
Cogió
sus manos y las posó donde ella no se atrevía, dejando que su camisa se fuera
apartando de su paso para hacerle compañía al vestido. Con las dos manos acunó
su rostro y la cubrió de besos que se morían por probar de nuevo esos labios y su
tersa piel.
Sus
gemidos eran música angelical y esas manos que temían tocarle, lo acariciaban
cada vez con mayor valentía, empezaban a encenderlo. La empujó con suavidad
hacia el centro de la habitación deshaciéndose del sostén que quedó en el
camino y, sin abandonarla, la tendió con cuidado sobre la cama, siempre los
ojos fijos en los de ella para que se apoyara en él.
Siguió
regalándole besos por todo el cuerpo, bajando por el cuello, dejándolos en los
hombros para volver al centro y seguir descendiendo al corazón de sus pechos,
tomándolos entre sus manos y recorriéndolos con los labios. Percibió los intentos de ella por quedarse
quieta, pero sabía que su cuerpo reaccionaba y, una parte, buscaba el alivio
para esa necesidad que la embargaba, para esa humedad que estaría filtrándose a
través de ella.
Continuó
su camino. La besó sin exigirle y volvió arriba colocando su cuerpo sobre ella
sin que tuviera todo el peso, pero sí para sintiera cómo la acariciaba con él.
Ambos cuerpos estaban incendiándose juntos, volcando la pasión de su amor en los
besos y caricias que los llevaban a querer más.
Adriano
se apartó un momento para deshacerse de la ropa que le queda encima, mientras
la contemplaba. Se dispuso a su lado, separándole las manos del rostro para
encontrarse con sus ojos humedecidos y los besó bebiéndose sus lágrimas de
nerviosismo, haciéndole saber que estaba ahí para ella. Buscó sus labios
temblorosos y la sumió en la espiral de placer que ellos podían ofrecerle,
mientras sus manos la recorrían cada vez más cerca de su feminidad.
La
cabeza de ella se echó hacia atrás dejándose llevar a otro lugar, donde los
colores brillaban y el cuerpo pesa como para moverse. Él se inclinó hacia su
lóbulo, lo besó y acarició con la lengua. La instó a abrir las piernas y se
situó entre ellas, sus manos buscaban las de ella para que notara una parte ya
preparada para el momento culmen. Ella las retiró con premura en el momento en
que lo notó y él rió ante la temeridad de ella. Volvió a intentarlo y, esta
vez, su inquietud hizo que siguiera el contorno de esa parte de él que ardía en
deseos por hacerla suya.
Se
mantuvo en silencio y quieto. Cuando no pudo más, la tumbó sobre la cama. Empujando
tan lentamente que parecía una caricia tan suave y gozosa que sacó de sus
labios unos gemidos y una sonrisa de complacencia. Siguió avanzando. Una vez.
Dos. Tres… Esa unión y el placer en ese momento, los llevó a un paraíso donde
solo ellos podían acudir. Sus cuerpos y sus esencias se fusionaron en un único
ser lleno de amor y sensualidad. El que ellos habían creado.
A
las doce de la noche del día siguiente, Ariana y sus hijos despedían en el
aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, a su entrañable Adriano. Pero
la historia, podría continuar, nunca se sabe…
Lunaoscura