El
tiempo transcurría, ella se mantenía impaciente en el descanso de las escaleras
dando vueltas. Al tiempo, en su cabeza rondaba una idea que pronto se convirtió
en una obsesión.
¿Cómo
puede ser posible?”, pensaba mirando su teléfono móvil. Las siete y treinta de
la tarde. No llega, ¡no viene! ¿Será que no le gusto? Después de todas las
miradas, las insinuaciones, las caricias disfrazadas… ¿Me habré equivocado con
él? Hubiese apostado que estaría aquí antes de la hora, dispuesto a hacer todo
cuanto le pidiera. ¡Pero no!, ni siquiera se ha llamado. Las siete y cuarenta y
cinco. ¿Y si se ha marchado? Aquella posibilidad se hizo fuerte en su mente
hasta convertirse en un argumento irrefutable. ¡SE HA MARCHADO!”.
Decidida,
se dirigió a la puerta que comunicaba con las escaleras, las subió en un santiamén.
Empujó la puerta que daba al recinto de trabajo, atravesó el espacio por el
camino abierto entre los escritorios. Suspiró con alivio al ver a Mario sentado
frente a su mesa de trabajo. Éste la vio venir, notando cierta preocupación en
su rostro que se trasladó también al suyo, al vislumbrar el esfuerzo que supondría
dar explicaciones.
-
Pensé
que habíamos quedado - lanzó la recriminación a bocajarro sin preocuparse de
que la oficina también tenía oídos.
- Es que…
- ¿No te gusto? -Sintió cierta
desidia en su compañero, notando de rebote, una punzada en el corazón- Pensé
que me deseabas. ¡No me has quitado ojo desde que entré en esta oficina!
- Yo…
- ¿De verdad no has querido verme?
¿De verdad? -El dolor se mezclaba con desesperación- Pues para que sepas… -Ella
bajó la voz agachándose hasta la altura de Mario, que continuaba sentado- Lo
habríamos hecho en las escaleras -a Mario se le salía el corazón de su sitio-.
Sí, en las escaleras. Te hubiera dejado besarme hasta el último rincón de la
piel, te hubiera dado placer salvajemente hasta que suplicaras basta. Pero no,
no has estado.
-
Es
que…
-
No
hace falta que pongas excusas, ha quedado suficientemente claro.
- No es eso. Tengo un informe
urgente que tengo que presentar -se excusó Mario -Llevo corriendo desde las
cinco para terminarlo a tiempo.
-
¿Entonces
ibas a ir?
-
¿Cómo
no voy a ir? Llevo soñando con esa posibilidad desde hace meses. Y aún no puedo
creerme que estés aquí, de pie a mi lado tras haberme dicho… -Tragó saliva- No
me lo creo, aunque me pellizques.
- ¿En serio ibas a venir?
-
¡Claro!
Pensé que acabaría, pero se me complicó. Dame cinco minutos.
-
Te
daré mucho más -Se envalentonó mordiendo suavemente el lóbulo de la oreja - Ahí
tienes tu pellizco. ¿Estás soñando?
- Más de lo que imaginas…
-
Te
espero en la sala de juntas.
Mario
se embobó observando el balanceo de sus caderas, mientras iba camino a la sala
de juntas, tardando unos segundos en volver al trabajo que aún tenía pendiente.
Unos minutos después, tras confirmar que no tenía errores, envió el informe.
Se
levantó de su asiento, hizo acopio de valor, no tardó en llegar a la puerta que
comunicaba con la sala de juntas.
-
¿Hola?
-Susurró. No hubo respuesta- ¿Estás aquí? -Llamó con los nudillos a la puerta,
sin resultado. Mario sujetó el picaporte, lo giró y entreabrió tímidamente la
puerta como quien no sabe si le espera una fiesta sorpresa tras el umbral - ¿Estás
aquí?
-
Esta
vez sí que has venido - Saludó al recién llegado apoyada contra la mesa de
juntas y ofreciendo, sin desearlo, una visión tan contradictoria como
desconcertante. Desnuda de cintura para arriba con los pechos suplicando un
reconocimiento manual aparte de visual, posando con la falda amenazando con
caerse al suelo -Mario se mantenía petrificado ante el paraíso carnal que se
abría ante sus sentidos.
-
¿Te
vas a quedar ahí en la puerta?
-
N…
No.
- Pues pasa -Ella liberó la falda
del escaso lastre que ofrecía su cuerpo, y ésta resbaló instantáneamente al
suelo imitando. -No te imaginaba tan tímido.
-
Y
no lo soy -desmintió Mario con un fino hilo de voz. “¡NO LO SOY!”, gritó para
sí.
Mario
cerró la puerta despacio tratando de hacer el menor ruido posible y se detuvo
unos segundos para encontrar la manera de atrancar la entrada. No la había, por
lo que ambos tendrían que asumir la posibilidad de que les atraparan en plena faena,
jugándose, sin que hubiera alternativa, su puesto de trabajo. Además de la
reputación de ella, si es que no estaba enterrada ya tras el aluvión de
cuchicheos que habían dejado en la oficina.
-
¿Tienes
miedo de que nos encuentren? – Pregunto ella, al tiempo que con gestos le
instaba a acercarse - El peligro me excita. ¿A ti no?
- Cuando me juego el trabajo no
tanto -Mario se aproximó a la chica saboreando el momento a pesar del peligro.
Como se evidenciaba, el riesgo no le era tan molesto- Aunque ahora no puedo
pensar en eso.
-
¿Y
en qué piensas?
No
necesitó responder con palabras. Mario empezó por el cuello y acabó
directamente en la feminidad de ella, tras haber dado pequeños mordiscos en la
cintura que le despertaron una mezcla de cosquillas aderezado con escalofríos de
tal intensidad que fue incapaz de esconder los gemidos por más que se mordió el
labio inferior. No estaba preparada para tal cascada de placer. Tampoco para lo
que vendría a continuación.
-
¡PAR…!
¡PARAAA…! - Gimió ella entre espasmos-.
-
¿Quieres
que pare?
-
¡SÍÍÍ…!
Mario
hizo caso omiso a las súplicas de la chica. Los espasmos aumentaron de
intensidad disminuyendo el tiempo entre ellos, hasta que el vértigo se dejaba
notar anticipando un orgasmo sin frenos, Mario se detuvo hábilmente dejándola
con las ganas removiendo su insatisfecho deseo.
-
No,
mejor no -dijo ella-. No me siento nada cómoda aquí. ¿Y si viene alguien?
-
Nadie
va a venir –Mario la tomó de la mano. Después, trató de cerrar la puerta-. Deja
que cierre.
- En serio, mejor lo dejamos para
otro día —las palabras carecían de lógica para Mario, e incluso para ella, pero
así le salieron—. O podemos quedar en mi casa.
-
¿Me
vas a dejar con las ganas?
Mario,
descendió su mano hasta la entrepierna de ella, acariciando suavemente. Ella, le
agarró la mano sin demasiada delicadeza instándolo a cejar en sus intenciones.
-
Lo
dejamos para otro día - Besó a Mario en los labios suavemente, sin presión,
como si entre ellos debiera permanecer la más casta de las relaciones. Él se sintió
incapaz de reaccionar al rechazo-. Tengo que marcharme. Tienes razón, no me
gustaría que nos pillasen en la sala de espera de la oficina.
- Pero…
- Mañana nos vemos. -Diciendo
esto, se medió vestía rumbo al elevador. -
Lunaoscura
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