Son
las cinco de la mañana, el gruñido de sus tripas, le hacen abrir los ojos. Aún
está oscuro, amodorrado se estira sobre su cama improvisada, fija la mirada al
techo del zaguán que le ha dado cobijo, jala las cobijas, tiene frío y se cubre
hasta la boca. Otro día más, otro día de sobrevivencia.
Después
de un buen rato de no pensar en nada, se incorpora y de su maleta saca un
peine, ante todo es la presencia, de otra manera nadie de dará la oportunidad
de ganarse unos cuantos pesos para comer.
Una
vez acicalado, se levanta y empieza a recoger sus pertenencias, un envoltorio
de cobijas, cartones y su maleta. Se dirige al estanquillo de don Sebas, para encargárselas.
De ahí se dirige al mercado, a ver quién de los locatarios necesita un cargador.
A
las ocho de la mañana, exhausto por el demoledor trabajo, tiene en su poder unas
monedas que le permiten tomar un atole y un tamal para mitigar el hambre.
Con
la barriga llena, deambula por la plaza buscando latas de refresco vacías u
otra cosa que llevar a vender al depósito de desechos. El día pasa velozmente y
tenía que asegurarse la comida y algo para la cena.
Mientras
pepenando, su mente lo lleva a otros tiempos, donde no tenía que humillarse recogiendo
lo que otros tiran. Ese tiempo, donde tenía trabajo, familia y un hogar.
Mientras los recuerdos lo avasallaban, sus manos se crispaban en los
desperdicios y sus ojos se humedecía con lágrimas de frustración e impotencia.
Cómo
pudo creer que esa empresa podía duplicar su dinero, que iluso. Él no había
sido el único defraudado, muchos apostaron y lo perdieron todo. De nada sirvió
las denuncias, las manifestaciones para exigirle a la autoridad que tomara
cartas en el asunto. La respuesta era la misma “Había una laguna en la
legislación que le impedía tener injerencia en el asunto, pero haría todo lo
posible de tomar las medidas necesarias para dar solución”.
El
tiempo paso, y él fue perdiendo todo en forma paulatina hasta quedar solo y sin
un centavo en la calle. Debido a las ausencias laborales, lo despidieron, por
la falta de ingresos, no tuvo forma de enfrentar las deudas, lo que trajo la pérdida
de su hogar y finalmente, su familia cansada y agobiada por la miseria, se
había ido a vivir a la casa de sus suegros.
Mientras
las autoridades proclaman a los cuatro vientos, que estaban para garantizar a
todos y cada uno de los ciudadanos una vida digna, alimento, casa y trabajo
para satisfacer sus necesidades, dado que era un Estado de derecho que
respetaba y defendía los derechos humanos de cada hombre, mujer y niño. Mientras
Benito con un sentimiento de fracaso, terminaba sus días rodando por las
calles.
Lunaoscura
No hay comentarios:
Publicar un comentario