Tenía la esperanza en
que él muy pronto le declararía su amor. Después de todo, casi un año había
pasado desde que aquel extraño hombre comenzó a entregarle una rosa roja casi
diariamente. Y aunque él solo se limitaba a hablar de cosas cotidianas e intrascendentales,
siempre la miraba de manera absolutamente inquietante.
A cada flor la
acompañaba una pequeña tarjetita con un número represivo, escrito con tinta
roja; lo que hacía pensar a Corina que eran los días que faltaban para que él
por fin diera el primer paso para proponerle una relación amorosa. Qué romántico
es, pensaba ella.
Aquella noche, se arregló
más que nunca. Llegó a la misma hora de
siempre al bar en donde se habían conocido, y como era su costumbre él ya se
encontraba en la mesa del fondo.
Se acercó para
saludarlo, pero se sorprendió de recibir una rosa de color negro, aunque estaba
absolutamente contenta, pues la flor de ese día era la del número cero.
El resto de la velada
transcurrió con platicas de sobre mesa, pero él parecía algo tenso, por lo que
Corina le preguntó sí pasaba algo. No en absoluto, fue la respuesta de él. Después
de unos minutos, el hombre se disculpó y abandono el lugar con el desconcierto
y frustración de la chica.
Tres días después, encontraron
a Corina en su departamento, se hallaba recostada en su cama con una sensual bata
de seda negra, sin una sola gota de sangre y una rosa negra tatuada en el
pecho.
Lunaoscura
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