Daniela
cenaba en su casa. Estaba sola, los niños estaban de vacaciones con su ex-marido.
Su única compañía en esa vieja casona era
Mechas, su pastor alemán. De pronto, todas las luces se apagaron. La mujer se sobresaltó,
pero continuó comiendo. Al fin y al cabo, solo los niños le temen a la
oscuridad, ¿no?
Alcanzó
el tenedor y se llevó un gran trozo de carne a la boca. En ese momento un
fuerte sonido en el piso de arriba hizo que el utensilio se le cayera de las
manos. Las orejas del perro se erizaron y comenzó a gruñir. Daniela cogió el
cuchillo y se dirigió hacia la caja de fusibles. Cuando miró, se percató de que
todos estaban levantados. Sin embargo, la luz seguía sin aparecer.
Otro
ruido, como de algo cayendo contra el suelo, sonó justo sobre su cabeza. El
perro salió corriendo y ladrando hacia el piso superior. Mientras, Daniela
sujetó con fuerza el cuchillo y con la mano libre tanteó en unos cajones
cercanos en busca de su linterna. La encontró. Las manos comenzaban a temblarle
mientras los ladridos del perro sonaban en la lejanía, pero se acercaban. El
intruso estaba justo sobre su cabeza.
Se
encaminó a la sala. La entrada de la casa era enorme, al lado de ella se
divisaban los primeros peldaños de una gran escalera. El sudor perlaba su
frente y deslizaba en forma de grandes gotas por su rostro. En su mano
izquierda la linterna iluminaba aquel lugar al que Daniela dirigía su mirada.
En la otra, el cuchillo de la carne, con el filo aún lleno de grasa, se elevaba
firme a la altura de su pecho.
Avanzó
hacia la escalera. Se paró a los pies y miró hacia arriba. Todo era oscuro, solo
la leve luz de la luna, transformada en una blanca y brillante línea,
atravesaba longitudinalmente la sala hasta casi la puerta. Entonces Daniela se
percató de que el ladrido del perro había cesado. Quiso llamarle, silbar, pero
el cuerpo le traicionó, presa del pánico. Se culpó de su cobardía.
Después
de un largo y horrible silencio, decidió avanzar, y en el mismo instante en que
posaba su pie sobre el primer escalón, se oyó un fuerte aullido y acto seguido,
el cuerpo del perro cayó justo a su derecha. Aterrada, se esconde justo en la
escuadra que se forma en el ascenso del primer escalón y la pared.
En
ese momento, la manilla de la puerta de entrada se empezaba a mover, alguien
intentaba abrirla desde el exterior, los ojos de Daniela se abrieron tanto que parecían
dos globos hinchados a punto de estallar.
La
puerta se abrió, dejando entrar una silueta oscura, que carecía de boca y ojos,
su aspecto ciertamente era aterrador. Su movimiento era extremadamente rápido y
desarticulado. Daniela estaba helada, no daba crédito
a lo que veía.
Eran
ya las tres de la mañana, cuando un ruido irrumpió el silencio de nuevo,
Daniela subió los escalones pisándolos con cuidado para no hacer ruido, al
llegar a su cuarto, la sombra estaba justo frente de ella, del ente emanaba una
fuerte energía negativa. Daniela, estaba paralizada, no podía mover un solo musculo,
sentía como la energía vital le abandonaba el cuerpo, parecía que esa sombra se
alimentaba de ella, esto duro varios segundos, después la sombra desapareció a
través de la pared.
Trató
de darse la vuelta y huir, pero algo le agarró por detrás. Entonces una voz de
ultratumba sonó en su cabeza, ¿Qué somos nosotros, te preguntas?
Somos todos esos gritos que nadie escuchó. Nosotros . . . somos sombras.
La
luz de la linterna se apagó. Daniela no fue capaz de emitir sonido alguno. Al
cabo de unos momentos su alma abandonaba su cuerpo para siempre.
La
explicación que se dio la policía fue la de homicidio premeditado. Pero el dictamen
que acompaña el archivo en la zona de casos cerrados apuntaba lo siguiente: Caso
relacionado con otros 666. Asesino: La gente sombra. Caso Cerrado.
Lunaoscura
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