Las figuras amorfas
de los árboles que se yerguen sobre la avenida, bajo la ambarina vigilancia de los
faroles, se levantan en el venenoso cielo negro, empeñados en llevarle la
contraria a los pajarillos que anuncias el nuevo día. Ellos, con sus tímidos
cantos reclaman su territorio, su intimidad, su vacío y su plenitud. Un gato
detiene su marcha sobre las baldosas frías, me observa desde su escondite,
pareciera que se preguntase si soy peligroso o tal vez, se pregunte qué hago
ahí envuelto en la penumbra. Por unos instantes, nos miramos, me doy cuenta que
compartimos el mismo espíritu de independencia y soledad. Los dos volvemos a nuestro
trascendental silencio, al placer de ser. Hay algo mágico en la penumbra de la
alborada.
Lunaoscura
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