Isaías caminaba por
esa calle empedrada y solitaria, la oscuridad y el gélido viento que le cortaba
el rostro lo tranquilizaba, de alguna forma se sentía protegido. No tenía la
menor intención de llegar a su departamento, la semana había sido lo
suficientemente tensa como para estar encerrado pensando y pensando lo
ocurrido.
Al llegar a la
esquina de la calle, observo un pequeño bar abierto, su aspecto era desolado,
iluminado por una tenue luz, nunca se había percatado del establecimiento, con
cierta curiosidad y con el ánimo de tomar un trago, dirigió sus pasos al lugar.
El lugar era pequeño,
estaba iluminado por una luz azul tenue
y pequeñas lámparas depositadas en cada una de las mesas, dándole a lugar un
ambiente espectral e íntimo; en uno de sus rincones, había una pareja. Isaías se dirigió al fondo, a una mesa que le
permitiera ver hacia la puerta, tenía curiosidad de conocer a los parroquianos
que frecuentaban un sitio tan peculiar.
Después de un rato,
la pareja salió, dejando a Isaías solo con el encargado. Pidió otra copa y se
puso a pensar un buen rato.
De pronto, se sintió
un viento frío, las lámparas se apagaron y un escalofrío le recorrió todo el
cuerpo, al mesero se le cayó la charola, el miedo se reflejó en su rostro.
Volteó a la puerta, una
mujer vestida de negro, cubierta con una especie de capa, entró y se sentó
cerca de Isaías. Se despojó de la capa, era una mujer joven, de larga cabellera
que le caía como cascada por la espalda, su rostro tenía finas facciones, de
sus ojos emanaba un brillo especial. La apariencia de la mujer era triste y
melancólica.
-
¿Qué hace una mujer sola y hermosa en
este lugar y a estas horas? Seguramente espera a alguien- Se cuestionaba Isaías.
El mesero se acercó
solicito, le ofreció la carta, ella la tomó con sus largas manos y lo miró con
tristeza. Isaías sintió una profunda
pena y se aproximó a ella, a fin de si en algo la podía ayudar.
-
¿Se encuentra bien? -pregunto.
-
En un tono molesto, le respondió con
otra pregunta- ¿sabe a dónde van los muertos?
La pregunta lo
sorprendió, no supo que contestar y optó por retirarse. La mujer se levantó y
se dirigió hacia el mesero, lo tocó en el hombro y le susurro algo al oído, en
ese momento el semblante del hombre se tornó cadavérico y cayó fulminado al
piso.
Ella desapareció, el
viento azotó la puerta, la luz se fue, el lugar quedó en penumbras.
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