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martes, 25 de octubre de 2016

Daniela

Cómo me conmueven las mujeres. Cuánto me apenan. ¿Por qué una mitad de la humanidad se llevó un peso tan grande y dejó descansar a la otra?
Marcela Serrano, Diez mujeres 2014


Daniela, era como todas las madres de la clase obrera: esposa, ama de casa y madre. Mujer sencilla, que había llegado del interior de la República para trabajar en alguna casa de la Lomas o como empleada.

En la fábrica de insumos militares, conoció a Manuel. Después de un año de noviazgo decidieron casarse. Con la ayuda de los padres de Daniela, pudieron comprar un pequeño terreno al poniente de la ciudad. En una colonia emergente que carecía de los servicios urbanos necesarios, pero al menos contaban con un techo para iniciar su familia y así fue en el lapso de cuatro años de matrimonio la familia creció.

Manuel, continúo trabajando en la fábrica. Doblaba turnos, no tenía otra opción, ya que mantener a una esposa y dos hijos con un solo turno era imposible. Además, uno de los pequeños había nacido con capacidades diferentes.

La vida de la familia, transcurría con “normalidad”. Normalidad que consistía, en una raquítica sobrevivencia que originaba algunas desavenencias en la pareja. Situación que duró algunos años más, hasta que una noche, Manuel no regresó a la vivienda.

En un inicio, Daniela pensó que se había ido de parranda como otras ocasiones y muy probablemente aparecería el domingo por la tarde, pero no fue así. Angustiada, el lunes muy temprano fue a la fábrica, se apostó cerca de la entrada, esperando ver alguno de sus amigos, cuál sería su sorpresa, unos minutos después, ahí estaba Manuel, tan risueño y fresco como una lechuga.

Con sentimientos encontrados, se aproxima a su marido, este con cinismo, le dice: Qué hacía ahí, que se fuera a su casa y en la noche hablarían.

En efecto, así fue, Manuel comunicó que se iba de la casa, había conocido a otra mujer y con ella deseaba hacer su vida. Se armó un zafarrancho de dimensiones colosales, Manuel propinó una golpiza a Daniela sin importarle que sus pequeños, entre gritos y llanto, le suplicaran que la deja. Tomo sus escasas pertenencias, dejo atrás, a Daniela, bañada en sangre y con múltiples lesiones y a sus asustados hijos.

Durante un tiempo, recibió la ayuda de sus padres y la conmiseración de los vecinos, pero los gastos tenían que ser cubiertos, es que así, Daniela comenzó a trabajar en algunas casas haciendo quehacer o planchando ropa ajena.

No obstante, todos sus esfuerzos no eran suficientes, el más pequeño de sus hijos necesitaba medicamentos y los gastos escolares el otro, la agobiaban.

Una tarde que regresaba de trabajar, se encontró a Lucia, una vecina no muy bien vista por las personas decentes de la colonia. Decían las malas lenguas, que era una mujer galante. Lucia, le pregunto cómo se encontraba, sabía de su situación, con recelo Daniela le dijo ahí iba saliendo. Obvio resultaba que no era así.

Lucia, le pregunto si podía invitarla a su casa para que platican un rato, por unos instantes dudo, pero decidió ir.

En el departamento de Lucia, ambas mujeres platicaron. Lucia, le contó su historia, muy parecida a la de Daniela, solo con la ventaja de que no había niños de por medio, de su trabajo y de mil cosas más. Para finalmente, preguntarle a Daniela, si le interesaba trabajar en lugar donde ella lo hacía.

El horror y la indignación, se reflejó en su rostro de Daniela que, ofendida se retiró, Lucia solo se limitó a decirle que, lo pensara y cuando se decidiera la fuera a buscar.

Meses después de esa plática, el hijo menor de Daniela enfermo gravemente, hubo la necesidad de internarlo. Sin dinero y desesperada fue a ver a Lucia. La mujer se hizo cargo de los gastos del pequeño y de dio un poco de dinero para unos cuantos días.

Una vez, recuperado el muchachito, Daniela fue a ver a su benefactora. Lucia, le explico en qué consistía el trabajo y cuáles eran los trucos para zafarse de los borrachos impertinentes.  Así las cosas, el siguiente fin de semana, Lucia pasa a recoger a Daniela.

Era un “cabaretucho” de mala muerte, el trabajo de Daniela como de Lucia consistía en bailar, acompañar a los parroquianos y que estos consumieran tanto alcohol como fuera posible. Cobraban por pieza, les daban un porcentaje de las ventas y las propinas que ellas pudieran obtener. Dejando a las chicas en la libertad de ofrecer otros servicios, eso sí, fuera del local.

Con el apoyo de Lucia, fue adquiriendo experiencia en el negocio, sus entradas eran suficientes para darle de comer y atender los gastos de sus hijos y la casa, además, no los descuidaba. Se iba, los fines de semana y días de quincena, entrada la noche y regresaba muy temprano. Sus hijos, no se daban cuenta de las salidas de su madre.

En la colonia se rumoraba sobre la amistad de Daniela con Lucia, creando un ambiente de rechazo, pero lo peor vendría cuando un vecino la encontró trabajando.

El rechazo y el escarnio, no se hicieron esperar, después de ser una “pobre mujer dejada” se convertía en una “mala mujer” que, de seguro, eso hizo que su marido la abandonara.

Daniela, no se quebró, sus hijos iban creciendo y sus necesidades eran atendidas.

Tal fue la suerte de esta mujer, que un cliente, un hombre mayor y solo, la saco de trabajar de es antro, la ayudaba con los gastos y más, pero tenía la exclusividad de los servicios de Daniela.

Después de algunos años de relación, el hombre murió dejándole todos sus bienes a Daniela, lo que le permitió establecer un negocio y adquirir unos terrenos en donde construyo departamentos que rentaba.

A su hijo mayor, le proporciono una carrera universitaria y al menor, un oficio que le permitiría obtener algún ingreso en caso de que ella faltara.

De “mujer de la calle”, como la había catalogado sus vecinos, ahora era la señora Daniela.

La historia no termina ahí, una tarde estando con sus hijos, tocaron el timbre. El muchacho mayor fue a atender. En la entrada, estaba Manuel, viejo y bastante deteriorado. Solicitaba hablar con Daniela, el chico le preguntó su nombre.

Una vez, que lo escucho, su hijo de dijo que nada tenía que hablar con su madre, que se fuera y no volviera. No fueron suficientes las suplicas y perdones de Manuel. El joven, cerró la puerta.

Daniela, observó a su hijo molesto y le pregunto quién había sido. Nadie madre, nadie. 


Lunaoscura

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