Cómo me conmueven las mujeres.
Cuánto me apenan. ¿Por qué una mitad de la humanidad se llevó un peso tan
grande y dejó descansar a la otra?
Marcela Serrano, Diez mujeres
2014
Daniela, era como
todas las madres de la clase obrera: esposa, ama de casa y madre. Mujer sencilla,
que había llegado del interior de la República para trabajar en alguna casa de
la Lomas o como empleada.
En la fábrica de
insumos militares, conoció a Manuel. Después de un año de noviazgo decidieron
casarse. Con la ayuda de los padres de Daniela, pudieron comprar un pequeño
terreno al poniente de la ciudad. En una colonia emergente que carecía de los
servicios urbanos necesarios, pero al menos contaban con un techo para iniciar
su familia y así fue en el lapso de cuatro años de matrimonio la familia creció.
Manuel, continúo
trabajando en la fábrica. Doblaba turnos, no tenía otra opción, ya que mantener
a una esposa y dos hijos con un solo turno era imposible. Además, uno de los
pequeños había nacido con capacidades diferentes.
La vida de la
familia, transcurría con “normalidad”. Normalidad que consistía, en una raquítica
sobrevivencia que originaba algunas desavenencias en la pareja. Situación que
duró algunos años más, hasta que una noche, Manuel no regresó a la vivienda.
En un inicio, Daniela
pensó que se había ido de parranda como otras ocasiones y muy probablemente
aparecería el domingo por la tarde, pero no fue así. Angustiada, el lunes muy
temprano fue a la fábrica, se apostó cerca de la entrada, esperando ver alguno
de sus amigos, cuál sería su sorpresa, unos minutos después, ahí estaba Manuel,
tan risueño y fresco como una lechuga.
Con sentimientos
encontrados, se aproxima a su marido, este con cinismo, le dice: Qué hacía ahí,
que se fuera a su casa y en la noche hablarían.
En efecto, así fue,
Manuel comunicó que se iba de la casa, había conocido a otra mujer y con ella
deseaba hacer su vida. Se armó un zafarrancho de dimensiones colosales, Manuel
propinó una golpiza a Daniela sin importarle que sus pequeños, entre gritos y llanto,
le suplicaran que la deja. Tomo sus escasas pertenencias, dejo atrás, a
Daniela, bañada en sangre y con múltiples lesiones y a sus asustados hijos.
Durante un tiempo,
recibió la ayuda de sus padres y la conmiseración de los vecinos, pero los
gastos tenían que ser cubiertos, es que así, Daniela comenzó a trabajar en
algunas casas haciendo quehacer o planchando ropa ajena.
No obstante, todos
sus esfuerzos no eran suficientes, el más pequeño de sus hijos necesitaba medicamentos
y los gastos escolares el otro, la agobiaban.
Una tarde que
regresaba de trabajar, se encontró a Lucia, una vecina no muy bien vista por
las personas decentes de la colonia. Decían las malas lenguas, que era una
mujer galante. Lucia, le pregunto
cómo se encontraba, sabía de su situación, con recelo Daniela le dijo ahí iba
saliendo. Obvio resultaba que no era así.
Lucia, le pregunto si
podía invitarla a su casa para que platican un rato, por unos instantes dudo,
pero decidió ir.
En el departamento de
Lucia, ambas mujeres platicaron. Lucia, le contó su historia, muy parecida a la
de Daniela, solo con la ventaja de que no había niños de por medio, de su
trabajo y de mil cosas más. Para finalmente, preguntarle a Daniela, si le interesaba
trabajar en lugar donde ella lo hacía.
El horror y la indignación,
se reflejó en su rostro de Daniela que, ofendida se retiró, Lucia solo se limitó
a decirle que, lo pensara y cuando se decidiera la fuera a buscar.
Meses después de esa
plática, el hijo menor de Daniela enfermo gravemente, hubo la necesidad de
internarlo. Sin dinero y desesperada fue a ver a Lucia. La mujer se hizo cargo
de los gastos del pequeño y de dio un poco de dinero para unos cuantos días.
Una vez, recuperado
el muchachito, Daniela fue a ver a su benefactora. Lucia, le explico en qué
consistía el trabajo y cuáles eran los trucos para zafarse de los borrachos
impertinentes. Así las cosas, el
siguiente fin de semana, Lucia pasa a recoger a Daniela.
Era un “cabaretucho”
de mala muerte, el trabajo de Daniela como de Lucia consistía en bailar,
acompañar a los parroquianos y que estos consumieran tanto alcohol como fuera
posible. Cobraban por pieza, les daban un porcentaje de las ventas y las
propinas que ellas pudieran obtener. Dejando a las chicas en la libertad de
ofrecer otros servicios, eso sí, fuera del local.
Con el apoyo de Lucia,
fue adquiriendo experiencia en el negocio, sus entradas eran suficientes para
darle de comer y atender los gastos de sus hijos y la casa, además, no los
descuidaba. Se iba, los fines de semana y días de quincena, entrada la noche y
regresaba muy temprano. Sus hijos, no se daban cuenta de las salidas de su
madre.
En la colonia se
rumoraba sobre la amistad de Daniela con Lucia, creando un ambiente de rechazo,
pero lo peor vendría cuando un vecino la encontró trabajando.
El rechazo y el escarnio,
no se hicieron esperar, después de ser una “pobre mujer dejada” se convertía en
una “mala mujer” que, de seguro, eso hizo que su marido la abandonara.
Daniela, no se quebró,
sus hijos iban creciendo y sus necesidades eran atendidas.
Tal fue la suerte de
esta mujer, que un cliente, un hombre mayor y solo, la saco de trabajar de es
antro, la ayudaba con los gastos y más, pero tenía la exclusividad de los
servicios de Daniela.
Después de algunos
años de relación, el hombre murió dejándole todos sus bienes a Daniela, lo que
le permitió establecer un negocio y adquirir unos terrenos en donde construyo
departamentos que rentaba.
A su hijo mayor, le
proporciono una carrera universitaria y al menor, un oficio que le permitiría
obtener algún ingreso en caso de que ella faltara.
De “mujer de la calle”,
como la había catalogado sus vecinos, ahora era la señora Daniela.
La historia no
termina ahí, una tarde estando con sus hijos, tocaron el timbre. El muchacho
mayor fue a atender. En la entrada, estaba Manuel, viejo y bastante deteriorado.
Solicitaba hablar con Daniela, el chico le preguntó su nombre.
Una vez, que lo
escucho, su hijo de dijo que nada tenía que hablar con su madre, que se fuera y
no volviera. No fueron suficientes las suplicas y perdones de Manuel. El joven,
cerró la puerta.
Daniela, observó a su
hijo molesto y le pregunto quién había sido. Nadie madre, nadie.
Lunaoscura
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