Descarnado sobre la inmensidad manida,
su mente divaga, sus ojos miran la lejanía impasible. Está mojado de esa
ardiente agua, sus extremidades se rozan unas contra las otras, contra su
cuerpo.
En medio de ese yermo, camina dejando
huellas húmedas de sus pies descalzos, hasta que llega el momento en que no
puede más y cae de rodillas al suelo. Percibe un suave olor afrutado. Es el
olor del suelo, ese suelo color de miel.
El calor es abrasador, con sus últimas
fuerzas avanza lentamente. A mucha distancia, distingue algo. Algo indefinido, algo
borroso. Una mancha oscura que contrasta con el dorado paisaje.
Camina, casi sin consciencia, un pie
delante del otro, arrastrándolos, dejando un reguero brillante.
La figura empieza a ser más definida. Está
muy cerca. El viento se hace más ligero, invitándolo a adentrase en esa mancha
oscura.
Sus brazos se enredan entre unos juncos
oscuros que le rozan casi todo el cuerpo, limpiándole el sudor. Está totalmente
rodeado y apenas puede ver el Sol. El suelo de donde salen esos tallos, forman
una hondonada, sus pies pisan en falso, resbalándose, pero logra asirse, frenando
el impacto.
Después de unos instantes, se da
cuenta de que esta fuera de ese bosque. Ya no hay viento y el sol lo castiga menos.
Parece que va a anochecer. Continúa caminando, cayendo nuevamente, sin poder
evitarlo.
Mira a su alrededor, frente a él hay
algo que lo inquieta. Es una pared, por ahí ha caído, está repleta de tallos oscuros.
Estos parecen enredarse más entre sí. Se acerca, coge un par, los demás que
estas a su alrededor, empiezan a desenredarse, a separarse, dejando ver una abertura.
Suena un gorgoteo que da paso a un
líquido espeso que cae despacio, pero imparable, hasta llegar a sus pies. Lleno
de curiosidad, alarga la mano toma un poco. Su consistencia es indescriptible.
Levanta la vista, la apertura deja ver
unas paredes lisas, irregulares, rosadas, lubricadas por este líquido viscoso,
con un brillo tenue.
Con dificultad, intenta avanzar. El
olor afrutado es más fuerte, penetrando hasta el fondo de su nariz. Las paredes
siguen separándose. Él se apoya en una de ellas, que se mueve en un espasmo
casi erótico.
Hipnotizado, avanza sobre un piso
acolchonado color carmesí, la caverna está flanqueada por unas extrañas estalagmitas
y estalactitas de color marfil y hacía el fondo reina una total oscuridad que
lo invita a continuar.
El desierto, le había compensado por la
aflicción que le causo, con un descanso eterno.
Lunaoscura
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