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sábado, 27 de agosto de 2016

El desierto

Descarnado sobre la inmensidad manida, su mente divaga, sus ojos miran la lejanía impasible. Está mojado de esa ardiente agua, sus extremidades se rozan unas contra las otras, contra su cuerpo.

En medio de ese yermo, camina dejando huellas húmedas de sus pies descalzos, hasta que llega el momento en que no puede más y cae de rodillas al suelo. Percibe un suave olor afrutado. Es el olor del suelo, ese suelo color de miel.

El calor es abrasador, con sus últimas fuerzas avanza lentamente. A mucha distancia, distingue algo. Algo indefinido, algo borroso. Una mancha oscura que contrasta con el dorado paisaje.

Camina, casi sin consciencia, un pie delante del otro, arrastrándolos, dejando un reguero brillante.

La figura empieza a ser más definida. Está muy cerca. El viento se hace más ligero, invitándolo a adentrase en esa mancha oscura.

Sus brazos se enredan entre unos juncos oscuros que le rozan casi todo el cuerpo, limpiándole el sudor. Está totalmente rodeado y apenas puede ver el Sol. El suelo de donde salen esos tallos, forman una hondonada, sus pies pisan en falso, resbalándose, pero logra asirse, frenando el impacto.

Después de unos instantes, se da cuenta de que esta fuera de ese bosque. Ya no hay viento y el sol lo castiga menos. Parece que va a anochecer. Continúa caminando, cayendo nuevamente, sin poder evitarlo.

Mira a su alrededor, frente a él hay algo que lo inquieta. Es una pared, por ahí ha caído, está repleta de tallos oscuros. Estos parecen enredarse más entre sí. Se acerca, coge un par, los demás que estas a su alrededor, empiezan a desenredarse, a separarse, dejando ver una abertura.

Suena un gorgoteo que da paso a un líquido espeso que cae despacio, pero imparable, hasta llegar a sus pies. Lleno de curiosidad, alarga la mano toma un poco.  Su consistencia es indescriptible.

Levanta la vista, la apertura deja ver unas paredes lisas, irregulares, rosadas, lubricadas por este líquido viscoso, con un brillo tenue.

Con dificultad, intenta avanzar. El olor afrutado es más fuerte, penetrando hasta el fondo de su nariz. Las paredes siguen separándose. Él se apoya en una de ellas, que se mueve en un espasmo casi erótico.

Hipnotizado, avanza sobre un piso acolchonado color carmesí, la caverna está flanqueada por unas extrañas estalagmitas y estalactitas de color marfil y hacía el fondo reina una total oscuridad que lo invita a continuar.

El desierto, le había compensado por la aflicción que le causo, con un descanso eterno.



Lunaoscura

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