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martes, 23 de agosto de 2016

El brujo

Esa tarde-noche de verano, sería inolvidable para Moira. Toda su vida había estado esperando una señal, un indicio que, le permitiera seguir su camino, cuál, no sabía, era una sensación inexplicable.

De repente, empezó a escuchar una voz interior que le indicaba que fuera a una dirección, ahí habría alguien esperándola; podía describir mentalmente el lugar, era una especie de visión. Parecía, que todo estaba calculado, no había forma de regresar, era como una regresión, pero a la inversa.

Como narcotizada, se dirigió al centro de la ciudad, por un buen rato camino por esas calles antiguas llenas de modernidad. No obstante, el espacio que la circundaba estaba oscuro, Moira, era como una burbuja que se encaminaba en dirección opuesta al mundo.

De pronto se encontró frente a una vivienda muy austera, con grandes ventanas que permitían ver una tenue luz interior, no se escuchaban ruidos y el silencio era abrumador. Alzó su mano a la altura de su cabeza y oprimió el timbre de chapa oxidada, pero no escucho repiqueteo alguno que indicara su presencia en aquel lugar.

No pasaron ni diez segundos, cuando apareció en el marco de la puerta una bella mujer, con ojos inmensos de color verde, labios carmesíes y unos grandes aros que colgaban de sus orejas. Era de tez blanca y su pelo azabache. Con voz suave e imponente y haciendo un pequeño giro con su mano derecha, la invito a que la siguiera.

Al ingresar en la habitación, observo una prolija distribución de todos los elementos que surcaban las paredes, cuan cubo mágico dispuesto a sobornar la mente.

Pasaron a otra habitación, donde había una tenue luz emitida por una pantalla cubierta de una tela roja. Detrás de una mesita de tres patas, estaba un anciano de gesto adusto. La invitó a sentarse frente de él, en esos momentos, sintió un escalofrió que le recorría el cuerpo.

La mesa estaba cubierta con un paño verde y en ella, esparcidas varias cartas de Tarot. Trato de pellizcarse para comprobar que no estaba soñando, cuando el anciano la vio, le indicó que no tuviera miedo porque nada malo le iba a ocurrir.

La mujer que la había conducido, se paró detrás de él. Acto seguido, el anciano con una voz solemne e irónica, dijo, ¡tú eres la afortunada! No cualquiera posee el don para ser mi invitado.

Conozco todo lo relacionado con tu pasado, veo el momento florido que ronda tu presente y soy capaz de saber tu futuro. Sé que puedes escapar de esta dimensión que nos aprieta y sin quererlo, traspasar hacia otro mundo. También sé que puedes comunicarte con seres muy diferentes a los que estamos acostumbrados a tratar diariamente.

Es por ello por lo que estás aquí, te estoy ofreciendo mi hospitalidad, para que juntos desarrollemos un mundo paralelo. Moira, pensaba, que era una locura seguir sus palabras; encandilada por la lamparita de la pantalla roja no podía ver su cara, solo se dibujaba una aureola blanquecina alrededor de su figura, busco algún apoyo en la mujer que aún permanecía incólume tras sus espaldas, pero tampoco pudo ver su rostro y, por ende, la expresión de su cara.

El viejo seguía hablando, pero en estos momentos Moira, ya no escuchaba su perorata, sentía un fuerte rubor en sus mejillas, no entendía por qué razón había asistido a esa tétrica cita.

¿Quién era ese anciano parlanchín que intentaba profesar la voz divina de otros mundos, quién era esa mujer? ¿Dónde se había metido, qué razón la incitaba a ese desvarío?

Mientras cavilaba esas preguntas sin respuesta, sintió una mano que rozaba su cabeza, trato de escabullirse girando su cuerpo hacia atrás, pero la mano del diabólico anciano le impedía cualquier tipo de movimiento.

Ya no era dueña de sus actos y sin dudas estaba bajo el poder del Indigno, sintió un calor que la recorría de la cabeza a los pies, pensó que iba a desmayarse, la habitación comenzó a girar su alrededor, suavemente fue perdiendo el sentido.

Con los ojos entreabiertos, escuchaba como el brujo recitaba incoherentes frases, que iban haciéndose más audibles a medida que tomaba conciencia de su entorno.

En tanto, la mujer ponía una toalla húmeda en su frente y susurraba una canción de cuna que le recordaba sus primeros años de vida, cuando su madre tiernamente la hacía dormir.

Ya más consiente, escuchaba que el brujo le decía que estaba en este mundo para cumplir un designio divino y que debía apartarse de los lujos y suntuosidades y que comenzar a cumplir con el sutil ritual que movilizaría sus sentimientos hacia la humanidad.

Al escuchar esas palabras, Moira sabía que ya no era dueña de su existencia, el calor que recorría su cuerpo unos minutos antes, se iba convirtiendo en un frío helado capaz de congelar un frasco de mercurio.

Alcanzo a notar entonces, que, entre brindis y risotadas, se abrazaban la mujer y el brujo, mientras ella atónitamente presenciaba el espectáculo de su propia muerte.

Un chirrido virulento resonó en sus oídos, alzo instintivamente la mano y con suavidad trabo el pistilo del despertador.

Su conciencia volvía, un aroma tenue a café tostado se instalaba en su habitación y escucho la voz de su madre, todo indicaba que era hora de volver a su vida diaria. No obstante, Moira sabía que algo había cambiado y no sería la última vez que se encontraría con el anciano.


Lunaoscura

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