Esa tarde-noche de verano, sería
inolvidable para Moira. Toda su vida había estado esperando una señal, un
indicio que, le permitiera seguir su camino, cuál, no sabía, era una sensación
inexplicable.
De repente, empezó a escuchar una voz
interior que le indicaba que fuera a una dirección, ahí habría alguien
esperándola; podía describir mentalmente el lugar, era una especie de visión. Parecía,
que todo estaba calculado, no había forma de regresar, era como una regresión,
pero a la inversa.
Como narcotizada, se dirigió al centro
de la ciudad, por un buen rato camino por esas calles antiguas llenas de
modernidad. No obstante, el espacio que la circundaba estaba oscuro, Moira, era
como una burbuja que se encaminaba en dirección opuesta al mundo.
De pronto se encontró frente a una
vivienda muy austera, con grandes ventanas que permitían ver una tenue luz
interior, no se escuchaban ruidos y el silencio era abrumador. Alzó su mano a
la altura de su cabeza y oprimió el timbre de chapa oxidada, pero no escucho
repiqueteo alguno que indicara su presencia en aquel lugar.
No pasaron ni diez segundos, cuando apareció
en el marco de la puerta una bella mujer, con ojos inmensos de color verde, labios
carmesíes y unos grandes aros que colgaban de sus orejas. Era de tez blanca y
su pelo azabache. Con voz suave e imponente y haciendo un pequeño giro con su
mano derecha, la invito a que la siguiera.
Al ingresar en la habitación, observo
una prolija distribución de todos los elementos que surcaban las paredes, cuan
cubo mágico dispuesto a sobornar la mente.
Pasaron a otra habitación, donde había
una tenue luz emitida por una pantalla cubierta de una tela roja. Detrás de una
mesita de tres patas, estaba un anciano de gesto adusto. La invitó a sentarse
frente de él, en esos momentos, sintió un escalofrió que le recorría el cuerpo.
La mesa estaba cubierta con un paño
verde y en ella, esparcidas varias cartas de Tarot. Trato de pellizcarse para
comprobar que no estaba soñando, cuando el anciano la vio, le indicó que no
tuviera miedo porque nada malo le iba a ocurrir.
La mujer que la había conducido, se
paró detrás de él. Acto seguido, el anciano con una voz solemne e irónica, dijo,
¡tú eres la afortunada! No cualquiera posee el don para ser mi invitado.
Conozco todo lo relacionado con tu
pasado, veo el momento florido que ronda tu presente y soy capaz de saber tu
futuro. Sé que puedes escapar de esta dimensión que nos aprieta y sin quererlo,
traspasar hacia otro mundo. También sé que puedes comunicarte con seres muy
diferentes a los que estamos acostumbrados a tratar diariamente.
Es por ello por lo que estás aquí, te
estoy ofreciendo mi hospitalidad, para que juntos desarrollemos un mundo
paralelo. Moira, pensaba, que era una locura seguir sus palabras; encandilada
por la lamparita de la pantalla roja no podía ver su cara, solo se dibujaba una
aureola blanquecina alrededor de su figura, busco algún apoyo en la mujer que
aún permanecía incólume tras sus espaldas, pero tampoco pudo ver su rostro y,
por ende, la expresión de su cara.
El viejo seguía hablando, pero en
estos momentos Moira, ya no escuchaba su perorata, sentía un fuerte rubor en sus
mejillas, no entendía por qué razón había asistido a esa tétrica cita.
¿Quién era ese anciano parlanchín que
intentaba profesar la voz divina de otros mundos, quién era esa mujer? ¿Dónde se
había metido, qué razón la incitaba a ese desvarío?
Mientras cavilaba esas preguntas sin
respuesta, sintió una mano que rozaba su cabeza, trato de escabullirse girando su
cuerpo hacia atrás, pero la mano del diabólico anciano le impedía cualquier
tipo de movimiento.
Ya no era dueña de sus actos y sin
dudas estaba bajo el poder del Indigno, sintió un calor que la recorría de la
cabeza a los pies, pensó que iba a desmayarse, la habitación comenzó a girar su
alrededor, suavemente fue perdiendo el sentido.
Con los ojos entreabiertos, escuchaba
como el brujo recitaba incoherentes frases, que iban haciéndose más audibles a
medida que tomaba conciencia de su entorno.
En tanto, la mujer ponía una toalla
húmeda en su frente y susurraba una canción de cuna que le recordaba sus
primeros años de vida, cuando su madre tiernamente la hacía dormir.
Ya más consiente, escuchaba que el
brujo le decía que estaba en este mundo para cumplir un designio divino y que
debía apartarse de los lujos y suntuosidades y que comenzar a cumplir con el
sutil ritual que movilizaría sus sentimientos hacia la humanidad.
Al escuchar esas palabras, Moira sabía
que ya no era dueña de su existencia, el calor que recorría su cuerpo unos
minutos antes, se iba convirtiendo en un frío helado capaz de congelar un
frasco de mercurio.
Alcanzo a notar entonces, que, entre
brindis y risotadas, se abrazaban la mujer y el brujo, mientras ella atónitamente
presenciaba el espectáculo de su propia muerte.
Un chirrido virulento resonó en sus
oídos, alzo instintivamente la mano y con suavidad trabo el pistilo del
despertador.
Su conciencia volvía, un aroma tenue a
café tostado se instalaba en su habitación y escucho la voz de su madre, todo
indicaba que era hora de volver a su vida diaria. No obstante, Moira sabía que algo había cambiado y no sería la última vez que se encontraría con el anciano.
Lunaoscura
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