Cuando Mario, abrió los ojos y
giró en la cama, se dio cuenta de que estaba solo. En otro momento, hubiera
pensado que su esposa estaría en el baño o preparando el desayuno de los niños,
pero el completo silencio de la casa, le recordó que ya no estaban.
Todo fue de una forma tan vertiginosa, ni si quiera tenía claros los
detalles. Ese fin de semana, parecía que era uno de tantos, el alboroto de los
chicos, las prisas de su esposa, el ir y venir de todos para tener todas cosas
en orden y listas para salir.
Se levantó de la cama, solo para
tumbarse en una butaca, el sol daba la bienvenida al nuevo día y él estaba
solo. Solo en ese lugar, que un día fue su hogar y ahora se había convertido en
su cárcel, le dolían la cabeza, el cuerpo y el alma, puso su cabeza entre las
manos y empezó a llorar, de rabia, de frustración, de impotencia, quería morir,
nada tenía sentido.
Un impulso de ansiedad, lo precipito fuera de la recamara, le faltaba el
aire, necesitaba huir, todo en la estancia estaba en penumbras y el silencio
reinaba.
Con lágrimas en los ojos
y una mueca de dolor, se dirigió a la cocina, sus ojos estaban llenos de
soledad y desesperanza, llegó a la cocina, dirigiéndose al cajón de los
utensilios, lo abrió, saco un cuchillo, decidido a terminar con su dolor. De un
solo movimiento corto su cuello, se desplomó en el suelo, sintió como se le iba
la vida, era una sensación de pesadez, de aletargamiento, en su mente revivía
el accidente, escena por escena donde su familia se perdió.
Finalmente, un espasmo
fue su último suspiro de vida.
Lunaoscura
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