Federico Nietzsche es conocido
por sus obras filosóficas pero pocos saben que también escribió poesía.
En efecto, el afamado filósofo,
autor del Nacimiento de la
Tragedia , plasmo sus sentimientos en varias poesías, cosa que
no es de extrañar puesto que muchos trozos de sus obras filosóficas, bien
podrían así leerse.
El autor de Así hablaba
Zaratustra definió su poesía como una llama, esto es, la
simbolización del fuego eterno. El fuego consumiéndolo todo, el fuego alzándose
majestuoso, mostrando su poder y su grandeza: he ahí la representación de
Federico Nietzsche, ese filósofo aclamado por unos, rechazado por otros e
incomprendido por la inmensa mayoría.
Aquí algunas de sus poesías.
A la melancolía
No lo tomes a mal, Melancolía,
que yo aguce la pluma en tu
alabanza
e inclinando la frente pensativa,
ardiendo en tus loores, yo me
siente
solitario en un tronco. ¡Tantas
veces!
Tu me viste -era ayer, bien lo
recuerdo-
bañado en los fulgores matutinos
del sol ardiente! Allá en el
hondo valle
graznaba el buitre de botín
sediento...
Es que soñaba en un cadáver yerto
allá en el yerto tronco
abandonado.
¡Ah, cómo te engañabas, ave
tétrica,
aún cuando yo, cual una momia,
inmóvil,
seguía allí en mi tronco! No
veías
mis ojos, no; los ojos que
extasiados
aquí y allá rodaban, fulgurantes
de altivez. Y por más que a tus
sublimes
alturas remontarse no podían,
donde acceso las más lejanas
nubes
no tienen, tanto más
profundamente
en el abismo de la vida húndanse
para dejarlo todo iluminado
con la divina luz de sus
relámpagos.
Así sentado en medio las
profundas
soledades, pasaba yo las horas
rudamente encorvado, a semejanza
del bárbaro presente al
sacrificio,
pensando siempre en ti,
Melancolía.
¡Tan joven todavía y penitente!
Así yo me gozaba en el magnífico
vuelo del buitre, en el rodar
tronante
de los aludes que la selva
aplastan;
y allí me hablabas tú, deidad que
ignoras
la ruindad tan humana del engaño;
allí me hablabas íntima y sincera
aunque con faz severa,
aterradora.
Y tú, ruda deidad, que del
granito
posees la firmeza, oh tú, mi
amiga,
gustas a mí cercana aparecerte;
con gesto de amenaza tú me
muestras
el siniestro volar del buitre
hambriento
y el desplomarse del alud
gigante,
deseoso de aplastarme. En torno
mío
respira jadeante y rechinando
un anhelo feroz de sanguinaria
crueldad, con un deseo
obsesionante
de arrancar por doquier vida a
zarpazos.
La solitaria flor por mariposas
suspira tentadora allá en la
peña.
Yo soy todo esto -siéntalo
temblando-
enamorada mariposa, dulce
flor solitaria, el buitre
carnicero
y el arroyuelo helado y el
terrible
rugir de la borrasca -todo, todo
para tu gloria y en tu paz
perpetua;
oh tú, diosa feroz, a quien
postrado
y humillada la frente, entre
gemidos
mi temerosa voz levanta un himno
gimiente, suplicando me concedas
de vida, vida, vida, estar
sediento
súfreme ahora, oh tú, deidad
maligna,
que con gentiles rimas te corone.
Si tiembla todo aquel a quien te
acercas,
si se estremece aquel a quien
alargas
la despiadada diestra, en tu
presencia
temblando balbuceo este mi canto
y me estremezco en mis convulsos
ritmos;
la tinta fluye, viva centellea
la aguda pluma; ahora oh, diosa,
diosa,
déjame libre y libre me gobierne.
El caminante
A través de la noche el caminante
a buen paso camino va adelante,
y va dejando atrás sin pesadumbre
el hondo valle, la escarpada
cumbre.
La noche es bella, pero ¿qué le
importa?
Por nada su ligero paso acorta,
aunque no sepa, pobre peregrino,
a donde ha de llevarle su camino.
De pronto un ave canta. Oh,
ave, dime:
¿Qué es lo que haces? Di, ¿por
qué me oprime
tu voz mi corazón y me detienes?
Dime por qué derramas en mis
sienes
ese sopor tan dulce que así liga
mis sentidos y, oyéndote, me
obliga
a suspender mi marcha. ¿A qué me
llamas
con tu trinar, oculto entre las
ramas?
El buen pájaro calla, y dice así:
No, caminante; no te llamo a ti;
desde esta cumbre, en trémulos
gorjeos
la hembra llamando estoy de mis
deseos.
¿Qué te importa? Soñando siempre
en ella,
para mi solo no es la noche
bella.
¿Qué te importa? En el mundo
siempre errante,
no te has de detener un solo
instante.
¿Aún inmóvil estás? ¡Ah,
peregrino!
¿Qué se te da de mi cantar
divino?
Calló el buen pájaro y pensó
entre si;
¿qué le importa mi dulce melodía?
¿Qué hace aquí
sin moverse todavía?
No te detengas, pobre caminante;
siempre adelante ve, siempre
adelante.
Al ideal
¿A quién he amado más que a ti,
querida sombra?
A mí y en mí yo te he acercado, y
desde entonces
me he convertido casi en sombra y
tú en un cuerpo.
Pero mis ojos aprender nunca
pudieron
por su costumbre de mirar todas
las cosas
fuera de sí: tú seguirás siendo
el eterno
fuera de mí ... ¡Ay, esos
ojos
que siempre a mi fuera de mi me
están llevando!
http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/poesias_nietzsche/nietzsche.html#30´
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