En su peregrinación, el maestro y
algunos de sus discípulos bajaron de la montaña al llano y se encaminaron
hacia las murallas de la gran ciudad. Ante la puerta se había congregado
una gran muchedumbre. Cuando se hallaron más cerca vieron un cadalso levantado
y los verdugos ocupados en llevar a rastras hacia el tajo a un individuo ya muy
debilitado por el calabozo y los tormentos. La plebe se agolpaba alrededor del
espectáculo. Hacían mofa del reo y le escupían, movían bulla y esperaban con impaciencia
la decapitación.
-¿Quién será y qué delitos habrá
perpetrado -se preguntaban unos a otros los discípulos- para que la multitud
desee su muerte con tanto afán? Aquí no se ve a nadie que manifieste compasión
ni que llore.
-Supongo que será un hereje -dijo
el maestro con tristeza.
Siguieron acercándose, y cuando
se vieron confundidos con el gentío los discípulos preguntaron a izquierda y
derecha quién era y qué crímenes había cometido el que en aquellos momentos se
arrodillaba frente al tajo.
-Es un hereje -decía la gente muy
indignada-. ¡Hola! ¡Ahora inclina su cabeza condenada! ¡Acabemos de una vez! En
verdad ese perro quiso enseñarnos que la ciudad del Paraíso tiene sólo dos
puertas, ¡cuando a todos nosotros nos consta perfectamente que las puertas son
doce!
Asombrados, los discípulos se
reunieron alrededor del maestro y le preguntaron:
-¿Cómo lo adivinaste, maestro?
Él sonrió y, mientras echaba de
nuevo a andar, dijo en voz baja:
-No ha sido difícil. Si fuese un
asesino, o un bandolero o cualquier otra especie de criminal, habríamos visto
entre las gentes del pueblo pena y compasión. Muchos llorarían y algunos hasta
pondrían el grito en el cielo proclamando su inocencia. Al que tiene una
creencia diferente, en cambio, se le puede sacrificar y echar su cadáver a los
perros sin que el pueblo se inmute.
Hermann Hesse
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ale/hesse/hh.htm
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