La última vez que lo vi, estaba sentado en una banca del jardín,
tenía la mirada perdida en el firmamento, creo que remembraba las historias
vividas, su rostro denotaba nostalgia, una
leve sonrisa adornada su rostro, su cuerpo encorvado, mostraba el cansancio de
tantos años andados.
No obstante, el peso de la vida reflejada en su humanidad, todavía
se asomaba una mirada vivaz, similar a la de los niños que están ideando la
nueva travesura. Así era él, mantenía un espíritu lozano lleno de fe y esperanza.
Cada día, daba gracias a su Creador por todo lo vivido pero también
por todo que tenía que vivir. Había enviudado años atrás, los hijos se habían marchado.
Estaba solo, bueno no tanto, vivía con los recuerdos de su amada
esposa, las experiencias compartidas y los susurros de las risas de sus hijos
que se habían quedado a vivir en las paredes.
Todas las tardes, a la puesta del sol, acostumbraba dar un pequeño
paseo en el jardín, esa última vez, no fue la excepción.
Como todos los días, desde que estaba solo, se levanto y abrió las
cortinas para que el sol espantara a la oscuridad que lo invadía cada noche.
Tendió la cama, como su esposa lo hacia, con paso lento se dirigió a
la cocina, para prepararse el desayuno. Una vez que termino, lavo los trastes y
ordeno el lugar, su esposa decía que la casa siempre tiene que estar ordenada
por si llegaba alguna visita.
Así él lo hacía, aun que tenía años que nadie lo visitaba, muchas de
sus amistades ya se habían adelantado y las que quedaban, no salían de sus
casas, sus hijos de vez en cuando iban. Sin embargo, él arreglaba su casa.
Ya terminados los quehaceres, se sentó en el sillón de la sal para
leer el periódico, lo mismo de siempre, qué le pasa a la humanidad, pensó.
Enfadado dejó el periódico y salió al pequeño jardín trasero.
Lo observo, recordó a su esposa, pasaba horas hablándole a sus
flores, según ella decía, las plantas entendían. Una sonrisa se dibujo en su
rostro.
Él no les hablaba, ni dedicaba tanto tiempo y éstas seguían
floreciendo. Ahí se paso largo rato, quitando las hojas secas y regándolas.
Se le había ido el tiempo, ya era hora de comer.
Entro a la casa, tomó su bastón y su sombrero, se dirigió a la
fonda, donde comía todos los días. Estaba a unas cuadras de su casa, al llegar
la dueña le saludo y le señalo su mesa, la misma de siempre.
Entablaron una ligera plática sobre comida y los precios del mercado
hasta que llego su sopa, la otra se fue a atender unos clientes que habían
entrado, una vez que termino de comer pago, dio las buenas tardes y salió.
Se dispuso a dar su acostumbrada caminata, se dirigió al jardín central.
Dio una pequeña caminata hasta llegar a la banca que estaba frente al pequeño
lago artificial, se sentó.
Esa tarde, el paisaje tenía una belleza particular, le pareció que
el ocaso era más luminoso, la luz más limpia que lo inspiraba para evocar historias
pasadas.
Como aquella tarde que, trajo a sus hijos al parque y el menor al
querer darle de comer a los patos, cayó al agua. Salió todo asustado, mojado y
sucio, eso fue lo menos del incidente, pues cuando llegaron a la casa, su
esposa se puso verdaderamente enojada, castigo al pequeño en su cuarto y a él
no le dirigió la palabra el resto del día, además no le dio de merendar.
El recuerdo lo hizo reír, así se le vinieron los recuerdos.
Sin percatarse del tiempo, se hizo de noche, apresurado se encaminó
a su casa, al llegar todo estaba oscuro, con cierta nostalgia abrió la puerta,
dejó el sombrero y el bastón, Se dirigió al interruptor para encender la luz.
Parado en medio de la estancia, observo su casa, todo estaba
tristemente silencioso, no estaban sus hijos, ni su esposa, con abatimiento se
fue a la cocina para tomar algo antes de irse adormir.
Se preparo un té, no tenía ánimo de preparar algo más, con su té, sé
fue a la sala prendió el televisor, se dio cuenta que esas cosas que decían no
correspondían a su mundo.
Su mundo hace muchos años había dejado de existir, sin querer saber
más, apago el aparato, se decidió irse a dormir.
En la recámara se puso el pijama, se lavo los dientes y rezo un
poco, se metió entre las cobijas, se acurrucó a su soledad, de momento sintió
en la espalda un bulto, asustado giro para ver que era.
Era su amada esposa, observándolo con una sonrisa suave, sin pensar,
la abrazó y le dio un beso.
Días después, uno de sus hijos fue a visitarlo, el cuerpo de su
padre abrazaba la almohada.
Lunaoscura
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