Cuando entre a esa habitación, llena de mujeres, sólo me motivaba saber el lugar de resguardo de mis pequeños. Era tal el alborto, todas hablaban al unísono, tuve que gritar para preguntar por ellos.
Una de
ellas, señalo con su índice izquierdo, una de las esquinas de la habitación, era una entrada
sobria, quise pensar que en su interior, bien guarecidos estaban mis hijos. En
ese pensamiento estaba, cuando oí mucho alboroto.
¡Ha llegado!
¡Nos
gano!
¡Ya ni
modo!
Gire,
para ver de qué se trataba, un grupo de personas entraban por la estrecha
puerta, al frente del contingente, iba una persona con túnica y capucha de
color café, como un monje franciscano, no se veía su cara, andaba con la cabeza
gacha pero sabía que era un hombre, detrás de él, otros tantos con iguales
vestimentas.
Las
mujeres se hacían a un lado, para abrían paso y permitir al contingente entrar
a la habitación contigua. Un comedor enorme, decorado con grandes ventanas con
marcos de madera y cortinas de terciopelo rojo, al centro de la habitación,
estaba una mesa de madera grande muy pesada que, me recordaba aquellas de los
castillos de la edad media, rodeada de bancas.
Las
personas se colocaron de pie alrededor de ella,
el principal a la cabeza de la mesa, cuando todos ya estaban colocados,
el líder volteo hacía un lado y levanto la testa, ahí en el rincón en la parte alta
de la pared, una repisa adornada con veladoras y al fondo un cuadro con una
figura que no se alcanzaba a distinguir.
Una
vez que se aseguro de que estaba, el hombre volvió nuevamente su cabeza, bajándola en gesto de oración, los demás
hicieron lo mismo. Por su parte, las mujeres, estaban paradas en el umbral de
la puerta, sólo observando.
Sorpresivamente,
en ese momento unas personas, me toman de los antebrazos y me llevan en vilo, introduciéndome
al interior de la habitación, sólo tuve tiempo de ver en dirección donde mis
hijos de hallaban, sin más que hacer. Todo era agitación y comentarios entre
los encapuchados, no entendía lo que decían.
Dentro
de la habitación, fui arrojada sobre una de las bancas, caí sobre ésta y
levante la vista. A mi lado, estaba sentada una mujer de cabellos blancos, otros
dos ancianos estaban de pie a su lado, me daba la impresión de que ella era la
principal.
Tirada
ahí, intentaba llamar su atención, alguien me decía que no podía hacer eso, la
desesperación y el miedo, inundaba mi ser, sólo le imploraba.
¡Madre,
devuélveme la fe!
En ese
momento alguien grito.
¡Se
está quemando!
Volteé
en dirección de la voz, vi que mi vestido se estaba quemando. No sé en que momento
me cambien de ropa. El caso, es que era un vestido de
época, de terciopelo color vino y blanco que, en la parte del dobladillo le salían
llamas.
Estaba
aterrada, suplique que me ayudaran pero nadie parecía escucharme, sólo hablaban
entre ellos. La anciana no sé inmutaba, permanecía rígidamente sentada a mi
lado con la vista al frente, no sé cuanto tiempo había pasado y no me atrevía a
ver las llamas de mi vestido, el pavor inicial fue decidiendo el paso a la
resignación, sólo pensaba que sería de mis hijos.
Con
una sensación de abandono y profunda soledad, levante la vista hacia la ventana
que estaba frente a mi, no sé con que intensión, supongo que sabía que no habría
un mañana para mi. Ahí, frente a la ventana, estaba una sombra que se elevaba
del piso e iba creciendo, hasta llegar a abarcar todo lo alto del cuarto.
Todos murmuraban
asustados, nadie se atrevía a moverse, sólo la mujer se levanto y pronunció
unas palabras en otro idioma con su báculo dio un golpe en el piso y abandono
el lugar con los dos ancianos, mi cuerpo fue presa de terror, entre lágrimas y
miedo decía.
¡No,
no, no!
Quería
huir, pero no podía moverme, nadie oía mis suplicas. Era víctima del más
angustiante miedo.
La
sombra, creció tanto que lleno el recinto, todo se oscureció, envuelto en un silencio espeluznante.
Lo último
que recuerdo, es que le grite.
¡No
soy como tú!
Lunaoscura
No hay comentarios:
Publicar un comentario