291
amigazo, pa sufrir
han nacido los varones;
estas son las ocasiones
de mostrarse un hombre juerte,
hasta que venga la muerte
y lo agarre a coscorrones.
amigazo, pa sufrir
han nacido los varones;
estas son las ocasiones
de mostrarse un hombre juerte,
hasta que venga la muerte
y lo agarre a coscorrones.
292
El andar tan despilchao
ningún mérito me quita;
sin ser un alma bendita
me duelo del mal ajeno:
soy un pastel con relleno
que parece torta frita.
293
Tampoco me faltan males
y desgracias, le prevengo;
también mis desdichas tengo,
aunque esto poco me aflige:
yo sé hacerme el chango rengo
cuando la cosa lo esige.
294
Y con algunos ardiles
voy viviendo, aunque rotoso;
a veces me hago el sarnoso
y no tengo ni un granito,
pero al chifle voy ganoso
como panzón al maíz frito.
295
A mí no me matan penas
mientras tenga el cuero sano;
venga el sol en el verano
y la escarcha en el invierno
¿por qué afligirse el cristiano?
296
Hagámosle cara fiera
a los males, compañero,
porque el zorro más matrero
suele cair como un chorlito;
viene por un corderito
y en la estaca deja el cuero.
297
Hoy tenemos que sufrir
males que no tienen nombre,
pero esto a nadies lo asombre
porque ansina es el pastel,
y tiene que dar el hombre
mas güeltas que un carretel.
298
Yo nunca me he de entregar
a los brazos de la muerte;
arrastro mi triste suerte
paso a paso y como pueda,
que donde el débil se queda
se suele escapar el juerte.
299
Y ricuerde cada cual
lo que cada cual sufrió,
que lo que es, amigo, yo,
hago ansí la cuenta mía:
ya lo pasado pasó;
mañana será otro día.
300
Yo también tuve una pilcha
que me enllenó el corazón,
y si en aquella ocasión
alguien me hubiera buscao,
siguro que me había hallao
más prendido que un botón.
301
En la güeya del querer
no hay animal que se pierda–
las mujeres no son lerdas,
y todo gaucho es dotor
si pa cantarle al amor
tiene que templar las cuerdas.
302
¡Quién es de una alma tan dura
que no quiera una mujer!
Lo alivia en su padecer:
si no sale calavera
es la mejor compañera
que el hombre puede tener.
303
Si es güena, no lo abandona
cuando lo ve desgraciao,
lo asiste con su cuidao,
y con afán cariñoso,
y usté tal vez ni un rebozo
ni una pollera le ha dao.
304
¡Grandemente lo pasaba
con aquella prenda mía,
viviendo con alegría
como la mosca en la miel!
¡Amigo, qué tiempo aquel!
¡La pucha, que la quería!
305
Era la águila que a un árbol
dende las nubes bajó;
era más linda que el alba
cuando va rayando el sol;
era la flor deliciosa
que entre el trebolar creció.
306
Pero, amigo, el comendante
que mandaba la milicia,
como que no desperdicia
se fue refalando a casa;
yo le conocí en la traza
que el hombre traiba malicia.
307
Él me daba voz de amigo,
pero no le tenía fe;
era el jefe, y ya se ve,
no podía competir yo;
en mi rancho se pegó
lo mesmo que un saguaipé.
308
A poco andar, conocí
que ya me había desbancao,
y él siempre muy entonao,
aunque sin darme ni un cobre,
me tenía de lao a lao
como encomienda de pobre.
309
A cada rato, de chasque
me hacía dir a gran distancia;
ya me mandaba a una estancia,
ya al pueblo, ya a la frontera;
pero él en la comendancia
no ponía los pies siquiera.
310
Es triste a no poder más
el hombre en su padecer,
si no tiene una mujer
que lo ampare y lo consuele:
mas pa que otro se la pele
lo mejor es no tener.
311
No me gusta que otro gallo
le cacaree a mi gallina;
yo andaba ya con la espina,
hasta que en una ocasión
lo pille junto al jogón
abrazándome a la china.
312
Tenía el viejito una cara
de ternero mal lamido,
y al verle tan atrevido
le dije: ¡que le aproveche!–
Que había sido pa el amor
como gaucho pa la leche.
313
Peló la espalda y se vino
como a quererme ensartar,
pero yo sin tutubiar
le volví al punto a decir:
¡cuidado!, No te vas a per–tigo;
poné cuarta pa salir.
314
Un puntazo me largó,
pero el cuerpo le saqué,
y en cuanto se lo quité,
para no matar un viejo,
con cuidado, medio de lejos
un palazo le asenté.
315
Y como nunca al que manda
le falta algún adulón,
uno que en esa ocasión
se encontraba allí presente,
vino apretando los dientes
como perrito mamón.
316
Me hizo un tiro de revuélver
que el hombre creyó siguro;
era confiado y le juro
que cerquita se arrimaba,
pero, siempre en un apuro
se desentumen mis tabas.
317
Él me siguió menudiando
mas sin poderme acertar,
y yo, dele culebriar,
hasta que al fin le dentré
y ahi no más lo despaché
sin dejarlo resollar.
318
Dentré a campiar en seguida
al viejito enamorao–
el pobre se había ganao
en un noque de lejía.
¡Quién sabe cómo estaría
del susto que había llevao!
319
¡Es zonzo el cristiano macho
cuando el amor lo domina!
Él la miraba a la indina,
y una cosa tan jedionda
sentí yo, que ni en la fonda
he visto tal jedentina
320
Y le dije: pa su agüela
han de ser esas perdices.
Yo me tapé las narices,
y me salí esternudando,
y el viejo quedó olfatiando
como chico con lumbrices.
321
Cuando la mula recula,
señal que quiere cociar,
ansí se suele portar
aunque ella lo disimula;
recula como la mula
la mujer, para olvidar.
322
Alcé mis ponchos y mis prendas
y me largué a padecer
por culpa de una mujer
que quiso engañar a dos;
al rancho le dije adiós,
para nunca más volver.
323
Las mujeres, dende entonces,
conocí a todas en una;
ya no he de probar fortuna
con carta tan conocida:
mujer y perra parida,
¡no se me acerca ninguna!.
El andar tan despilchao
ningún mérito me quita;
sin ser un alma bendita
me duelo del mal ajeno:
soy un pastel con relleno
que parece torta frita.
293
Tampoco me faltan males
y desgracias, le prevengo;
también mis desdichas tengo,
aunque esto poco me aflige:
yo sé hacerme el chango rengo
cuando la cosa lo esige.
294
Y con algunos ardiles
voy viviendo, aunque rotoso;
a veces me hago el sarnoso
y no tengo ni un granito,
pero al chifle voy ganoso
como panzón al maíz frito.
295
A mí no me matan penas
mientras tenga el cuero sano;
venga el sol en el verano
y la escarcha en el invierno
¿por qué afligirse el cristiano?
296
Hagámosle cara fiera
a los males, compañero,
porque el zorro más matrero
suele cair como un chorlito;
viene por un corderito
y en la estaca deja el cuero.
297
Hoy tenemos que sufrir
males que no tienen nombre,
pero esto a nadies lo asombre
porque ansina es el pastel,
y tiene que dar el hombre
mas güeltas que un carretel.
298
Yo nunca me he de entregar
a los brazos de la muerte;
arrastro mi triste suerte
paso a paso y como pueda,
que donde el débil se queda
se suele escapar el juerte.
299
Y ricuerde cada cual
lo que cada cual sufrió,
que lo que es, amigo, yo,
hago ansí la cuenta mía:
ya lo pasado pasó;
mañana será otro día.
300
Yo también tuve una pilcha
que me enllenó el corazón,
y si en aquella ocasión
alguien me hubiera buscao,
siguro que me había hallao
más prendido que un botón.
301
En la güeya del querer
no hay animal que se pierda–
las mujeres no son lerdas,
y todo gaucho es dotor
si pa cantarle al amor
tiene que templar las cuerdas.
302
¡Quién es de una alma tan dura
que no quiera una mujer!
Lo alivia en su padecer:
si no sale calavera
es la mejor compañera
que el hombre puede tener.
303
Si es güena, no lo abandona
cuando lo ve desgraciao,
lo asiste con su cuidao,
y con afán cariñoso,
y usté tal vez ni un rebozo
ni una pollera le ha dao.
304
¡Grandemente lo pasaba
con aquella prenda mía,
viviendo con alegría
como la mosca en la miel!
¡Amigo, qué tiempo aquel!
¡La pucha, que la quería!
305
Era la águila que a un árbol
dende las nubes bajó;
era más linda que el alba
cuando va rayando el sol;
era la flor deliciosa
que entre el trebolar creció.
306
Pero, amigo, el comendante
que mandaba la milicia,
como que no desperdicia
se fue refalando a casa;
yo le conocí en la traza
que el hombre traiba malicia.
307
Él me daba voz de amigo,
pero no le tenía fe;
era el jefe, y ya se ve,
no podía competir yo;
en mi rancho se pegó
lo mesmo que un saguaipé.
308
A poco andar, conocí
que ya me había desbancao,
y él siempre muy entonao,
aunque sin darme ni un cobre,
me tenía de lao a lao
como encomienda de pobre.
309
A cada rato, de chasque
me hacía dir a gran distancia;
ya me mandaba a una estancia,
ya al pueblo, ya a la frontera;
pero él en la comendancia
no ponía los pies siquiera.
310
Es triste a no poder más
el hombre en su padecer,
si no tiene una mujer
que lo ampare y lo consuele:
mas pa que otro se la pele
lo mejor es no tener.
311
No me gusta que otro gallo
le cacaree a mi gallina;
yo andaba ya con la espina,
hasta que en una ocasión
lo pille junto al jogón
abrazándome a la china.
312
Tenía el viejito una cara
de ternero mal lamido,
y al verle tan atrevido
le dije: ¡que le aproveche!–
Que había sido pa el amor
como gaucho pa la leche.
313
Peló la espalda y se vino
como a quererme ensartar,
pero yo sin tutubiar
le volví al punto a decir:
¡cuidado!, No te vas a per–tigo;
poné cuarta pa salir.
314
Un puntazo me largó,
pero el cuerpo le saqué,
y en cuanto se lo quité,
para no matar un viejo,
con cuidado, medio de lejos
un palazo le asenté.
315
Y como nunca al que manda
le falta algún adulón,
uno que en esa ocasión
se encontraba allí presente,
vino apretando los dientes
como perrito mamón.
316
Me hizo un tiro de revuélver
que el hombre creyó siguro;
era confiado y le juro
que cerquita se arrimaba,
pero, siempre en un apuro
se desentumen mis tabas.
317
Él me siguió menudiando
mas sin poderme acertar,
y yo, dele culebriar,
hasta que al fin le dentré
y ahi no más lo despaché
sin dejarlo resollar.
318
Dentré a campiar en seguida
al viejito enamorao–
el pobre se había ganao
en un noque de lejía.
¡Quién sabe cómo estaría
del susto que había llevao!
319
¡Es zonzo el cristiano macho
cuando el amor lo domina!
Él la miraba a la indina,
y una cosa tan jedionda
sentí yo, que ni en la fonda
he visto tal jedentina
320
Y le dije: pa su agüela
han de ser esas perdices.
Yo me tapé las narices,
y me salí esternudando,
y el viejo quedó olfatiando
como chico con lumbrices.
321
Cuando la mula recula,
señal que quiere cociar,
ansí se suele portar
aunque ella lo disimula;
recula como la mula
la mujer, para olvidar.
322
Alcé mis ponchos y mis prendas
y me largué a padecer
por culpa de una mujer
que quiso engañar a dos;
al rancho le dije adiós,
para nunca más volver.
323
Las mujeres, dende entonces,
conocí a todas en una;
ya no he de probar fortuna
con carta tan conocida:
mujer y perra parida,
¡no se me acerca ninguna!.
José Hernández, Martín Fierro.
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