Narración simbólica o alegoría en forma narrativa, como las que utilizó Jesucristo para predicar y aparecen recogidas en los evangelios. Si contiene sentido moral o parenético se denomina apólogo, mientras que se reserva la denominación parábola en el siglo XX a los relatos simbólicos que no tienen sentido o tienen sentido filosófico o existencial, como las parábolas de Franz Kafka:
Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió
mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo, y lo
monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta, y le pregunté al
sirviente qué significaba. Él no sabía nada y nada escuchó. En el portal me
detuvo y preguntó: “¿A dónde va el patrón?” “No lo sé”, le dije, “simplemente
fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única
manera en que puedo alcanzar mi meta”. “¿Así que usted conoce su meta?”,
preguntó. “Sí”, repliqué, “te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi
meta”.
Los antiguos griegos y romanos
utilizaban los apólogos, especialmente las fábulas o cuentos de
animales, para inculcar en sus hijos la ética pragmática del paganismo, cuyo
valor fundamental era la imposibilidad de que los hombres cambien, doctrina
fatalista que fue contaminada más tarde por el influjo de las diatribas de los
cínicos y estoicos. El cristianismo subvertió esa creencia y convirtió la
moralidad del apólogo en una doctrina menos cruel y abierta a la evolución y el
cambio. En el siglo XX, la parábola regresa a sus fines fatalistas e intenta
desvelar la condición existencial del hombre moderno.
Ángel Romera, Manual de retórica y recursos estilísticos.
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