He visto en los ojos de ese
hombre, como la vida se esfumo. La luz se apago dejando unos ojos sin alma,
inerte yacía tumbado en la calle, ante la mirada asustada de la gente que se le
arremolinaba, con una sensación de congoja y morbo.
Hincada al lado de él estaba yo,
el corazón me palpitaba a más de mil. Por más que le oprimía el pecho y le daba
respiración, sentí como sus músculos se crisparon dejando escapar una profunda
exhalación y su cuerpo se relajo. No me iba a dar por vencida, esta vez no,
insistí pero no reacciono, su cuerpo aún estaba tibio y en su frente perlada en
sudor.
El amigo que me acompañaba, me
sujeto por los hombros y trato de levantarme, me decía. ¡Ya no, se fue!
Con frustración y coraje,
respondía ¡no todavía hay esperanzas! ¡No puede terminar aquí, sólo, fuera de
su casa y lejos de su familia!
No sé si me dolía, el hecho de
que muriera en la calle, el dolor de su familia que ni idea tenía de lo que le
había ocurrido, o la impotencia de no poder ayudarlo.
Era la tercera vez que la Señora del Silencio, me
ponía en una situación así, ni idea del porqué, si, siempre se los llevaba.
Me levantaron, mi amigo y otra
persona sujetándome para que no lo intentara de nuevo. En esos momentos lo vi,
era un señor de unos setenta y tantos años, por su ropa, me di cuenta que era de
condición humilde, tenía los ojos abierto mirando al cielo.
Una persona buscaba entre sus
ropas, algo con que identificarlo. Encontraron su cartera con una agenda, de
esas de pasta de plástico, de esas que venden en el metro. Ahí, estaba sus
datos y los datos de quien hablar en caso de accidente.
Alguien marco, no tengo idea que
dijeron, el hecho fue que se comentaba que había ido a comprar unos arreglos para
la boda de su hija.
A lo lejos se oía la sirena de la
ambulancia. Pensé ¡ya para qué! Alguien había llamado casi cuando empecé la
resucitación, y eso ya tenía mucho tiempo. Una persona le comento a mi amigo
que nos fuéramos para evitarnos los problemas con la policía.
No me quería ir, como lo iba a
dejar sólo, pero mi amigo me jalo. Iba vociferando por la rabia, ahora
resultaba que era un delito ayudar a un hermano.
Mi amigo, decía. No es eso pero tú
no eres médico y pueden pensar que por el manejo que hiciste, pudiste ocasionar
su muerte.
Estupideces, el señor se desplomo
detrás de nosotros, seguro fue un infarto, recuerda que se agarro el pecho. Mi
amigo, no dijo nada, sólo me jalaba de la mano.
Nos perdimos entre las calle,
oímos como la ambulancia dejo de ulular. Caminamos sin rumbo hasta llegar a un
café. Entramos, mi amigo no dejaba de observarme y de preguntar ¿sí, estaba
bien?
Tenía la imagen de sus ojos
cuando su luz se apago, sentía todavía como su cuerpo se relajaba. Era como si
se resignara y se dejara ir.
Después de un rato, mi amigo me
dijo que el señor se llamaba Vicente que trabajaba de obrero en una fábrica de
textiles. Que le había dicho a su familia que saliendo del trabajo, iría a
comprar unos recuerdos para la boda de su hija.
Le pregunte, cómo diablos sabía
todo eso. Me respondió que él fue quién le hablo a la familia.
Ya no dijimos nada, sólo
terminamos de tomar el café y salimos.
Sólo deseé que Don Vicente, haya
encontrado la paz.
Lunaoscura
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