Mientras torcía la
esquina de la calle, Agustín sintió un leve roce en la espalda que le invitó a
darse la vuelta. No había nadie, la calle estaba desierta. Eran las tres de la
mañana y colonia dormía en una bruma húmeda que le otorgaba un aire tétrico.
Andaba algo fastidiado,
por lo que se sentó a reposar su malestar en la orilla de una vieja y
abandonada fuente que se encontraba frente a su reciente vivienda. Después de
un tiempo, escucho un ligero sonido que salía de la fuente, sonaba con más
fuerza que los grillos que se escondían en entre los arboles aledaños. Sorprendido
giro su cuerpo hacía la pileta, no recordaba que estuviera en funcionamiento,
de hecho, tenía pocos días que le habían quitado la maleza que la cubría desde
tiempos inmemoriales, según le había comentado su casera, pero sorprendentemente
de la fuente, escapaba el agua en dos pequeños hilillos que componían una melancólica
melodía.
Andaba Agustín
concentrado en el agua cuando a unos metros creyó ver los pliegues de un
vestido blanco que se perdían tras el zaguán de una casa aledaña a la fuente.
Movido por un cierto
morbo y mucha curiosidad, se acercó a la casa. El portón de madera estaba
cerrado, pero la ventana enrejada de su derecha permanecía entreabierta. Se
agachó con sigilo y entornó la vista para buscar una silueta de mujer en la
oscuridad, pero el interior de la casa parecía estar acorde con el descanso de
sus moradores.
Desilusionado,
Agustín volvió a ocupar su asiento. Un dulzón olor a azahar comenzó a nublar sus
sentidos. Ensimismado y cabizbajo, Agustín permaneció durante un par de horas
en idéntica posición. No calló en la cuenta de que había perdido la noción del
tiempo, hasta que el frío lo sacó de su letargo. Vencido ya por el sueño y la
desgana, se disponía a entrar a su casa, cuando una voz femenina le sorprendió
por la espalda.
Agustín se sintió
desconcertado, no adivinaba de dónde provenían aquellas palabras, se giró
bruscamente para buscar a su dueña, pero no la encontró.
Decidido, se internó por
la estrecha callejuela, sintió como una descarga eléctrica que le erizaba los bellos,
sintió frío, un frío que se agarraba a sus huesos y le recorría por toda la
espalda. Dos gatos gruñían en el alféizar de la ventana por donde Agustín
pasaba. Parecían rogarle que no continuara, dudó en darse la vuelta y salir corriendo,
pero volvió a entrever el balanceo de la seda blanca al final de la calle. Corrió
con todas sus fuerzas al encuentro de la mujer, sus pasos retumbaban como estridentes
tambores que cesaron de tocar cuando volvió a encontrarse solo.
-
¡Sal, da la cara y dime a qué juegas! -
el silencio y el maullido lejano de los gatos le respondieron.
Su respiración era
agitada y nerviosa. ¿Era real esa voz?, se preguntaba. Retrocedió unos pasos
con la intención de dejar esa locura y olvidarlo todo, en su pausado regreso, advirtió
una sombra cerca de la fuente. Dudó, pero la curiosidad ganó la batalla.
Se aproximó poco a
poco, delante de la pared de cal que servía de fondo a la fuente. Estaba parada
una imagen espeluznante de una mujer vestida con un vestido de época de color
blanco, de su cuello colgaba un lazo que la balanceaba una brisa gélida. Aquella
entelequia abrió sus ojos negros, desplegó sus labios y se dirigió frágilmente
a Agustín.
-
Arrepiéntete muchacho, arrepiéntete de
tus pecados.
Agustín, no qué
contestar. Un terrible sentimiento, muy distinto al miedo, hizo presa a su
cuerpo, se dejó caer de rodillas, comenzó a rezar lo poco que recordaba. Con
los primeros rayos del sol el espectro se fue difuminado ante el aterrado
Agustín.
Lunaoscura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario