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domingo, 17 de junio de 2018

¿Quién se vengó de quién?

El ambiente cerrado, húmedo y lúgubre de la sala del velatorio, lo angustiaba, sentía sofocarse, pero tenía que mantenerse solemne dado que era el único hijo de Macaria, la difunta que, dicho sea de paso, había sido la persona más miserable y avara que se hubiere conocido en el barrio- “Dios la tenga en su seno”-.

Después de un tiempo impreciso, Gumaro, hastiado de tanto espectáculo se escabulló a los baños. Una vez que todo el ajetreo terminó, regresó a la sala del velatorio, donde únicamente se encontraba el féretro de su madre. Titubeante se acercó al cadáver.

¡Madre…!, le decía al oído, ciertamente no recibió respuesta alguna. Él siguió susurrando, ¡Madre!, cada vez más nervioso, y ella tan pálida e inmóvil. Vamos cicatera, ¿dime dónde lo escondes?, su cautela inicial había dado paso a la desesperación y los murmullos se transformaron en gritos acompañados de fuertes zarandeados que propinaba al cuerpo de Macaria.

En medio de ese arrebato, escuchó unos pasos acompañados de murmullos que provenían del pasillo, lo que lo puso alerta y corrió a esconderse tras unas pesadas cortinas. Agazapado pudo observar que se trata de Nicolás y Florencia, el chofer y cocinera de su madre.

La pareja ignorante de que era observada comentaba:

-           ¡Mira la vieja! Ya no es tan mala como en vida, quietecita y rígida empezando a olor mal- profirió Nicolás-.

-           ¡Desgraciada avara! -maldijo la mujer-.

-           Ahora ya no puedes prohibirnos nada, vieja hipócrita- dijo el hombre.

-           Vamos a enseñarle a esta bruja lo que hacíamos a escondidas- Propuso Florencia.

Con desatado frenesí, Nicolás desgarró las ropas de la mujer y la subió encima del ataúd dándole embestidas tan acompasadas, que el mismo se movía al son de una canción de cuna.

Cuando faltaba poco para llegar al clímax, un ruido de pasos interrumpió a los frenéticos amantes, “Coito Interruptus”. Y la pareja corrió a esconderse tras las cortinas.

Apareció en la sala, un niño chupando una paleta y tomado de la mano de su madre. Era Sofia y su hijo, la hermana menor de la difunta, iracunda se aproximó al ataúd.

-       Hermana ya conoces a mi hijo, sí tú sobrino gordo, aquel del que renegabas y nunca abrazaste, vieja arpía ahora él te dará tú merecido.

De un empellón puso al niño delante de la tía, diciéndole:

-       Vamos hijo, tírale el pelo a tú tía.

El niño inseguro acercó sus regordetas manitas al cabello de la tía. Al tirar de la cabellera, el cadáver sé incorporo lanzando un eructó de gases, Sofía, horrorizada lanzó un grito de terror y todos los ocupantes de las cortinas salieron despavoridos. Al unísono, gritaron:

-       ¡La vieja bruja está viva… socorro…!

El alarido colectivo calló súbitamente y los rostros de los deudos se pusieron tan blancos y traslucidos como la cera de los cirios que rodeaban el féretro, el sonido de unos pasos parsimoniosos se aproximaba a la sala.

Después de un breve tiempo, sus almas volvieron a su cuerpo cuando vieron que eran dos empleados de la funeraria que iban para cargar con el ataúd, entre risas y chistes tendieron de nuevo a la vieja Macaria.



Lunaoscura

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