El
ambiente cerrado, húmedo y lúgubre de la sala del velatorio, lo angustiaba,
sentía sofocarse, pero tenía que mantenerse solemne dado que era el único hijo
de Macaria, la difunta que, dicho sea de paso, había sido la persona más
miserable y avara que se hubiere conocido en el barrio- “Dios la tenga en su
seno”-.
Después
de un tiempo impreciso, Gumaro, hastiado de tanto espectáculo se escabulló a
los baños. Una vez que todo el ajetreo terminó, regresó a la sala del
velatorio, donde únicamente se encontraba el féretro de su madre. Titubeante se
acercó al cadáver.
¡Madre…!,
le decía al oído, ciertamente no recibió respuesta alguna. Él siguió
susurrando, ¡Madre!, cada vez más nervioso, y ella tan pálida e inmóvil. Vamos
cicatera, ¿dime dónde lo escondes?, su cautela inicial había dado paso a la
desesperación y los murmullos se transformaron en gritos acompañados de fuertes
zarandeados que propinaba al cuerpo de Macaria.
En
medio de ese arrebato, escuchó unos pasos acompañados de murmullos que
provenían del pasillo, lo que lo puso alerta y corrió a esconderse tras unas
pesadas cortinas. Agazapado pudo observar que se trata de Nicolás y Florencia,
el chofer y cocinera de su madre.
La
pareja ignorante de que era observada comentaba:
- ¡Mira la vieja! Ya no es tan mala
como en vida, quietecita y rígida empezando a olor mal- profirió Nicolás-.
- ¡Desgraciada avara! -maldijo la
mujer-.
- Ahora ya no puedes prohibirnos nada,
vieja hipócrita- dijo el hombre.
- Vamos a enseñarle a esta bruja lo que
hacíamos a escondidas- Propuso Florencia.
Con
desatado frenesí, Nicolás desgarró las ropas de la mujer y la subió encima del
ataúd dándole embestidas tan acompasadas, que el mismo se movía al son de una
canción de cuna.
Cuando
faltaba poco para llegar al clímax, un ruido de pasos interrumpió a los
frenéticos amantes, “Coito Interruptus”. Y la pareja corrió a esconderse tras
las cortinas.
Apareció
en la sala, un niño chupando una paleta y tomado de la mano de su madre. Era
Sofia y su hijo, la hermana menor de la difunta, iracunda se aproximó al ataúd.
-
Hermana
ya conoces a mi hijo, sí tú sobrino gordo, aquel del que renegabas y nunca
abrazaste, vieja arpía ahora él te dará tú merecido.
De
un empellón puso al niño delante de la tía, diciéndole:
-
Vamos
hijo, tírale el pelo a tú tía.
El
niño inseguro acercó sus regordetas manitas al cabello de la tía. Al tirar de
la cabellera, el cadáver sé incorporo lanzando un eructó de gases, Sofía, horrorizada
lanzó un grito de terror y todos los ocupantes de las cortinas salieron
despavoridos. Al unísono, gritaron:
-
¡La
vieja bruja está viva… socorro…!
El
alarido colectivo calló súbitamente y los rostros de los deudos se pusieron tan
blancos y traslucidos como la cera de los cirios que rodeaban el féretro, el
sonido de unos pasos parsimoniosos se aproximaba a la sala.
Después
de un breve tiempo, sus almas volvieron a su cuerpo cuando vieron que eran dos
empleados de la funeraria que iban para cargar con el ataúd, entre risas y chistes
tendieron de nuevo a la vieja Macaria.
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