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lunes, 7 de mayo de 2018

El huésped


Cargados de maletas, Ángel y Fabiana caminaban por la calle buscando en el errático sistema de posicionamiento global del móvil su destino vacacional, la Avenida Ricardo Flores Magón ochocientos cincuenta.





-  Disculpe -preguntó Ángel a un transeúnte-. ¿La Avenida Ricardo Flores Magón?
-       ¡Qué casualidad! Mire, sígame, que voy para allá.

Ángel y Fabiana siguieron al hombre, pero tras un buen tramo andado detrás de él, empezaron a tomar distancia discretamente.

-       ¡Vengan, vengan! -dijo animoso el hombre-  Es por aquí.

Las caras de Ángel y Fabiana dibujaban cierta vacilación, pues era raro seguir caminando tanto tiempo al lado de un total desconocido.

-       No se preocupen, yo también desconfiaría, pero vengan, es por aquí.

A unos cuantos metros más, Ángel leyó el letrero de la siguiente calle: Avenida Ricardo Flores Magón.

-       Muchas gracias, señor -se apresuró a decir-. Ya es aquí, se lo agradecemos mucho.
-       No hay de qué, pero yo sigo por esta calle – dijo-. Ya les he dicho que venía hacia acá.

Fabiana agarró a Ángel del brazo y levantó los ojos al cielo en una mueca de hastío. Sin embargo, no les quedó más remedio que seguir caminado con él hasta llegar al número ochocientos cincuenta.

-       Bueno -dijo Ángel dejando su maleta en el suelo y descolgándose la mochila- Nosotros ya le dejamos.

-       Ah, pues qué casualidad, este es mi destino.

Fabiana y Ángel se miraron incrédulos. No se movían, no sabían qué hacer.

-       Pero no se queden ahí -dijo el hombre-. No se preocupen, yo tampoco me fiaría. Es una casualidad, nada más.

Nuevamente con mochilas a los hombros y maletas en mano, Ángel y Fabiana fueron de nuevo tras él, pasando al frescor de la recepción del hotel.

Después de registrarse, caminaron al elevador donde esperaba su recién conocido guía. Al mismo tiempo, Ángel y el hombre se lanzaron a oprimir el botón del segundo piso.

-       Vaya -dijo el sujeto -, pues sí que es casualidad.

-       Pues sí, oiga -dijo Ángel algo indignado-, sí que lo es.

-       No se preocupen, esto no es nada. Yo estaría como ustedes, no me fiaría, de verdad.

La campana del ascensor les indicó que era el momento de ir a buscar su habitación. Salieron a un pasillo de paredes color amarillo claro decorado con en plantas de interior que emergían de macetas rústicas. El camino a la habitación doscientos quince iba a la inversa, al lado del ascensor estaba el doscientos treinta y cuatro. Pasaron por el doscientos veinte y vieron nerviosos cómo el hombre seguía con ellos. Cuando se paró en el doscientos quince y sacó las llaves les dio un vuelco el corazón.

-       Oiga, que esta es nuestra habitación.

-       ¡Ah, sí! Pues sí que es casualidad. No se queden ahí, pasen, pasen.

Ángel y Fabiana pasaron tras el hombre y dejaron sus equipajes en el piso entre miradas de desconcierto.

Mientras, el hombre se dirigió a frigo bar y tomo una cerveza para luego irse a sentar desparpajadamente al sofá.

-       Hay más en la nevera, cojan una.

Ángel y Fabiana no atinaban a moverse, producto de la incomprensión.

-       No se preocupen, yo tampoco me fiaría, pero les aseguro que una cerveza bien fría les hará muy bien.

-       Pero, oiga…

-       Nada, nada. Vengan, siéntense aquí, hay sitio.

Con el hombre entre los dos, Ángel y Fabiana miraban hacia el televisor apagado con la mirada perdida al infinito.

De pronto, Ángel se levantó y abrió el ventanal que daba al balcón. El sujeto también se levantó y se puso a su lado.

-       ¿Para salir al balcón? – pregunto Ángel.

-       Es justamente por aquí, sígame -dijo-.

Ambos salieron y el aire cálido y húmedo del Puerto de Veracruz les rodeó de inmediato.

Ángel se acercó a la barandilla, acto seguido el hombre la superó, pasando primero una pierna y luego la otra, quedando agarrado a espaldas de la estructura metálica.

-       ¿Pero, qué hace hombre? -inquirió Ángel.

-       Nada, nada solo tomó el fresco. -Acto seguido salto, desvaneciéndose en el aire.

-       Petrificado por lo que acababa de presenciar, Ángel solo logro mascullar – ¡Fabiana, ven! -.

Cuando esta estuvo a su lado, encontró a Ángel con el semblante pálido y los ojos desorbitados. Echo un vistazo a la terraza, el hombre, ya no estaba.

-       ¿Adónde esta? – Pregunto curiosa-.

Pero, Ángel no articulaba palabra, lo que la preocupo demasiado. Lo tomo del brazo y lo introdujo a la habitación. Llamó a la recepción para que la auxiliaran.

Oyó unos golpes en la puerta y corrió a abrir. Ante ella estaba una joven con un botiquín de primeros auxilios. La invito a entrar y le señalo donde se encontraba sentado Ángel que seguía en estado de conmoción.

-       ¿Qué paso? -pregunto-.

Fabiana, solo pudo comentar lo ocurrido desde que llegaron al Puerto de Veracruz y la salida del individuo con su novio al balcón.

-       Lo conocieron, ya entiendo- comento tranquilamente-.

-       ¿A quién?  ¿Qué está pasando? ¡No entiendo nada! – Fabiana preguntaba desconcertada.

-       No se preocupe, esto no es nada. Yo estaría como ustedes. - Decía la muchacha pasmadamente- Vera, hace algunos años, un hombre se suicidó en este hotel y desde entonces a algunos huéspedes los acompaña desde la estación hasta que se desvanece por los aires, pero es inofensivo.

Lunaoscura

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