Cargados
de maletas, Ángel y Fabiana caminaban por la calle buscando en el errático sistema
de posicionamiento global del móvil su destino vacacional, la Avenida Ricardo
Flores Magón ochocientos cincuenta.
- Disculpe -preguntó Ángel a un transeúnte-.
¿La Avenida Ricardo Flores Magón?
-
¡Qué casualidad! Mire, sígame, que voy
para allá.
Ángel
y Fabiana siguieron al hombre, pero tras un buen tramo andado detrás de él, empezaron
a tomar distancia discretamente.
-
¡Vengan, vengan! -dijo animoso el hombre-
Es por aquí.
Las
caras de Ángel y Fabiana dibujaban cierta vacilación, pues era raro seguir caminando
tanto tiempo al lado de un total desconocido.
-
No se preocupen, yo también
desconfiaría, pero vengan, es por aquí.
A
unos cuantos metros más, Ángel leyó el letrero de la siguiente calle: Avenida Ricardo
Flores Magón.
-
Muchas gracias, señor -se apresuró a
decir-. Ya es aquí, se lo agradecemos mucho.
-
No hay de qué, pero yo sigo por esta
calle – dijo-. Ya les he dicho que venía hacia acá.
Fabiana
agarró a Ángel del brazo y levantó los ojos al cielo en una mueca de hastío. Sin
embargo, no les quedó más remedio que seguir caminado con él hasta llegar al
número ochocientos cincuenta.
-
Bueno -dijo Ángel dejando su maleta en
el suelo y descolgándose la mochila- Nosotros ya le dejamos.
-
Ah, pues qué casualidad, este es mi destino.
Fabiana
y Ángel se miraron incrédulos. No se movían, no sabían qué hacer.
-
Pero no se queden ahí -dijo el hombre-.
No se preocupen, yo tampoco me fiaría. Es una casualidad, nada más.
Nuevamente
con mochilas a los hombros y maletas en mano, Ángel y Fabiana fueron de nuevo
tras él, pasando al frescor de la recepción del hotel.
Después
de registrarse, caminaron al elevador donde esperaba su recién conocido guía.
Al mismo tiempo, Ángel y el hombre se lanzaron a oprimir el botón del segundo
piso.
-
Vaya -dijo el sujeto -, pues sí que es
casualidad.
-
Pues sí, oiga -dijo Ángel algo
indignado-, sí que lo es.
-
No se preocupen, esto no es nada. Yo
estaría como ustedes, no me fiaría, de verdad.
La
campana del ascensor les indicó que era el momento de ir a buscar su habitación.
Salieron a un pasillo de paredes color amarillo claro decorado con en plantas
de interior que emergían de macetas rústicas. El camino a la habitación doscientos
quince iba a la inversa, al lado del ascensor estaba el doscientos treinta y
cuatro. Pasaron por el doscientos veinte y vieron nerviosos cómo el hombre seguía
con ellos. Cuando se paró en el doscientos quince y sacó las llaves les dio un
vuelco el corazón.
-
Oiga, que esta es nuestra habitación.
-
¡Ah, sí! Pues sí que es casualidad. No
se queden ahí, pasen, pasen.
Ángel
y Fabiana pasaron tras el hombre y dejaron sus equipajes en el piso entre
miradas de desconcierto.
Mientras,
el hombre se dirigió a frigo bar y tomo una cerveza para luego irse a sentar desparpajadamente
al sofá.
-
Hay más en la nevera, cojan una.
Ángel
y Fabiana no atinaban a moverse, producto de la incomprensión.
-
No se preocupen, yo tampoco me fiaría,
pero les aseguro que una cerveza bien fría les hará muy bien.
-
Pero, oiga…
-
Nada, nada. Vengan, siéntense aquí,
hay sitio.
Con
el hombre entre los dos, Ángel y Fabiana miraban hacia el televisor apagado con
la mirada perdida al infinito.
De
pronto, Ángel se levantó y abrió el ventanal que daba al balcón. El sujeto también
se levantó y se puso a su lado.
-
¿Para salir al balcón? – pregunto Ángel.
-
Es justamente por aquí, sígame -dijo-.
Ambos
salieron y el aire cálido y húmedo del Puerto de Veracruz les rodeó de
inmediato.
Ángel
se acercó a la barandilla, acto seguido el hombre la superó, pasando primero
una pierna y luego la otra, quedando agarrado a espaldas de la estructura
metálica.
-
¿Pero, qué hace hombre? -inquirió Ángel.
-
Nada, nada solo tomó el fresco. -Acto
seguido salto, desvaneciéndose en el aire.
-
Petrificado por lo que acababa de
presenciar, Ángel solo logro mascullar – ¡Fabiana, ven! -.
Cuando
esta estuvo a su lado, encontró a Ángel con el semblante pálido y los ojos desorbitados.
Echo un vistazo a la terraza, el hombre, ya no estaba.
-
¿Adónde esta? – Pregunto curiosa-.
Pero,
Ángel no articulaba palabra, lo que la preocupo demasiado. Lo tomo del brazo y
lo introdujo a la habitación. Llamó a la recepción para que la auxiliaran.
Oyó
unos golpes en la puerta y corrió a abrir. Ante ella estaba una joven con un botiquín
de primeros auxilios. La invito a entrar y le señalo donde se encontraba
sentado Ángel que seguía en estado de conmoción.
-
¿Qué paso? -pregunto-.
Fabiana,
solo pudo comentar lo ocurrido desde que llegaron al Puerto de Veracruz y la
salida del individuo con su novio al balcón.
-
Lo conocieron, ya entiendo- comento
tranquilamente-.
-
¿A quién? ¿Qué está pasando? ¡No entiendo nada! –
Fabiana preguntaba desconcertada.
-
No se preocupe, esto no es nada. Yo
estaría como ustedes. - Decía la muchacha pasmadamente- Vera, hace algunos
años, un hombre se suicidó en este hotel y desde entonces a algunos huéspedes los
acompaña desde la estación hasta que se desvanece por los aires, pero es inofensivo.
Lunaoscura
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