Como cada día, se levanta royendo la
almohada. Se revuelve y para el despertador de un golpe. Bosteza a la vez que
se rasca los legañosos ojos y echa un vistazo a su marido.
Se inclina y le susurra al oído que
van a llegar tarde, él reacciona y se levanta para ir al baño, ella se va a la
cocina a preparar un desayuno rápido. Después de unos minutos, y listo para la
faena diaria, coge la taza de café que con esmero ella le ha preparado y bebe
rápido.
En ese momento, una cabellera despeinada
aparece en el umbral de la puerta, al tiempo que una mano le cubre un sonoro
bostezo. Él pasa por su lado y le toca la cabeza a modo de saludo. El chico
hace una mueca de aburrimiento y murmura algo inaudible. Con un gesto, se
despide de ellos, tiene que trabajar.
Ella, observa como la puerta se cierra
tras él, escena que se viene repitiéndose desde hace veinte años, suspira y
continua con las labores propias de su oficio de madre y esposa.
Es tarde, el Sol se ha escondido, pero
para él, el día le está saliendo redondo. Ya ha vendido casi todo. Decide
llamar a su esposa para decirle que no lo espere para cenar, que llegará un
poco más tarde.
Ella se preocupa, por supuesto, pero
entiende que el trabajo de su marido es duro y que tiene que hacer cosas como
esa de vez en cuando.
Justo cuando cuelga el teléfono, ve
doblar la esquina a una señora mayor. Ella se fija también y esboza una sonrisa
con su arrugado rostro. En cuanto llega a su altura, le da dos besos y le
pregunta por la familia. Él responde con sinceridad y con una extraordinaria
labia, consigue redirigir el tema hacia su mercancía. Como era de esperar,
consigue venderle algo.
Por fin y después de unas cuantas
ventas más, decide regresar a su casa. Si las cosas siguen funcionando tan
bien, quizás le podrá comprar a su hijo esa consola nueva que tanto pide, y
quizás le dé una sorpresa a su mujer. Sonríe.
Se interna en la barriada, en la que
la mitad de las lamparas ya ni encienden y las prostitutas se agolpan en cada
esquina. Ojalá el hijo no tuviera que terminar de crecer en un barrio como ese,
es lo que piensa.
Mientras camina, contempla con
sorpresa como un tipo desaliñado se acerca a él, mete la mano en su chaqueta y aparece
es el cañón de una pistola. Sin pensarlo dos veces, vacía el cargador en su
pecho y apenas se inmuta cuando el cuerpo inerte se estrella duramente contra
el suelo.
El sujeto se inclina buscando en su
chaqueta y los bolsillos del pantalón. Extraer el dinero, se da la vuelta y
continua el camino. En las ventanas, la gente asoma su nariz, pero la vuelve a
esconder en cuanto le reconocen.
En tanto, en su casa su familia lo espera,
ese día era su aniversario de bodas, pero el destino había determinado que era
el tiempo de separarlos.
Lunaoscura