Esa noche, su amiga
había insistido que fueran un rato a divertirse, pensó que tenía razón, así que
se dirigieron a un bar cercano, donde su concurrencia, hacía del lugar un
mosaico variopinto.
Taciturna, dejaba
transcurrir la noche, mientras el bullicio era el fondo de su soledad. Estaba a
punto de darle un trago a su copa, cuando un murmullo cadencioso y un poco áspero,
le hizo levantar la mirada. Frente a ella, estaba un hombre que mascullaba
palabras inaudibles. Atónita, observo como desparpajadamente tomó asiento a su
lado.
Ese desplante le
resultaba atrevido, pero no podía negar que le agradaba, así que empezaron a
hablar de un tema totalmente intrascendente, rodeados de gente sin rostro.
Mientras sus miradas entablaban una charla más interesante que sus cuerdas
vocales.
Cada uno, por cuenta
propia, inventaban un lenguaje clave que resultó ser el mismo, se entendían, aunque
querían pensar que no, que todo era producto de su imaginación, una mala pasada
de sus obscenos subconscientes.
Cualquier señal obvia
que alguno se atrevía a lanzar era totalmente omitida y borrada por el otro; hasta
que todo aquello, les hacía morderse los labios intentando ahogar la realidad,
esconderla, camuflarla. Era triste construir una verdad falsa y obligarse a
seguirla, intentando creértela.
El miedo corría por
las venas de Ariana, se le encogía el corazón, por mucho que se etiquetara como
liberal y el “vivir el momento” estaba igual de podrida que el resto de la
humanidad, tan llena de complejos y de prejuicios, que le impiden salirse del
camino marcado.
Mientras esas miradas
tan llenas de pasión se iban apagando, Ariana, tenía una férrea lucha interna,
no quería arrepentirse más tarde por no saber “que hubiera pasado si”. Ahora era
cuando le tocaba hacerse la sorda al susurro de su conciencia: “eres una buena
chica, siempre haces lo correcto. ¿De qué le había servido?
Dejó caer su mirada,
incrédula y lasciva, en ese cuerpo viril, tan deseable. Ansiosa e impaciente,
recorrió la frontera que la separaba de sus perversos pensamientos y esa piel.
Estiro un dedo,
dibujo la línea de la ropa en el aire, a escasos centímetros de la piel de él,
para sentir el dulce y ansiado calor.
A pesar de todo, tal
vez esa noche, no iba a morir de frío.
Lunaocura
acerca del calor original..
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