Estabas profundamente dormido, tan
dormido que no oíste cuando llegue. Solo te despertaste cuando te bese el
hombro. Tumbado bocarriba, abriste un poco los ojos, algo mascullaste y sonreíste.
Al instante, de nuevo te quedaste dormido.
Recorrí las sabanas, vi tu cuerpo
relajado y completamente desnudo, me incito a acariciarlo. Podía imaginar tus
deseos de abrazarme y besarme, pero tu cuerpo no respondía.
Baje mi mano por tu vientre, tus
caderas y muslos. Te acariciaba lentamente, reconociendo un territorio grabado
en mi recuerdo. Disfrutaba la oportunidad de observarte y acariciarte de una
manera casi furtiva.
Permanecías con los ojos cerrados, pero
tu cuerpo se estremecía con cada caricia, tenía la certeza que lo disfrutabas.
No querías despertar, la sensación era maravillosa, en un lugar más cercano a
los sueños que a la realidad, era un placer abstracto muy agradable.
Mi mano continuaba con la exploración
de ese cuerpo tan sublime y tan mío. Una vibración te recorrió haciéndote soltar
un leve gemido. Mis dedos dibujaban tu contorno, acariciaba tu intimidad muy
despacio, incitándote a despertar. Eran caricias suaves y lentas te provocaron
una excitación muy rápida y muy intensa.
Podía sentir tus pulsaciones entre mis
manos, sabía que deseabas que las caricias ya no fueran tan suaves, lo pedías a
gritos callados. Y lo hice, lo hice a mi ritmo, a mi tiempo, porque sabía que deseabas
lo hiciera sin pedírtelo. Una oleada de inmenso placer me hizo desear a un más.
Cuando me incliné sobre ti, sentí el
calor de tu cuerpo, fue como una victoria y a la vez una derrota. Estaba
dominada por ti, suplicaba que terminaras conmigo. Tus gemidos se unieron a los
míos, las sensaciones, los sentimientos fluían de uno a otro por nuestros
cuerpos como si fueran uno, como bombardeados por un solo corazón.
Nos quedamos abrazados, hasta
quedarnos dormidos. Así seguimos hasta que horas más tarde me desperté, y decidí
despertarte poco a poco, suavemente.
Lunaoscura
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