La luna llena
alumbraba el camino que salía de pueblo, era una noche tranquila y mágica de
verano. Caminaba con dos mis primos, Juan y Pablo, como tantas veces, nuestros
padres nos habían enviado de vacaciones con los abuelos.
Unos días antes y a
fin de darle un algo especial a estas vacaciones, habíamos decidido, echar
andar nuestro espíritu aventurero, haciendo una expedición nocturna a una casona
abandonada que se encontraba en un lugar que llamaban “La Mesa”.
Mientras caminábamos,
observé de reojo quién me acompañaba, era Juan. Conociéndolo, buscaba en su
rostro algún indicio que delatara su intención de hacerme una broma, pero lo único
que noté, es que estaba muy serio. Por su parte, Pablo como todo un experto,
caminaba resuelto delante de nosotros.
Ya habíamos salido
del pueblo, y el panorama se hacía un tanto lúgubre, todo lo que se apreciaba
eran sombras amorfas que bordeaban el camino, acompañados con los sonidos de
los habitantes nocturnos del lugar. No faltan más que unos cuantos metros para
llegar a la casona que se erguía en la parte más alta de la loma, cuando un
viento gélido azotó el lugar.
Pablo, empezó a ir
más lento como si se arrimara a algo peligroso. Cuando nos hallamos frente a la
casa, Pablo ladeó la cabeza, como intentando oír algo, yo permanecía detrás de
ellos con una sensación de vértigo en la panza.
A pesar de los años de
abandono, la casa se contemplaba sólida. Su techo de teja a dos aguas, estaba
integra, sus ventanas superiores y la puerta de entrada, se me imaginaba su
rostro.
-
¡Vean! -grito Juan- ¿Vieron la luz? – Pablo
y yo no comprendíamos que decía, no habíamos visto nada.
-
Está bien, voy a entrar- dijo
resueltamente Pablo.
-
¡No espera! -masculle- vamos a
organizarnos, no podemos ir adentro así nada más.
-
¡Ya vas a empezar, miedosa! Mejor te
hubieras quedado con los abuelos, esto es para valientes no para niñas-
sentencio Pablo.
-
¡Déjala en paz! -señalo Juan.
-
¡No tengo miedo! Vamos, entremos -
resuelta me adelante.
Caminé hasta la
puerta. Al empujarla miré hacia atrás porque escuché que alguien había salido
corriendo, era Juan alejándose por el campo. Titubeé por unos minutos, pero
bajo la burla de Pablo, decidí entrar.
Adentro estaba en
semioscuridad, la luz de la luna que se filtraba por unas ventanas laterales. Me
pareció que era difícil que alguien se animara a estar en esa oscuridad tétrica
y mucho menos intentar jugarnos una broma.
La habitación no
contaba con muebles, a un lado de lo que parecía la escalera había una chimenea.
Mientras trataba de acostumbrarme a esa penumbra, Pablo pasó apresurado por mi
lado, con lampara en mano ilumino el lugar. Ilumino todos los rincones de lo
que parecía ser una sala. Basura y polvo recubrían los pisos, las paredes
estaban escarapeladas, pero todavía se podía ver en algunos lados, vestigios de
pintura.
Nos adentramos más,
frente a la chimenea y sobre ella, estaba un cuadro enorme, en él se veía a una
mujer sentada. Por su vestimenta, se notaba que había sido tomada muchos años atrás.
El rostro de la mujer, era serio con una mirada de tristeza como si mirara a la
lejanía. En ese momento, una sensación de tristeza inundó mi corazón. Una voz
me saco de mi estado.
-
¿Dónde están? – era Juan que había
regresado.
-
¡Estamos aquí!, acércate cobarde
-Pablo como siempre.
-
Pablo, déjalo en paz. ¡Está aquí, no!
-replique.
-
Me asuste, qué quieren -argumento el
pobre de Juan.
Empezamos, a recorrer
el lugar, hasta que Juan nuevamente, pregunto si habíamos visto la luz que salía
de la casa. Ni Pablo ni yo, la habíamos visto.
-
¿Dónde la viste Juan? -interrogo Pablo.
-
En la parte alta de la casa, por una
de las ventanas.
-
Vamos a averiguar, qué tal, si es la
señora de la sala -dijo Pablo en son de broma.
Ascendiendo
lentamente por las escaleras, ninguno se atrevía a decir nada, supongo que cada
quién estaba tratando de evitar salir corriendo, mientras nuestros corazones
nos latían a toda velocidad.
Por fin llegamos a un
corredor algo estrecho, que se extendía al lado derecho. Alumbramos y nos dimos
cuenta que estaba circunvalado por varias puertas, supusimos que eran las
habitaciones de los antiguos dueños.
Una a una, fuimos abriéndolas,
en todas solo había escombros y deterioro, Solo nos faltaba una habitación, que
se haya en el fondo del pasillo, cuando nos dirigíamos a ella, de momento,
observamos una luz por debajo de la puerta.
-
¡Ven, allí esta! -eufórico grito Juan.
-
Shhhh ¿quieres qué nos maten? -señalo
Pablo.
-
Muchachos, mejor nos vamos -dije con
mucho miedo y preocupación.
-
Nada, de seguro es un vago que estaba
viviendo aquí -resolvió Pablo.
Pablo giro el picaporte
de la puerta, Juan y yo, estábamos atrás de él con el alma en un hilo, listos
para salir corriendo. Se escuchó, como se deslizaban los pernos de la cerradura
oxidada y el crujir de las bisagras de la puerta cuando la abrió.
Sigilosamente, Pablo
se asomó, después de unos segundos, que a Juan y a mí se nos hicieron eternos,
por fin dijo.
-
¡Aquí no hay nadie!
-
¿Cómo que no hay nadie?… y la luz.
-perplejo argumento Juan.
-
Pues no sé, pero aquí no hay nadie.
-
Mejor vamos muchachos, esto ya me dio
miedo. -sabiamente dije.
Ninguno de los dos me
hizo caso, ambos entraron con lamparas en mano, mientras yo me quedaba en el umbral
de la puerta. En el lugar, había una cama, una cómoda y otras cosas, obvio, en
estado lamentable.
Con miedo y no, entre,
me dirigí a la cómoda. Ahí estaba otra fotografía de la mujer de la sala, esta
había sido tomada en un jardín, pero la mujer tenía ese mismo semblante de
tristeza. En ese preciso instante, sentí que había algo detrás de mí, y me jalo
de la camiseta con fuerza. Tire hacia adelante para liberarme, a la vez que
daba un grito de miedo.
Mis primos, voltearon
a verme. Al unísono los tres, salimos, como alma que lleva el diablo, de ese
lugar. Mientras corríamos escalaras abajo, comenzaron una serie de ruidos por
toda la casa, una luz, como de vela, nos perseguía, mientras una voz de mujer
gritaba.
-
¡Auxilio ladrones, ayúdenme por
piedad!
En un santiamén, estuvimos
fuera de la casona. Los gritos de auxilio y lamentaciones se escuchaban dentro
de la casa. Corrimos sin parar, hasta que divisamos las luces del pueblo.
Llegamos a la casa de
nuestros abuelos, pálidos y temblorosos que mi abuela se asustó mucho al
vernos.
-
¡Fidencio Fidencio, ven! Algo les paso
a los muchachos. -gritaba mi abuela.
-
¡Qué carajos pasa, mujer! – dijo mi abuelo
con su acostumbrado tono amoroso.
Cuando nos vio y,
conociendo a sus tranquilos nietos, nos preguntó.
-
¿Qué hicieron chamacos del demonio?
-
¡Nada abuelo! - dijo Pablo, Juan y yo nos
mantuvimos calladitos.
-
¡Nada, nada! ¡Cómo no! ¿Haber qué
hicieron ahora, quién nos va a reclamar de sus aventuras? – mi abuelo nos
conocía.
Entre palabras
entrecortadas, les contamos nuestra experiencia. Mi abuela, no haya la forma de
reconfortarnos. Mientras mi abuelo, nos decía.
-
¡Pero si serán pendejos!, no saben que
esa casa esta embrujada. Ahí mataron a la dueña unos forajidos, y su alma vaga
pidiendo ayuda.
-
¡Ya Fidencio!, no asustes más a los
niños- rogaba mi abuela.
-
¿A ver qué van a hacer?, si viene la
muerta a jalarles las patas por andar metiéndose a su casa.
Después de comer el
pan duro que mi abuela nos dio para el susto, nos acostamos en los catres, pero
todo el resto de la noche mantuvimos “el ojo pelón” por si acaso la señora
venia.
Al día siguiente, muy
tempranito, la abuela nos llevó a la iglesia para dejar flores y unas veladoras
para la difunta y pedirle perdón por andar metiéndonos a su casa sin permiso.
Lunaoscura