Luz suele caminar
sola de madrugada, sin importarle nada más que el frágil silencio de la cuidad
y el cobijo que la noche le proporciona. En ocasiones, anda descalza sintiendo
las imperfecciones de la acera, siempre acababa con los pies negros, pero a
ella le daba lo mismo, disfruta en la ducha viendo como una parte de la cuidad
se diluye en un grisáceo lamento hacia el desagüe.
En los días de lluvia,
lejos de quedarse en casa, se sienta en las bancas del Jardín Hidalgo, se
deleita escuchando el golpeteo de las gotas al caer al suelo. Disfrutaba el
olor de la hierba mojada, el sabor de melancolía con que se viste el día, y
cuenta las ondas de los charcos que avanzaban concéntricas hasta la orilla del
asfalto. No piensa en nada, no dice nada.
Su vida transcurre en
un andar de aquí y para allá, cuan alma encadenada a la condena del deber ser, pero
cuando vuelve a su casa, se tumba, bocarriba, sobre la cama, escucha el sonido
del silencio hasta que adormecida sueña con menos soles y más noches infinitas.
Lunaoscura
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