Mi instinto me
advierte la cercanía de la muerte, estas últimas horas parecen alargarse. Mientras,
la luna se apoya en el marco de mi ventana, hinchada y orgullosa. Brilla en las
cornisas sucias de la ciudad que descansa en los sopores de sueños opiáceos.
Sube y baja suavemente por la larga hilera de asfalto. Rueda acá y allá con su
resplandor espectral. Esa luna, exhausta y abatida, alza el vuelo hacia el
firmamento en busca de su cómplice, la noche.
Mis párpados me
traicionan, me envuelve el púrpura aroma de una tranquilidad dulzona. Calma, amortiguada
por la distancia y la quietud, me permite rememorar las suaves colinas y valles
de tu cuerpo, bañadas por la cálida luz de un cielo azul.
Crujido de cemento. Golpe
y lamento. Un largo instante, un destello de luz. Después, todo es negro.
Lunaoscura
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