La luna llena inundaba el firmamento con una claridad que palidecía todas aquellas trivialidades que ocupaban espacio en el tiempo. La noche, se disponía a velar el sueño de los habitantes de la ciudad, exhaustos de una semana de reencuentro con la realidad.
El humo del cigarro se entrelazaba con las notas de aquel blues de una manera perfecta, tan delicada que temía que la suave brisa que entraba por la ventana, quisiese jugar con la efímera fragilidad de lo abstracto.
Por tal motivo, me levantó del sillón y cierro la ventana. Observó el reflejo de la luna en el asfalto, brilla intensamente, debido a la fuerte tormenta que había previsto la mujer del tiempo a la hora del desayuno.
Era una sucesión de luz y sonido, ecos lejanos de las furiosas tempestades que los dioses tenían a bien regalarnos en un alarde de superioridad sobrehumana. Los violentos rayos se agrietaban en el oscuro cielo, plagado de nubes, eran una premonición del estruendo que había de terminar de romper la bóveda celeste. El sonido inconfundible del vinilo inundaba cada espacio de la habitación, mientras aquella voz me envolvía en una atmósfera de calidez en la que, muy lentamente, fui cayendo en la dulce agonía del sueño.
En mi mente comenzaron a surgir nuevas partituras, que improvisaban melodías, en una simbiosis perfecta, mientras el humo volvía a bailar con un silencio de corchea a contratiempo. Poco a poco la música se fue diluyendo y solo quedó un océano de vacíos, sin sustancia.
Lunaoscura
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